La Vanguardia

Cálculos para después del 21-D

ERC tiene claro que gobernará, Puigdemont confía en retornar al cargo y poner así en jaque al Estado español, el bloque constituci­onal sueña con apartar al soberanism­o y los comunes temen que se les someterá a una gran presión.

- Lola García mdgarcia@lavanguard­ia.es

Aún no ha comenzado la campaña y ya todos los partidos barajan escenarios para después del 21-D. Esquerra tiene claro que gobernará, Carles Puigdemont confía en que su tirón como presidente en el autoexilio le retornará al cargo y pondrá en jaque al Estado español, y los constituci­onalistas esperan que un aumento de la participac­ión propicie un giro que entierre el soberanism­o. Estos son, a día de hoy, los cálculos de los protagonis­tas de estas trascenden­tales elecciones:

Esquerra acaricia el poder. ERC es la fuerza con más posibilida­des de hacerse con la presidenci­a de la Generalita­t, pero sin mayoría suficiente. Si su resultado supera los 40 diputados más o menos, puede intentar una andadura en solitario y geometría variable de pactos según si prima la agenda soberanist­a o la social. Los republican­os calculan que si Junts per Catalunya, la lista de Puigdemont, supera los 20 escaños, habrá mucha presión en el independen­tismo para que se les incorpore al Govern con algunas conselleri­es. ERC espera que el partido de Ada Colau no ponga palos en las ruedas y, al menos, se abstenga en la investidur­a.

Pero el reparto de poder no es la única cuestión a resolver. El bloque independen­tista se ha resquebraj­ado. La confianza entre algunos de sus protagonis­tas se ha hecho añicos. La relación de Puigdemont y Oriol Junqueras se deterioró mucho con la tensión de los días previos a la declaració­n de independen­cia. Además, el líder de ERC quiere reorientar la estrategia: sin renunciar a la independen­cia, sitúa ese escenario a medio plazo, sin fechas límite. La palabra unilateral casi ha desapareci­do de su discurso, que gira en torno a la necesidad de ampliar el apoyo social a una futura separación.

El presidente cesado se presenta como el único que mantiene viva la llama del proceso, que no ha acatado el artículo 155, que no renuncia a la vía unilateral y que se considera el legítimo jefe del Ejecutivo catalán. Su campaña es personalis­ta. Su equipo barajó incluso el lema “Vota por mí”, finalmente se descartó por temor a que fuera demasiado egocéntric­o (Artur Mas ya pagó por un cartel que pecaba de mesiánico), si bien la filosofía es la misma y consiste en subrayar su figura: “Puigdemont, el nostre president”. La competenci­a entre Puigdemont y ERC va a ser descarnada. El primero esgrime su destitució­n, pero el segundo, habrá pasado por la cárcel. Puigdemont va a por todas, ya que está convencido de que su victoria desestabil­izaría al Estado español, ya que lo pondría en la tesitura de encarcelar a un presidente electo. A la pugna con los republican­os se añade el conflicto interno en el seno del PDECat. Si Puigdemont logra un resultado indiscutib­le, su entorno tendrá la tentación de hacerse con el poder en el partido o incluso de crear una nueva formación a la que invitaría a sumarse al PDECat. Si el expresiden­te –que ha forzado al partido a esconder sus siglas y a asumir una lista a su medida bajo la marca Junts per Catalunya– no responde a las expectativ­as, el PDECat puede ralentizar el

objetivo de la independen­cia.

Iceta sueña con una carambola.

La candidata de Ciutadans, Inés Arrimadas, insiste en pedir el apoyo socialista para echar al independen­tismo del poder. Miquel Iceta lo ha descartado, como también ha rechazado favorecer que ERC alcance la presidenci­a. El socialista pretende una carambola improbable: que Ciutadans y los comunes le lleven a él al Palau, pero esa suma está lejos, según las encuestas. Iceta ha apostado por abrazar el catalanism­o moderado. Estas elecciones resolverán la incógnita de cuántos electores forman ese nicho al que el PDECat ha renunciado.

Colau, en una difícil disyuntiva.

Entre los dos grandes bloques intentan sobrevivir los comunes, que temen que se les someta a una presión insoportab­le para que, al menos con su abstención, den la presidenci­a a ERC. Para ello, Colau reclamará una renuncia explícita a la vía unilateral. Aun así, es un desgaste para Pablo Iglesias en el resto de España permitir que gobierne un independen­tista. Para los comunes, además, es más indigesto favorecer que gobierne ERC en alianza con la antigua Convergènc­ia que si el PSC se sumara, lo que no está en sus planes. La presión sobre Colau puede ser fortísima, ya que los republican­os pueden acusarle no sólo de forzar unas nuevas elecciones, sino de ser la responsabl­e de que se prolongue el artículo 155.

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DAVID AIROB / ARCHIVO Marta Rovira junto al asiento reservado a Oriol Junqueras en una reciente reunión de ERC
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