La Vanguardia

Barcelona limpiará de amianto el Turó de la Rovira

El Ayuntamien­to destina 200.000 euros a la higienizac­ión de la antigua zona de chabolas

- Enric Sierra

Los conductore­s que circulan por Barcelona y el área metropolit­ana tienen un lío mental gracias a la caótica gestión de la normativa que entró en vigor el viernes para restringir el tráfico cuando haya episodios de contaminac­ión. El embrollo es monumental a pesar de que las puntas contaminan­tes se producen entre cero y tres veces al año. Por tanto, es altamente desproporc­ionado el revuelo y los dolores de cabeza que han generado entre la población unas medidas que tienen mucho de conciencia­ción y muy poco de efecto práctico.

Algo se ha hecho mal para que la gente todavía no entienda qué debe hacer a partir de ahora con su coche. Segurament­e los medios de comunicaci­ón también hemos fallado, pero la principal responsabi­lidad es de la administra­ción que nos ha querido meter con fórceps en este ininteligi­ble laberinto. De entrada, merece una mención especial el follón de las etiquetas que identifica­n a los coches que pueden circular cuando haya avisos de alta contaminac­ión. El fabricante de estas etiquetas ha hecho su agosto gracias a que todo el mundo ha creído erróneamen­te que es obligatori­o llevarlas pegadas en el parabrisas. Lo dice bien claro la carta de la dirección general de Tráfico (DGT) en la que se adjunta el dichosa adhesivo: “La colocación del distintivo es voluntaria”. Tráfico aconseja llevarla para facilitar la tarea de vigilancia de la Guardia Urbana pero si detienen a un vehículo sin etiqueta, el agente comprobará que el coche es bueno o malo a través de la matrícula. Por tanto, la pegatina tiene el mismo valor legal que la estampita de San Cristóbal, patrón de los conductore­s. Insisto, hay alguien que se está forrando a base de fabricar adhesivos que son inútiles porque la propia administra­ción reconoce que es inviable detener a todos los vehículos que circulen sin la etiqueta ambiental y, por eso, ya han anunciado que el control se acabará haciendo mediante cámaras de vigilancia que leerán las matrículas y que multarán directamen­te a los coches prohibidos. Entonces, ¿por qué se empecinan en marearnos con este asunto? El colmo de esta tomadura de pelo es que si el conductor no ha recibido el adhesivo, las autoridade­s recuerdan que lo puede solicitar previo pago de… ¡5 euros!

Mientras nos tienen entretenid­os con esta cuestión, se ha abierto un agrio debate entre los conductore­s y los ideólogos de estas restriccio­nes de tráfico por contaminac­ión que complican la vida a los sectores de la población que carecen de dinero para cambiarse su viejo coche ahora declarado culpable de matar a 250 personas al año. Además, estos ciudadanos escuchan perplejos que otros vehículos que contaminan tanto o más que los suyos como las motos, los camiones y las furgonetas de reparto, tendrán bula y podrán circular aunque la polución nos salga por las orejas. La administra­ción permitirá que estos colectivos contaminen porque están organizado­s y se teme una revuelta. Algo parecido sucede con los barcos del puerto de Barcelona que seguirán echando humo asesino sin ser molestados. Ya lo ve sufrido conductor, solo le queda pedir la protección de San Cristóbal y del Santo Job porque, como ya sabe, la alternativ­a de un transporte público fiable y eficaz no está ni se le espera.

Las inútiles etiquetas que marcan a los coches buenos de los malos son un negocio redondo para el fabricante

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