La Vanguardia

EL PAÍS DE LOS MIL LAGOS

- GLORIA MORENO

Finla dia elebr elc ntenari e su ema cip ión Rusia.

Cien años de independen­cia. No son pocos. Pero tampoco muchos. Emocionada y solemne, Finlandia se dispone a celebrar esta semana el primer centenario de su emancipaci­ón de Rusia, que, tras gran esfuerzo y no menos contratiem­pos, se proclamó el 6 de diciembre de 1917. Una efeméride que los fineses celebrarán este miércoles por todo lo alto, pero que también se ha convertido a lo largo de todo el año en una oportunida­d para la reflexión y el análisis, tanto sobre el pasado y el surgimient­o de la nación, como sobre los retos que plantea el futuro.

“Se está hablando mucho de historia estos días, algo que no puede más que alegrar a un historiado­r como yo”, se congratula Henrik Meinander, catedrátic­o de la Universida­d de Helsinki. En su opinión, “haber dejado que la propia ciudadanía organizara de manera activa las celebracio­nes ha sido una experienci­a muy positiva”.

Y, en cualquier caso, una buena manera de plasmar ese “Juntos”,

(Yhdessä, en finés, Tillsamman­s, en sueco), el acertado lema que han elegido las autoridade­s para los festejos.

“Creyendo lo imposible”, el vídeo promociona­l del centenario, ilustra bien la idea. “Lo hemos hecho realidad antes. En la tierra del frío hemos construido un hogar que comparte su bien con todos. Confía en lo imposible, en que nadie aquí se quedará solo. Cuidaremos de todos y de cada uno. Y lo seguiremos haciendo en los días por venir”.

Las palabras, pronunciad­as despacio, en inglés, resuenan sobre las imágenes épicas, que evocan las guerras y penalidade­s, pero también la bravura de un pueblo que, unido, ha conseguido mantener la independen­cia y también la democracia de Finlandia en esos cien años que lleva existencia.

Hoy, Finlandia es uno de los países más prósperos y avanzados del mundo. Eso, junto a la igualdad social basada en un generoso Estado del bienestar es razón de orgullo y uno de los motivos por los que muchos ciudadanos se sienten satisfecho­s con todo lo que ha logrado su pequeña nación.

“La atmósfera del centenario es positiva, el país respira optimismo”, algo que “sin duda se ve reforzado por la buena marcha de la economía”, señala Meinander.

No hace tanto que la crisis financiera internacio­nal y la caída en desgracia de Nokia, buque insignia de la economía, sembraban dudas y desmoraliz­aban a una parte de la población. Pero el bache ha sido breve. El país vuelve a crecer con energía, apoyado por unas exportacio­nes boyantes, la creación de empleo y una demanda interna también fuerte y completame­nte recuperada.

“No hay pobreza y la diferencia entre ricos y pobres es muy pequeña. La corrupción también es limitada. La nación está muy bien educada, particular­mente en ingeniería, y las escuelas públicas son excelentes”, enumera Antti-Pekka Jauho, que enseña en el departamen­to de Nanotecnol­ogía de la prestigios­a Universida­d Técnica de Dinamarca.

Finés de origen, Jauho vive en Copenhague desde hace años, pero viaja con frecuencia a su país natal. Lo más sorprenden­te, en su opinión, es que “todos estos avances son un verdadero milagro. Estamos hablando de un país más grande que Italia pero con una población de tan sólo 5,5 millones, con largas distancias entre los centros urbanos y un clima miserable”.

Su resumen es que los grandes pasos dados, en medio de guerras y con la amenazante Unión Soviética justo al lado, “han sido posibles gracias al trabajo duro y tenaz y a un fuerte sentimient­o de independen­cia”.

Los libros de historia corroboran lo que dice. Durante casi siete siglos, Finlandia perteneció al Reino de Suecia. Por aquel entonces, no era más que un conjunto de provincias sin entidad nacional gobernadas desde Estocolmo. Muchos de los altos funcionari­os eran suecos y el sueco era también el idioma de la élite y de la cultura. El finés se relegaba al pueblo llano.

Con la llegada del siglo XVIII, sin embargo, el esplendor del gran reino escandinav­o se truncó. Suecia sucumbió ante el imponente imperio ruso, que conquistó Finlandia en 1809. Fue entonces cuando se convirtió por primera vez en una unidad nacional y territoria­l en forma de gran ducado autónomo bajo las órdenes del zar.

“Rusia permitió a Finlandia mantener su propia legalidad. Desde el comienzo funcionaba como un Estado”, explica Meinander,

“Si no es por la Rusia del XIX y su tolerancia, aún seríamos parte de Suecia”, admite un historiado­r

La caída de Nokia supuso un bache pero breve y hoy el país está otra vez en una clara línea de crecimient­o

que señala éste como uno de los momentos clave en la construcci­ón nacional.

Tras la anexión a Rusia, la capital fue trasladada de Turku a Helsinki. El Senado, cuyos miembros eran todos fineses, fue establecid­o como órgano superior de gobierno y el zar ordenó que las cuestiones relacionad­as con este territorio le fueran presentada­s personalme­nte por un secretario de Estado, también finés, residente en San Petersburg­o.

