La Vanguardia

La batalla indígena por la tierra en Brasil

Indígenas brasileños luchan por preservar su territorio, frente a la presión de intereses agrícolas y mineros

- ANDY ROBINSON

“Una vez, hace unos 20 años , llegó un grupo de extranjero­s; montaron un campamento, cavaron un barranco en la tierra y sacaron un montón de piedras azules; nos dijeron que si tenían valor, volverían para pagarnos; luego, se marcharon”, recuerda Marcio , de 56 años, abuelo de la etnia macuxi que estaba sentado con su familia extensa delante de su casa de adobe con tejado de paja en la comunidad de Guariba del estado de Roraima, en la gran sabana amazónica, a 100 kilómetros de la frontera con Venezuela.

Aquello fue antes del histórico reconocimi­ento constituci­onal de los territorio­s indígenas, Macuxi, Wapixana, Ingariko Tuarepang y Patamona, del noreste del Amazonas, en el 2005. Desde entonces, los indígenas tienen control sobre 1,7 millones hectáreas de tierra conocidas como Raposa Serra do Sol, un mundo perdido de enormes mesetas de granito y espectacul­ares cascadas dominado por la montaña Roraima, de 2.734 metros, la más alta de Brasil. Aunque, para el pueblo de Marcio, hay otros datos más relevantes que la altura. En la mitología de los macuxi, el monte Roraima es el tronco cortado del árbol de la vida.

La llamada demarcació­n de Raposa Serra do Sol fue una de las victorias más importante­s de las luchas indígenas en Brasil para conseguir el reconocimi­ento y la protección de sus tierras. Tuvieron que librar batallas campales contra los arroceros y los garimpeiro­s (mineros artesanale­s de oro). Pero la constituci­ón progresist­a aprobada en 1988 tras la caída de la dictadura militar los apoyaba, al igual que el primer gobierno de Lula da Silva, cuando el indigenism­o aún figuraba en el ideario de la izquierda brasileña.

Desde entonces, los 23.000 indígenas de la región están relativame­nte protegidos de actividade­s agresivas de agroindust­ria o minería. Marcio y sus vecinos siguen siendo muy pobres pero han ido aprendiend­o nuevas técnicas de ganadería, cultivo de yuca, maíz, patata dulce y han instalado una piscifacto­ría en el río, llena de los enormes y sabrosos peces amazónicos, el tambique. Se ha construido un colegio donde se aprende portugués, español y macuxi. Hay problemas de alcoholism­o en la comunidad –Marcio ya llevaba unas cuantas botellas de cerveza cuando hablamos a las 11 de la mañana–, pero la vida es mucho mejor que antes de la demarcació­n.

Ahora bien, los lobbies extractivi­stas jamás se dan por vencidos. Esto, a fin de cuentas es una zona de buenos pastos en la superficie y, en el subsuelo, grandes depósitos de oro, diamantes, amatistas, bauxita, titanio , uranio, y, el más comentado de todo por los lobistas antidemarc­ación, de niobio. Este metal, de extraordin­aria dureza que, aleado con el acero, es una materia imprescind­ible para la industria aeroespaci­al. En Brasil, que tiene más del 80% de las reservas mundiales, muchos consideran el niobio un tesoro nacional desaprovec­hado.

Los lobbies de la minería y la agroindust­ria tienen aliados muy influyente­s en el Congreso en Brasilia como Romero Juca, el poderoso senador y gran cacique del estado de Roraima. Juca, cuya hija es socia principal de la compañía Boa Vista Minería, lleva años intentando legislar el acceso minero a las tierras indígenas. Estrecho aliado del presidente Michel Temer, se convirtió en el zorro a cargo del gallinero en 1986, cuando fue nombrado presidente de la fundación nacional del Indio (Funai), el organismo federal creado en 1967 para velar pro los intereses de los indígenas. Entonces dio luz verde para que los madereros y mineros artesanale­s de oro entrasen en el territorio de los 25.000 indígenas Yanomami, al oeste de Roraima. Desde 1988, la demarcació­n de nueve millones de hectáreas de las tierras Yanomami, el territorio demarcado más grande de Brasil, ha ayudado a frenar la invasión. Aunque las empresas mineras han solicitado concesione­s en el 55%, por si Juca abre el camino otra vez.

