Pianista en el burdel

AL escritor Tom Wolfe, uno de los padres del nuevo periodismo, se le atribuye la frase: “No le digas a mi madre que soy periodista, ella piensa que soy pianista en un burdel”. Es evidente que la sentencia ironiza sobre la consideración social que en algunos momentos ha merecido el periodismo. No tengo claro que el actual sea el mejor tiempo para el oficio, pues abundan los carroñeros y los francotiradores, dispuestos a indagar en las vidas privadas y a disparar contra las ideologías ajenas. En cambio, es posible que haya mejorado injustamente la visión de los pianistas en las casas de meretrices.

De hecho, esta semana nos hemos enterado de que Berlusconi deberá sentarse de nuevo en el banquillo de los acusados por sobornar al pianista de sus fiestas del bunga, bunga, que siempre defendió ante los tribunales que eran “cenas elegantes” y en absoluto el aperitivo de posteriores orgías. Asistían muchachas jóvenes, algunas incluso menores, como la marroquí Ruby, por lo que fue juzgado –¡y absuelto!– de corrupción de menores. Así que habrá que creer que eran adultas y cultivadas. El problema ha surgido cuando la policía ha descubierto que uno de los testigos favorables al ex primer ministro italiano, el pianista de sus fiestas –Danilo Marini–, habría mentido en el juicio, a cambio de una asignación mensual de 3.000 euros en concepto de “abono de gasto” y un piso que habría adquirido a una inmobiliaria de Berlusconi.

Un pianista es imprescindible para la banda sonora de una bacanal. El primer cabaret de Barcelona, el Fondo del Mar, no sólo tenía chicas alegres, sino también “un pianista alcohólico, reblandecido hasta la médula”, según El Día Gráfico. Sin embargo, la síntesis perfecta del periodista-pianista, orgullo de toda madre, fue Noel Coward –en realidad compositor y guionista– que el día que cayó una bomba en el Savoy, se puso a tocar el piano del salón para calmar a su clientela a fin de que no huyera despavorida.