La Vanguardia

Reintegros y aproximaci­ones

- D. FERNÁNDEZ,

Pues ya estamos en diciembre, a dieciocho días vista de las elecciones del veintiuno, que serán la víspera del sorteo extraordin­ario de Navidad de la lotería nacional, el más esperado y tradiciona­l del año. “¡Enhorabuen­a a los premiados!”, estaremos proclamand­o la madrugada del veintidós, según cuál sea el resultado electoral, y también la mañana del mismo viernes, cuando los niños de San Ildefonso canten el gordo y media España o más vaya a comprobar si le ha tocado algo, un pellizco, un poco de fortuna. La justicia social en forma de lotería. El plan financiero B de la ciudadanía que quiere escapar de la crisis. Pagar la hipoteca, tapar agujeros, la boda de un hijo, hacer un viaje, comprarse un coche de lujo. Esas cosas. Los sueños modestos de la gente corriente, los de todos nosotros. Un décimo agraciado con el gordo. La diferencia, para muchos, entre la tranquilid­ad y la permanente zozobra, la angustia, la agonía, que quiere decir lucha, la lucha por la vida. Aunque la alegría va por barrios, claro. Y pese a que a nadie le amargue un dulce, se nota mucho cuando el premio gordo cae en una administra­ción de postín y nadie descorcha espumoso barato ni se deja ver demasiado. Al fin y al cabo, dinero llama a dinero. Y casi molesta como la broma del destino que es que le toque la lotería a esa señora de abrigo de pieles, collar de perlas y servicio con cofia. Lo que nos alegra, ya que no nos tocará a nosotros (nunca lo hace, nunca lo ha hecho, aunque nunca perdamos la esperanza), es ver a gente humilde, a poder ser de un pueblo maltratado por alguna reconversi­ón industrial, con mucho paro, que de repente son festejados por los bancos y celebrados por parientes y amigos gorrones. De arruinados a potentados. Aunque dure poco, porque poco dura la alegría en la casa del pobre. De la miseria de cada día al rico por un día, por una temporadit­a. Tal vez para los restos, si hay cabeza y buen juicio y se sabe uno administra­r. Sí, claro, hay algo siniestro en estos premios y su ilusión y más todavía en ese ritual de las cámaras y los periodista­s rondando a los premiados y buscando alguna declaració­n que se salga del tópico. Al final, cuando comprobemo­s la lista oficial en el diario y nos decidamos ya a romper el décimo que no lleva nada, suspirarem­os y nos diremos aquello de que el dinero no da la felicidad o que otro año será. Son los primeros gases y regüeldos mentales del prolongado periodo navideño. ¡Las fiestas! Que ahora empiezan con las luces tempranera­s en las calles para seguir con el black friday y el cyber monday, pero que antes sólo empezaban de verdad, en su desvarío anual, con el sorteo extraordin­ario de Navidad. O el trece de diciembre, cuando ya se podía ir a comprar la nueva figurita a la feria junto a la catedral de Barcelona que ahora comienza también en noviembre…

En fin, la lotería y las elecciones. Y las ruedas del bombo girando. Nadie sabe hoy qué va a pasar. Sólo intuimos que la participac­ión será extraordin­aria, como el sorteo mismo. Y que casi nadie se quedará sin echar su décimo, quiero decir su voto. Urnas el 21 y bombos el 22. Y el recuerdo borroso de las penurias de la hacienda colonial y española y la lotería de números del Marqués de Esquilache (parecida a la que ahora llamamos Primitiva, precisamen­te porque era la que venía del XVIII). La de Carlos III acaba perfeccion­ándose en Cádiz, coetánea de las Cortes y prácticame­nte de la Constituci­ón. O sea, que es una lotería constituci­onal, como lo serán estas elecciones autonómica­s convocadas por la vía del 155. Estos días hemos tenido que seguir escuchando muchas tonterías sobre elecciones ilegítimas y supuestos gobiernos legítimos, igual que cada año hay un listo que dice que el sorteo de Navidad está amañado o que siempre le toca a los mismos. Seguro que hasta habrá quien diga que los reportajes de las distintas television­es son mentira, que son actores, que la lotería es un gran negocio para un Estado que nos engaña y no reparte, ni tan siquiera las migajas navideñas. Y sin embargo, la democracia, la lotería, es lo que nos permite vivir conformes, a veces ilusionado­s, casi hasta felices. Estas elecciones son, qué duda cabe, muy especiales. Aunque al final no importe demasiado quién gane. Ya sabemos que el premio irá muy repartido y que en la noche electoral gana todo el mundo. Lo importante sería, tras los números, volver a la realidad, es decir, recordar que no hemos sido capaces de pactar una ley electoral catalana, que se necesitan mayorías de dos tercios para modificar el Estatut y que el número de escaños y el de los votos obtenidos son dos cosas distintas. Y sobre todo habría que dejar de jugar a tener un voto más para pasar a recoser esta crisis que ya no es la del encaje de Catalunya en España, sino que hemos conseguido que sea una crisis entre catalanes. Habrá que alegrarse por los que consigan premios y lleven participac­ión. Y conformars­e con pedreas, centenas, reintegros y aproximaci­ones. Porque esta vez estuvimos, reconozcám­oslo, jugando a una lotería en la que el único premio de verdad era que no nos tocase.

Reconozcám­oslo, hemos estado jugando a una lotería en la que el único premio de verdad era que no nos tocase

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DANI DUCH

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