Conciencia carnívora
La difusión en la red de imágenes del maltrato en granjas y mataderos catapulta la influencia de los conservacionistas
Crece el debate sobre la utilidad de las crudas imágenes de maltrato animal que circulan por las redes sociales para concienciar sobre el coste moral de comer carne.
Las redes sociales se han convertido en un aparador del maltrato que sufren los animales. Las imágenes más crueles de su tortura circulan por los nuevos medios de comunicación con éxito notable de audiencia. Perros desollados, conejos despellejados, vacas decapitadas, pollitos aplastados y gansos desplumados dibujan una orgía rutinaria de sangre en la red. Muchas de estas imágenes son difundidas para mostrar cómo en la trastienda de granjas y mataderos se esconde un ritual de padecimiento hasta ahora censurado. Pero ¿es positiva esta crudeza?, ¿ayuda a la causa del bienestar animal?
Antes, las oenegés animalistas apenas influían en los medios de comunicación de masas. En cambio, ahora sus fotos y vídeos son vistos por millones de personas, se hacen virales y llegan a las televisiones y medios de masas –que las demandan–, según explica Javier Moreno, presidente de Igualdad Animal. La página de Facebook de esta organización tiene más de dos millones de seguidores. Un sobrecogedor reportaje sobre las incubadoras de pollos en España dio la vuelta al mundo (40 millones de personas lo vieron) y un vídeo en Twitter sobre la vida de los patos y las ocas-fábricas de foie gras tuvo otro éxito inusitado pese a que hay que retirar la mirada cada pocas secuencias. El maltrato de un adiestrador en un delfinario en Mallorca fue portada.
“La denuncia del maltrato animal está ganando peso en los medios, tanto digitales como en papel, y esto es consecuencia de la creciente sensibilización de la ciudadanía, que también utiliza las redes para denunciar ese maltrato”, añade Javier Moreno, que ve, no obstante, a los medios en papel más recatados.
“Las imágenes de este maltrato animal nos muestran un sufrimiento que hemos escondido y que no queríamos ver”, explica Núria Almiron, codirectora del Centro de Estudios en Ética Animal (UPF-CAE), quien aprecia un cambio de sensibilidad social y un mayor interés de los medios de comunicación tradicionales sobre este mundo desvelado (aunque no siempre está claro que la motivación última sea la compasión).
Almiron recalca que, pese a todo, no está demostrada la efectividad de estas imágenes –las campañas animalistas están poco estudiadas–, aunque su impresión es que “producen impactos que pueden cambiar mentalidades”, si bien las respuestas ciudadanas son desiguales en las encuestas. Algunas personas dicen que estas imágenes les han influido en el consumo de carne o de hábitos, mientras que otras apuntan que no les motivó y que sólo apartaron la vista. “Pero el mero hecho de que se diga que no soportan estas imágenes ya nos habla de un gran impacto”, concluye Almiron. Javier Moreno, de Igualdad Animal, admite que el exceso de imágenes negativas “puede tener un efecto adverso”, y por eso, su organización da prioridad a la comunicación en positivo sobre las investigaciones y reportajes.
La prensa tradicional evitaba la crudeza de los animales ensangrentados. Sin embargo, las redes sociales han roto los corsés. Una raya separaba lo que era aceptable divulgar de lo que no lo es; pero esa línea se ha difuminado. Los reporteros de Internet carecen de códigos profesionales o deontológicos, propios de la prensa tradicional –que ha mantenido criterios y reglas compartidos sobre lo que convenía o no difundir–, y actúan a veces movidos por el deseo de llamar la atención, explica Josep Lluís Micó, catedrático de Periodismo de la Universitat Ramon Llull.
“El periodista tiene una ética deontológica; pero un particular no tiene reparos en colgar imágenes violentas o morbosas porque está compitiendo con gente que tampoco respeta ninguna norma”, expone Micó. Cualquiera puede grabar un animal maltratado, agonizante o moribundo.
Al rebasarse las líneas rojas y suprimirse las reglas compartidas, algunos medios empiezan a juzgar que también están legitimados para reproducir la misma crudeza. “Si se pueden ver determinadas imágenes en Facebook o Twitter, ¿por qué no vamos a publicarlas también nosotros?...”. El argumento cobra peso porque los medios no dejan de ser un negocio con muchos competidores, incluidas las redes sociales, aunque otros mantienen sus principios. En la nueva cultura visual en ciernes confluyen, pues, “la presunta legitimidad que da la ausencia de reglas comunes aceptadas y la obligación de competir de los medios para captar la atención”, señala Micó.
El fenómeno se completa con las fotos o grabaciones de algunos héroes que exhiben como trofeos los animales capturados. Movidos por el ego, dan rienda suelta a su exaltación personal para dejar claro que no se conforman con la foto familiar de rigor, sino que quieren proclamarlo al mundo entero.
Pero a quien no quiera tanto estrés visual le queda la capacidad subyugante de las mascotas (perros, gatos), los reyes de Internet, cuyos vídeos tiernos, naif y relajantes producen bienestar psicológico. Atrapan a la audiencia porque toda la secuencia de sus travesuras anticipa la convicción de un desenlace inminente. Un final feliz.
En la nueva cultura visual influyen la falta de códigos éticos en las redes y la competencia por captar la atención
Estas campañas “producen impactos que pueden cambiar mentalidades”, dice Núria Almiron