Un pacto por Barcelona
Katharina Wagner, directora del festival de Bayreuth y nieta del compositor, asistió el martes al estreno de Tristan und Isolde en el Liceu. En el brindis en el Saló dels Miralls confesó que se vio gratamente sorprendida por la sensación de normalidad que se vivía en la Rambla. Donde esperaba ver disturbios se topó con turistas despreocupados y barceloneses apurando el black friday. Tanto temía aterrizar en una Barcelona inflamada de manifestaciones que se planteó alojarse en Lloret de Mar. “Es que en Alemania se habla cada día del tema catalán”, alegó.
No hay que subestimar el efecto que tiene la repetición de imágenes de recurso en las televisiones extranjeras: no es lo mismo que TV3 emita vídeos de las agresiones policiales del 1-O (en Catalunya todo el mundo sabe que son de aquella fecha), que lo hagan cadenas de países donde los televidentes no tienen por qué saber que las calles de Barcelona han recuperado la plena normalidad. Cuidado: la ausencia de noticias positivas de dimensión internacional generadas desde la propia Barcelona hace que las audiencias foráneas sigan cautivas de la sensación de desasosiego proyectada hace un mes.
Habrá quien considere importante que Europa no olvide cómo el Gobierno de Mariano Rajoy reprimió las votaciones del 1 de octubre. Pero, más allá de la posición de cada cual en el conflicto catalán, cobra fuerza la idea de que habría que preservar Barcelona del debate político local para no devaluar su condición de ciudad global. Sin una capital poderosa, prestigiada y conectada con los centros de poder, Catalunya sería un territorio irrelevante
Barcelona ha pagado un elevado coste por el proceso. Era ineludible que se convirtiera en escenario principal del conflicto por su condición de capital catalana, pero tal vez ha llegado la hora de preservarla. Su prestigio global está en juego
en un rincón de los mapas.
Es comprensible que el independentismo haya convertido Barcelona en el escenario de sus principales movilizaciones. No podía disponer de mejor escaparate. Cientos de miles de personas manifestándose en tierra de nadie no producen el mismo efecto que ver una postal reconocida por todos invadida por una multitud. Pero es posible que la ciudad haya pagado ya su peaje de exposición pública. Tal vez ha llegado el momento de avanzar hacia un pacto que permita preservar Barcelona al margen de los avatares políticos.
Conviene a Catalunya y conviene también a España, por mucho que aún prevalezca la indisimulada euforia de muchos que ven cómo la diáspora empresarial barcelonesa insufla energías renovadas a un Madrid que hasta hace poco veía con suma preocupación cómo el aeropuerto de El Prat se convertía en el primero del país y cómo a fuerza de Mobile, Alimentaria, I+D, Primavera Sound, Sónar y grandes aquelarres literarios tomaba Barcelona la delantera como ciudad de referencia del sur de Europa.
Es cierto que ese pacto debería empezar a gestarse en el propio Ayuntamiento de Barcelona, algo que parece poco verosímil a corto plazo a la vista de las posturas enconadas que se enfrentan en el pleno municipal. Pero hay indicios positivos. Debería ser tenido en cuenta –de confirmarse en el tiempo– el viraje realizado por la alcaldesa, Ada Colau, mucho más dispuesta que hace un mes a escuchar las opiniones de los sectores económicos y culturales (los nombramientos de Lluís Gómez y Joan Subirats como nuevos comisionados han tenido una buena acogida).
Un pacto que dejara Barcelona al margen de la contienda política debería contemplar, sin embargo, un reconocimiento de que a la capital le ha faltado discurso para seducir al resto de Catalunya. Si admitimos que la Catalunya rural es el jardín de la Catalunya urbana (a escala global, la imagen parece irrefutable), Barcelona tendrá que pronunciarse sobre qué tipo de país quiere tener alrededor. El concepto anglosajón de backyard (el patio adjunto a la vivienda) ofrece un amplio abanico de posibilidades: desde el jardín relegado a la condición de trastero de motosierras y máquinas de podar hasta la prolongación en el exterior de una deslumbrante vivienda.