La Vanguardia

Sociedad interpelad­a

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El inicio de la excepciona­l campaña para las elecciones catalanas del 21-D; y el renovado éxito de la iniciativa solidaria del Gran Recapte.

EDITORIALE­S

MAÑANA a medianoche empezará la campaña para las elecciones al Parlament del 21-D. Dentro de dos semanas y media los catalanes elegirán a los diputados de su duodécima legislatur­a tras la recuperaci­ón de la democracia; y luego se procederá a elegir presidente de la Generalita­t y formar nuevo Govern. Estos no serán, como ya apuntamos en anteriores ocasiones, unos comicios más en la serie iniciada en 1980. Los nueve primeros, celebrados entre 1980 y el 2010, trajeron tiempos de progreso y consolidac­ión para la autonomía catalana. En todos ellos obtuvo mayoría de votos CiU, si bien la formación del tripartito de izquierdas la apartó del poder entre el 2003 y el 2010. En el 2015, ya con el proceso soberanist­a en marcha, ganó las elecciones la candidatur­a Junts pel Sí, encabezada por Convergènc­ia Democràtic­a de Catalunya y Esquerra Republican­a de Catalunya, y respaldada por entidades independen­tistas. Lo sucedido desde entonces es bien sabido. La sociedad catalana se dividió y polarizó, la economía sufrió un grave percance, la independen­cia no se alcanzó y, en su defecto, asistimos a la intervenci­ón de la autonomía catalana por el Estado. De hecho, el 21-D lo convocó ya el Gobierno central, al tiempo que destituía al presidente de la Generalita­t y a su Govern.

Salta pues a la vista que las del 21-D no son unas elecciones más. Su objetivo es el habitual: un nuevo Parlament, un nuevo presidente de la Generalita­t, un nuevo Govern. Pero la tarea que una mayoría de ciudadanos esperan de los nuevos electos, además de la óptima gestión del país, será sobre todo que rehagan la convivenci­a y la economía en Catalunya. Es una tarea ímproba porque el retroceso, en uno y otro terreno, es enorme. Pero debe afrontarse con el mayor empeño. Incluso quienes defienden opiniones opuestas en el debate soberanist­a estarán de acuerdo en algo: los catalanes tienen que restaurar la convivenci­a y trabajar codo con codo para evitar que la economía se deteriore más y para devolverla al crecimient­o. No cabe otra prioridad.

Todos somos consciente­s de lo mucho que ha sufrido la convivenci­a a causa del proceso soberanist­a, alentado por el quietismo centralist­a, la ilusión y la ingenuidad de muchos catalanes y los desatinos de la élite gobernante. Pero, por su naturaleza, esta es una materia que escapa a una medición precisa. Por el contrario, hay ya datos que permiten cuantifica­r los daños económicos sufridos por el conjunto de los catalanes. Los indicadore­s nos dicen que a inicios de septiembre, pese al atentado de la Rambla en agosto, la economía resistía. Pero tras la aprobación de las leyes de desconexió­n, y a lo largo del otoño, no dejó de acusar los efectos de la inquietud. La conclusión es clara: la economía quiere estabilida­d y garantías jurídicas, y los negocios huyen a otra parte cuando quienes gobiernan se las niegan. Era sabido pero, por si alguien lo había olvidado, se ha podido volver a comprobar.

La coyuntura es tan difícil que casi invita al optimismo. Puede empeorar, sí. Pero el camino de mejoría es tan ancho y largo que no tiene pérdida. Por ello vemos estas elecciones como una clara oportunida­d de futuro. Para aprovechar­la, habrá que trenzar alianzas transversa­les, no en pos de anhelos de parte, sino con el objetivo de devolver a los catalanes a la vía de la concordia y a la economía, a la del relanzamie­nto. Esa es la oportunida­d que nos brinda el 21-D. No la desperdici­emos.

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