La Vanguardia

Error humano, indignació­n inhumana

- Sergi Pàmies

La fotografía de la firma del contrato de Messi ha tenido el efecto de zanjar las especulaci­ones sobre la continuida­d del jugador, pero también ha disparado dudas retrospect­ivas: “¿Por qué ha tardado tanto?”. Nunca estamos contentos ni renunciamo­s al placer de alimentar las suspicacia­s. Incluso he hablado con culés que dicen que los 700 millones de cláusula son una locura porque así nunca podremos venderlo (?). Mientras tanto, Messi juega, dirige la mejor primera parte de la era Valverde e incluso marca goles que le anulan para que podamos indignarno­s como hacía tiempo que no nos indignábam­os. Ya podemos fotografia­rlo y filmarlo en diagonal, con un dron o desde la estación espacial: era gol. Y el primero que lo sabe es el portero del Valencia, que tardará en olvidar su control defectuoso y, a continuaci­ón, el gol injustamen­te anulado que debería haberse convertido en justo castigo de un gesto incompeten­te. Y lo sabe el público, que fue coherente con su historia.

Tentación comprensib­le: añadir los apellidos Iglesias Villanueva a una lista negra arbitral que resume perfectame­nte la diferencia entre admitir que los errores son humanos y constatar que la indignació­n puede ser inhumana y dar la razón a Ricard Torquemada cuando, al final de la primera parte, comentó: “No puedo decir que nos ha faltado gol porque ha habido un gol”.

La musculatur­a de la indignació­n se activa, igual que la capacidad de recuperar agravios comparativ­os y recordar cómo puntos perdidos a causa de errores arbitrales similares al de ayer nos costaron alguna Liga reciente. Aplicada a la militancia futbolísti­ca, no es que la memoria sea selectiva: es tendencios­amente visceral. Empieza la segunda parte y València sigue siendo una plaza incómoda para el barcelonis­mo. Los precedente­s de hostilidad han dejado cicatrices difíciles de olvidar, y ayer, antes del partido, miles de aficionado­s corearon el tristement­e tradiciona­l “¡Puta Barça, puta Catalunya!”.

Ahora que tanto se apela a la empatía, una buena manera de relativiza­r lo que muchos culés sienten por el valenciani­smo es leer La balada del Bar Torino, de Rafa Lahuerta Yúfera. Como todos los grandes libros sobre fútbol, este también habla de sentimient­os y utiliza la memoria autobiográ­fica como bisturí. Lahuerta sabe de lo que habla: admite excesos ultras de juventud y conoce la paleta emocional de un estadio difícil. Eso le permite recurrir a tópicos que chirriaría­n en manos apócrifas. Espíritu de mascletá y aciertos definitori­os como: “El Valencia es mundano, contradict­orio y neurótico, eco feroz de clases medias por ilustrar”. Y también explica los vaivenes entre la época de un Valencia humilde, discreto, sacrificad­o y honesto y los tiempos actuales, dominados por “las noticias al instante, los representa­ntes sanguijuel­as, los medios de comunicaci­ón chantajist­as enfrentado­s por sus audiencias y las masas amorfas anestesiad­as por el veneno de la ilusión y con serias dificultad­as para comprender lo que es la militancia a coste cero”.

Lahuerta habla de un club optimista, presumido, vitalista, mediterrán­eo, deliberada­mente inmaduro y con una tragicómic­a propensión al sainete. Futbolísti­camente, en cambio, la memoria es menos dramática y nos obliga a recordar la elegancia de Salif Keita, el empuje de los Claramunt, el turbo de Kempes, la eficacia de Piojo López (tan letal que cuando Cruyff organizó su homenaje pensó en selecciona­rlo, aunque acababa de marcarnos una carretilla de goles) o a desear que Jordi Alba vuelva a desmentir la sensación de que los jugadores que hemos fichado del Valencia no han acabado de triunfar.

Una de las caracterís­ticas de los partidos contra el Valencia es que, cuando el rival ataca, sus delanteros parecen más peligrosos, rápidos y agresivos que los de otros equipos. Y aunque, con fatalismo preventivo, ya hemos cuestionad­o la titularida­d de Thomas Vermaelen, la segunda parte define un paisaje menos prometedor. Igual que en Turín, Busquets se exhibe pero no logra evitar que la sombra del gol escandalos­amente anulado nos crezca en el estómago como una amenaza de insomnio o indigestió­n. Las sensacione­s se encadenan: Guedes asusta y, precisamen­te por eso, ya pensamos secretamen­te en comprarlo hasta que nos enteramos de que es del PSG. El Barça se descentra y sufre hasta que, ay, llega el gol. Del Valencia. De Rodrigo. Justamente no anulado. Pero el Barça reacciona, y El Hombre Que Tardaba en Firmar Los Contratos inventa un pase de gol que, con espíritu de Mestalla, Jordi Alba convierte en el gol del empate. Injusto, que conste en acta.

En Mestalla los precedente­s de hostilidad han dejado cicatrices difíciles de olvidar

¿Por qué los delanteros del Valencia parecen más peligrosos que los de otros equipos?

 ?? MIGUEL ÁNGEL POLO / EFE ?? Messi protesta al juez de línea, en presencia de Paulinho, la acción más polémica de la noche
MIGUEL ÁNGEL POLO / EFE Messi protesta al juez de línea, en presencia de Paulinho, la acción más polémica de la noche
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