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Los conductores que circulan por Barcelona y el área metropolitana tienen un lío mental gracias a la caótica gestión de la normativa que entró en vigor el viernes para restringir el tráfico cuando haya episodios de contaminación. El embrollo es monumental a pesar de que las puntas contaminantes se producen entre cero y tres veces al año. Por tanto, es altamente desproporcionado el revuelo y los dolores de cabeza que han generado entre la población unas medidas que tienen mucho de concienciación y muy poco de efecto práctico.
Algo se ha hecho mal para que la gente todavía no entienda qué debe hacer a partir de ahora con su coche. Seguramente los medios de comunicación también hemos fallado, pero la principal responsabilidad es de la administración que nos ha querido meter con fórceps en este ininteligible laberinto. De entrada, merece una mención especial el follón de las etiquetas que identifican a los coches que pueden circular cuando haya avisos de alta contaminación. El fabricante de estas etiquetas ha hecho su agosto gracias a que todo el mundo ha creído erróneamente que es obligatorio llevarlas pegadas en el parabrisas. Lo dice bien claro la carta de la dirección general de Tráfico (DGT) en la que se adjunta el dichosa adhesivo: “La colocación del distintivo es voluntaria”. Tráfico aconseja llevarla para facilitar la tarea de vigilancia de la Guardia Urbana pero si detienen a un vehículo sin etiqueta, el agente comprobará que el coche es bueno o malo a través de la matrícula. Por tanto, la pegatina tiene el mismo valor legal que la estampita de San Cristóbal, patrón de los conductores. Insisto, hay alguien que se está forrando a base de fabricar adhesivos que son inútiles porque la propia administración reconoce que es inviable detener a todos los vehículos que circulen sin la etiqueta ambiental y, por eso, ya han anunciado que el control se acabará haciendo mediante cámaras de vigilancia que leerán las matrículas y que multarán directamente a los coches prohibidos. Entonces, ¿por qué se empecinan en marearnos con este asunto? El colmo de esta tomadura de pelo es que si el conductor no ha recibido el adhesivo, las autoridades recuerdan que lo puede solicitar previo pago de… ¡5 euros!
Mientras nos tienen entretenidos con esta cuestión, se ha abierto un agrio debate entre los conductores y los ideólogos de estas restricciones de tráfico por contaminación que complican la vida a los sectores de la población que carecen de dinero para cambiarse su viejo coche ahora declarado culpable de matar a 250 personas al año. Además, estos ciudadanos escuchan perplejos que otros vehículos que contaminan tanto o más que los suyos como las motos, los camiones y las furgonetas de reparto, tendrán bula y podrán circular aunque la polución nos salga por las orejas. La administración permitirá que estos colectivos contaminen porque están organizados y se teme una revuelta. Algo parecido sucede con los barcos del puerto de Barcelona que seguirán echando humo asesino sin ser molestados. Ya lo ve sufrido conductor, solo le queda pedir la protección de San Cristóbal y del Santo Job porque, como ya sabe, la alternativa de un transporte público fiable y eficaz no está ni se le espera.
Las inútiles etiquetas que marcan a los coches buenos de los malos son un negocio redondo para el fabricante