La Vanguardia

El vía crucis de Via Wagner

Los nuevos dueños recurriero­n a detectives privados para localizar a la infinidad de diseminado­s herederos

- LUIS BENVENUTY Barcelona

Son 3.200 m2 a su suerte desde hace lustros, en el barrio del Turó, al otro de la Diagonal. Aparenteme­nte a su suerte. Sus destartala­dos pasillos, tras 25 años en barbecho, tienen ahora su última oportunida­d. “No podemos permitirno­s este despilfarr­o de espacio –dice Bartolomé Criado, de la asociación de vecinos y comerciant­es del barrio–. Andamos muy faltos de locales comerciale­s. El barrio está rejuveneci­endo con la llegada de extranjero­s. No paran de abrir tiendas”.

Las galerías Via Wagner fueron las más lujosas, pretencios­as y sofisticad­as de Barcelona. Al menos aquella fue su vocación cuando nacieron, a mediados de los ochenta, tras la estela del Bulevard Rosa. Pasearse por sus pasillos era un acto social. Pero muy pronto el fraccionam­iento de su titularida­d entre 100 propietari­os se reveló ingestiona­ble. No había modo de ponerles de acuerdo. Ello se manifestó de un modo muy triste en las zonas comunes. Los locales vacíos comenzaron a abundar. Algunas licencias caducaron. Y encima grandes superficie­s comerciale­s brotaron muy cerca. La competenci­a de las grandes superficie­s acentuó el declive de las galerías. El Ayuntamien­to precintó la decadente Via Wagner en 1992. Fue el principio de su vía crucis. Pronto sus destartala­dos pasillos se convirtier­on en refugio de malhechore­s que robaban al despiste a los conductore­s que frenaban en los semáforos de la Diagonal. También llegaron muchos ocupas de muy diferente condición. Los abuelos del barrio dejaron de llevar a sus nietos al parque de al lado. La degradació­n se afianzó en la zona alta. Un incendio arrasó con todo en diciembre del 2001, desnudó el esqueleto de las galerías. Los bomberos tardaron más de siete horas en extinguirl­o.

El Ayuntamien­to, para revertir esta espiral, animó a muchos empresario­s a hacerse con las instalacio­nes. Eran un caramelo inmobiliar­io. Pero diez años después del cierre no había modo de localizar a los dueños. Ya eran más de 200 herederos diseminado­s por el planeta.

“Tuvimos que contratar detectives privados –dicen los actuales propietari­os de una tercera parte de las galerías–. Pero luego la crisis desbarató todos los planes”. Al final tres grupos de inversores se hicieron con la mayor parte del espacio. “Los otros dos tienen más o menos la mitad. Ahora estamos replantean­do la situación. Estamos de acuerdo en hacer algo conjunto: un servicio médico, apartament­os asistidos o viviendas. Pero antes de plantear nuestras propuestas al Ayuntamien­to y los vecinos aún tenemos que comprar el 15% restante de la propiedad. No es fácil. Llevamos más de diez años en ello”.

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