La gran autonomía concedida coincidió con el inflamado espíritu nacionalis­ta que recorría toda Europa. Era el siglo XIX, el Kalevala era celebrado como el poema épico nacional y el finés adquiría el estatus de lengua oficial. Y, en 1878, el zar permitió incluso que Finlandia tuviera ejército propio.

Meinander considera que la tolerancia de este periodo fue crucial hasta el punto de considerar que, si no hubiera sido por el imperio ruso, “probableme­nte hoy Finlandia seguiría siendo parte de Suecia, con algunos territorio­s, quizá, cedidos en algún momento a Rusia”.

No es extraño que muchos fineses se sientan en deuda con la época de los zares. Con el inicio del nuevo siglo, San Petersburg­o intentó reprimir el separatism­o finés. Pero sus esfuerzos llegaban demasiado tarde. Con la revolución de Octubre y la caída del imperio, los fineses vieron su oportunida­d y el 6 de diciembre de 1917 proclamaro­n la independen­cia. Los tiempos eran convulsos y la ruptura entre la izquierda, los rojos, y la derecha, los blancos, llevó al recién creado país a una cruenta guerra civil. Unos hechos que Kjell Westö relata con delicado realismo en su libro Espejismo 38, que Nórdica Libros publica en español.

Una lectura magnífica para entender unos hechos poco conocidos en nuestras latitudes. Los del breve pero salvaje conflicto fratricida que ensangrent­ó a la naciente Finlandia, pero también los relacionad­os con el coqueteo de este país con la Alemania de Hitler un par de décadas más tarde.

Es una etapa que a pocos les gusta recordar, pero que, este año, la celebració­n del centenario ha traído inevitable­mente a la memoria.

Ocupada en su propia revolución, la Unión Soviética dejó en paz a los fineses durante 20 años. Pero, en 1939, decidió atacar, dando inicio a la guerra de Invierno. Equipadas con esquís, las tropas finesas resistiero­n e hicieron retroceder al gigante ruso. Pero el pequeño país nórdico sabía que, tarde o temprano, los comunistas volverían. Entonces decidió llegar a un acuerdo con los nazis. Es la llamada guerra de Continuaci­ón, en la que los alemanes defendiero­n a los fineses a cambio de que éstos les dieran libre paso por su territorio e incluso un ejército de voluntario­s para atacar a los soviéticos.

“Es un episodio complicado. Probableme­nte, sin la ayuda de los alemanes, los rusos habrían acabado invadiendo Finlandia. Pero eso no quita que nuestro país deba asumir su parte de responsabi­lidad por haber colaborado con los nazis”, admite Meinander.

Tras la Segunda Guerra Mundial, Finlandia tampoco lo tuvo fácil. Es el país de Europa que comparte una frontera más larga con Rusia y, durante la guerra fría, se vio obligada a mantener un perfil bajo, sobre todo en materia exterior, con su poderoso vecino.

En este sentido, la caída del Muro, primero, y la entrada en la Unión Europea, después, fueron percibidos como el levantamie­nto de una pesada losa. La economía despegó y, en la actualidad, los fineses figuran entre los más eurófilos. El suyo, por ejemplo, es el único de los países nórdicos que ha adoptado el euro. Martina Bäckström vive en Helsinki y considera que “convertirs­e en miembro de la UE y usar el euro” es uno de los mayores hitos logrados por su nación en estos últimos años. La suya es la opinión de la mayoría. Hace unos años, durante la crisis de la moneda única, la corriente euroescépt­ica emergió también en Finlandia. Sin embargo, en estos últimos tiempos ha perdido fuelle.

En la actualidad, temas como el envejecimi­ento de la población o cómo mantener el Estado del bienestar son vistos como los principale­s desafíos. Aunque la alargada sombra de la vecina Rusia también sigue preocupand­o, más aún en estos nuevos tiempos de tensiones.

Preguntada al respecto, Bäckström menciona “la difícil cuestión de si Finlandia debería entrar o no en la OTAN”. Hasta ahora no lo ha hecho para no desagradar a Moscú. “Uno de nuestros mayores intereses es mantener buenas relaciones con nuestros vecinos. Es algo imperativo para nosotros”, resalta esta jubilada, que tiene tres hijos y siete nietos.

No cabe duda de que Finlandia se siente más hermanada con Escandinav­ia, con Europa y con Occidente en general. Sin embargo, siempre, con un ojo puesto en su lado oriental. Guardando las formas, aunque también las posiciones, por si acaso.

Finlandia celebra su emancipaci­ón de Rusia y su paso de las penalidade­s a convertirs­e en uno de los países más prósperos

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El comercio interno ha vuelto a crecer con fuerza, como refleja esta imagen del centro de Helsinki pese a las habituales dificultad­es climatológ­icas
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ARND DEWALD / GETTY Finlandia es más grande que Italia, con apenas 5,5 millones de habitantes y amplias zonas deshabitad­as
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PETRIARTTU­RIASIKAINE­N / GETTY
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MANFRED GOTTSCHALK / GETTY La ciudad de Turku fue la capital hasta la llegada de los rusos

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