La protesta de los jugadores de origen africano
Futbolistas de origen africano protestan en las ligas europeas contra la esclavitud en Libia
“¿Ochocientos?”, pregunta el subastador a la espera de que alguien suba la puja por su producto.
“Novecientos”, se oye por detrás. “Mil”, aumenta otro. Al final el precio se acaba fijando en 1.200. No es la negociación entre un representante y varios equipos por un fichaje de un futbolista. Ni mucho menos.
Lo que se están pagando son 1.200 dinares libios, y lo que se compran son personas, migrantes subsaharianos que quieren llegar a Europa por la costa de Libia. Los venden por menos de 750 euros. “Ideal para cavar”, le define el subastador. O “chicos fuertes para trabajo de granja”, publicita a otro grupo. Es la nueva esclavitud en pleno siglo XXI que destapó la CNN a mediados de noviembre.
La compraventa de seres humanos para mano de obra se ha colado en las principales ligas europeas. A menudo, a los futbolistas, ídolos, ricos, jóvenes y caprichosos, se les critica por vivir en una burbuja, ajenos a los problemas del mundo real, pero esta vez los jugadores de origen africano han salido al campo con la intención de denunciar el resurgimiento del esclavismo.
Y eso que a los órganos rectores del fútbol no les gusta que la política se cuele en su negocio. Por eso se empezaron a sancionar con una tarjeta amarilla los mensajes en las camisetas interiores que se enseñaban tras marcar un gol. Daba igual que fuese para felicitar a una madre, dedicar un gol a una asociación para la lucha de una enfermedad o solidarizarse con las víctimas de la desgracia aérea del Chapecoense. Así que los futbolistas han preferido usar un símbolo para eludir el castigo: unas manos cruzadas, simulando estar esposados o encadenados.
Y la protesta ha corrido como la pólvora, se ha extendido por todas las mejores ligas europeas. La ola empezó el domingo pasado en Turquía con Bafetimbi Gomis. El delantero francés, de padres senegaleses, marcó en el derbi Estambul-Galatasaray, pero no lo celebró. Se quedó quieto, alzando el puño derecho. “Tuve la oportunidad de marcar para mi equipo. ¿Derrota o victoria? No es lo importante. Mi espíritu y mis sentimientos estaban en Libia y en París con los que caminaron contra esta abominación que es la esclavitud. Con los ojos cerrados y mi puño levantado, así quise celebrar el gol. Mi corazón está mal, el hombre negro no es un valor de mercado. ¿Cuándo dejaremos de sufrir?”, explicó Gomis.
A 2.700 kilómetros, en la Premier, Paul Pogba, también francés pero de hijos guineanos, cogió el testigo haciendo las esposas tras anotar contra el Newcastle. “Aunque estoy muy feliz por mi regreso, mis oraciones van para aquellos que sufren la esclavitud en Libia. Que Alá esté de vuestro lado y esta crueldad llegue a su fin”, justificó el centrocampista, por el que el verano del 2016 el Manchester United pagó 105 millones y tiene casi 20 millones de seguidores en Instagram.
“Fuera del fútbol no estoy en venta”, se escribió de su puño y letra en la camiseta interior el valencianista Geoffrey Kondogbia, campeón del mundo sub-20 en el 2013 con Pogba y Umtiti, entre otros. De origen centroafricano –su hermano es internacional por ese país–, Kondogbia la enseñó en Cornellà en “apoyo a las personas explotadas en Libia” durante el calentamiento.
Aún en la Liga, también cruzó las muñecas denunciando el cautiverio Cheick Doukouré, marfileño del Levante, tras batir al Las Palmas. “Todos mis pensamientos para los esclavos de Libia”, escribió en Twitter el levantinista, ex del Metz, poco habituado a marcar. En cambio, Cédric Bakambu es un especialista en celebrar goles. El congoleño del Villarreal no pudo ser más explícito tras su doblete contra el Astaná en la Europa League el pasado jueves. “Fuck slavery”.
La Ligue 1 francesa, repleta de futbolistas de origen africano, no podía quedarse tampoco indiferente. El sábado fue el defensa del Montpellier Jérôme Roussillon quien se esposó simbólicamente. El lunes pasado ya lo habían hecho Fortuné y Diarra, jugadores del Lens, de la segunda división. Es su forma de sensibilizar a la sociedad. “¡No se trata de política, sino de humanidad! ¡No miremos a otra parte, abramos los ojos!”, pidió el defensa del Caen Alexander Djiku. Aún quedan cadenas por segar.