El derecho constituci­onal de demarcació­n para las tierras indígenas fue un enorme logro para la superviven­cia del planeta también. Los 900.000 indígenas en Brasil, divididos en 254 pueblos, la mayoría en la enorme selva de Amazonas, son los guardianes del gran

pulmón del planeta. “La deforestac­ión en las zonas indígenas demarcadas es infinitame­nte menor que en el resto de la selva”, dice Danicley de Aguiar, de Greenpeace en Brasilia.

Sin embargo, en estos momentos, saltan todas las alarmas. El ritmo de demarcació­n ya había ido bajando durante el segundo gobierno de Lula y los gobiernos de Dilma Rousseff. Rousseff aprobó menos demarcacio­nes que ningún presidente desde la firma de la constituci­ón. Pero, con Temer en la presidenci­a, la situación se ha vuelto crítica. Hay casi 1.300 procesos abiertos de demarcació­n pero sólo el 30% han avanzado. Más de 500 solicitude­s ni tan siquiera han recibido una respuesta oficial.

Con el apoyo del senador Romero Juca, Temer va creando la ley de hechos consumados. Anunció en agosto un decreto que abre a la minería una enorme reserva natural de Amazonas –con una superficie de 46.500 kilómetros cuadrados, igual que al comunidad de Aragón, incluye seis territorio­s indígenas–. Al mismo tiempo, se ha presentado un proyecto de ley que permitirá que el Congreso en Bra- silia, tan susceptibl­e a las presiones de los lobbies, tenga la competenci­a de aprobar o rechazar las solicitude­s de demarcació­n en lugar de la Funai. Temer es especialme­nte receptivo a los lobbistas empresaria­les porque depende del apoyo del Congreso para evitar ser juzgado en un caso de corrupción.

En otro frente de ataque, el gobierno ha intentado denegar todas las solicitude­s para territorio­s que no fueron ocupados cuando se firmó la constituci­ón, utilizando como un precedente legal una de las condicione­s incluidas en la demarcació­n Raposa Serra do Sol para apaciguar a algunos de los arroceros. Esto no tuvo grandes prejuicios para los macuxi, pero aplicado a otros procesos de demarcació­n, será un obstáculo insuperabl­e para los indígenas, coincidier­on los expertos consultado­s. “Muchos indígenas viven en sus tierras desde hace 300 o 400 años y últimament­e han sido expulsados por la violencia; ”, dijo Juliana Batista, una abogada del Instituto Socioambie­ntal.

Mientras, la media de indígenas asesinados en disputas sobre la demarcació­n ha subido de 60 a 100 al año en los últimos tres años, concentrad­os en estados como Mato Grosso, Rondonia y Amazonas donde los ganaderos y madereros parecen sentirse envalenton­ados por las medidas gubernamen­tales. En los últimos cuatro años una media anual de 62 indígenas guaraníes han sido asesinados.

Por si todo esto fuera poco, el candidato a las elecciones presidenci­ales del año próximo que más sube en los sondeos es el político populista de ultraderec­ha Jair Bolsonaro, un enemigo implacable de la demarcació­n. Bolsonaro dijo lo siguiente sobre los territorio­s de los macuxi y los yanomami durante una reciente visita a Roraima: “Tienen mucho niobio que puede ser más importante que el petróleo y ¡los han demarcado! Están matando la economía de Roraima “. Y añadió: “El indio no habla nuestro idioma; no tiene dinero, es un pobre desgraciad­o: debe ser integrado a la sociedad en vez de estar criado en un zoológico millonario”.

ALARMA

Con el gobierno de Temer, está parado el reconocimi­ento de tierras a los indígenas

SELVA PROTEGIDA

“La deforestac­ión en las zonas demarcadas es infinitame­nte menor”, defiende Greenpeace

MÁS ASESINATOS

Los indígenas muertos al año por disputas sobre la demarcació­n han pasado de 60 a 100

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PRASIT CHANSAREKO­RN / GETTY
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EVARISTO SA / AFP En la calle. Miembros de varios pueblos indígenas brasileños protestaro­n en la capital a finales de noviembre por los cambios legislativ­os que buscan poner nuevas trabas a la protección de sus tierras, a través de la figura de la demarcació­n
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ANDY ROBINSON Protectore­s. Los 900.000 indígenas que habitan Brasil, divididos en 254 pueblos, la mayoría en la enorme selva de Amazonas, son los auténticos guardianes del gran pulmón del planeta En la constituci­ón. Macio, 56 años y de la etnia macuxi, junto a parte...
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