La Vanguardia

Los hombres... ¿desnortado­s?

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Me levanté con ligera resaca –había cerrado el Feroz–. El primer café sabe a gloria. Fumo un pitillo. Espabilo: el Barça juega a la 1 y mi hijo se descuelga que viene a comer. Una alegría. Tengo chuletas de cabrito, está claro: a la milanesa. Debo escribir esta columna. Esta noche se casa un amigo tronera. Mañana, almuerzo en la Barcelonet­a de los taurinos de Catalunya: ¡ilusión de dar el premio Torero de Barcelona a Curro Díaz! Y una amiga me ha intercalad­o un plan con buena pinta.

Soy y me siento un hombre feliz. Me conformo con mucho. O más bien con poco.

Leo la apertura de Tendencias, con garra, de Cristina Sen: “Los hombres buscan un nuevo espacio”. Y la columna de Susana Quadrado: “Descolocad­o, así está el hombre”.

¿No será al revés?

El hombre y la mujer. Una vieja historia sin final. Amores, desamores. Odio y pasión. Patriarcas, matriarcas. Maracas y boleros. Al parecer, el hombre del siglo XXI vive desnortado.

No me pidan, de entrada, que haga

Yo no creo que los hombres andemos tan despistado­s como dicen o nos quieren hacer creer

penitencia por los últimos veinte siglos de la humanidad. Ni que abjure de la masculinid­ad, tan denostada, bajo una lupa potente que sitúa bajo sospecha actos cotidianos, frases al vuelo, miradas y ciertas reacciones. Uno también se ríe de sí mismo, del varón, y se dice: coño, qué burro eres. Qué burros somos.

Yo no creo que los hombres andemos tan despistado­s como parece o nos dicen. Es muy tópico pero por tópico que parezca, es esencial: los hombres nos complicamo­s poco la vida y cuando lo hacemos suele ser por alguna mujer. Ciertos idiotas, por el trabajo o los bólidos de carreras.

A solas, nuestra simpleza es legendaria. Los problemas ya vienen solos. Le damos poco vueltas a la edad, al grado de autosatisf­acción, a la relación con los hijos –muy buen, buena, regular, mala o pésima–, al sol que, como todo el mundo sabe, sale por Antequera. Las Gaunas: minuto y resultado. ¿El sexo? Nos gusta. Mucho. A vivir: son cuatro días. ¿Ellas? Las más bellas. Persiguen la libertad. Resueltas. A veces inseguras sobre lo que dicen querer pero en el fondo les satisface poco. Madres, amantes, amigas, novias, conocidas. Quieren comerse el mundo y hacen bien: viva la ambición, que para todos tiene precio. Me gustan guapas. Atractivas. No me exijan que no me entren por la vista. Y más inteligent­es que yo, así aprendo. Si ganan más dinero, encantado: la vida cunde más.

Lo siento, no soy el único hombre con las ideas claras. Pragmático, al máximo. Sentimenta­l como el primero. Los sentimient­os no son monopolio de la mujer. La paternidad ilusiona, satisface, enerva o crispa. No le doy –no le damos- según que vueltas a la vida. Las únicas vueltas que merecen la pena son las vueltas al ruedo, al globo y a los mares.

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