Los viajes de la miseria
Esta semana el sector del taxi en España ha querido realizar una demostración de fuerza con un paro que ha dejado sin servicio las principales ciudades del país. De rebote, también han parado de circular los coches motivo de la protesta: los que se pueden alquilar a través de aplicaciones como Uber y, sobre todo, Cabify. Madrid ha sido escenario de una enorme, ruidosa e indignada manifestación donde se escucharon lemas como “¡Luchemos por el pan de 100.000 autónomos!”.
Detrás de esta protesta hay algo más que el grito desesperado de un buen número de profesionales. Está el enésimo revolcón que le dan a nuestra economía y al paisaje social y laboral las nuevas empresas extractivas que utilizan internet y los paraísos fiscales como escondite. Me explico. Cabify no es sólo una aplicación de transporte muy competitiva que ofrece los mismos trayectos que el taxi pero a precios más bajos, en coches impecables con conductores vestidos de traje y corbata y botellines de agua gratis. Eso sería una anécdota y, quizá, un incentivo para que todo el sector del taxi, muy atomizado y donde predomina lo de cada uno a lo suyo, se modernizara y mejorara su servicio. Son muchos los taxistas que se esfuerzan en tener el coche limpio o en ofrecer sus servicios a través de aplicaciones. Pero están sujetos a un reglamento que incluye desde días obligatorios de
Si Airbnb está gentrificando las grandes ciudades, Cabify repite el modelo de negocio
libranza hasta otras exigencias fiscales y laborales. Esta competencia es todo menos leal. Detrás de Cabify, aparte de un segoviano muy joven y emprendedor, está una empresa de matriz española que tiene su sede social en el fiscalmente muy ventajoso estado de Delaware (EE.UU.). No tiene apenas trabajadores, sino relaciones mercantiles con autónomos y empresas. Ha llegado a declarar unas pérdidas que, a pesar de sus ingresos de 18 millones de euros sólo en España, han obligado a Hacienda a devolverle dinero. A través de su aplicación se ofrecen vehículos con conductor, y nadie sabe cuántas horas hacen estos trabajadores o qué porcentaje se queda de los trayectos.
Tal como pasa con Airbnb –la empresa de la plataforma inmobiliaria tiene todas las ventajas y ninguno de los inconvenientes–, Cabify también amenaza con transformar nuestro paisaje. Si Airbnb está gentrificando las grandes ciudades y, como mancha de aceite, se va ampliando a su entorno, Cabify repite el modelo de negocio: generar mucho dinero que sale del país sin tributar mientras deja las migajas en forma de puestos de trabajo precarios, mal pagados e inseguros.
Se añaden otras dificultades como los volantazos legislativos que han ayudado a una especulación con las licencias que puede acabar de explotar si se van ganando una serie de recursos que las multiplicarían exponencialmente. De la misma forma que se multiplican los pisos de Airbnb que convierten nuestras ciudades en escaparates en vez de sitios decentes donde vivir. Empezó por la vivienda y ha seguido el transporte, nadie sabe a quién le tocará la próxima china. ¿Hay alguien dispuesto a denunciar los pies sucios de barro con los que nos está pisando la llamada nueva economía?