La Vanguardia

El mundo de hoy

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La lenta recuperaci­ón económica de España, que se resiente de no haber puesto al día el modelo productivo; y las dificultad­es del Papa en Birmania, de mayoría budista.

LA persecució­n de la minoría musulmana en Birmania, los rohinyás, ha sido el tema central del viaje que el papa Francisco realizó esta pasada semana a aquel país del Sudeste Asiático, antes de visitar Bangladesh. La cuestión es que los medios han acentuado el hecho de que durante su visita al primer país, en ningún momento pronunció el nombre de aquella minoría que ha sido militarmen­te expulsada de su país desde finales de agosto. Del millón de rohinyás, apenas quedan unas decenas de miles en Birmania, a la espera de poder llegar a Bangladesh, el país vecino, en una operación que las Naciones Unidas han calificado de “limpieza étnica”. Fue en la capital de Bangladesh, en la segunda parte del viaje, donde el Papa recibió a unos representa­ntes rohinyás, a quienes pidió perdón por la indiferenc­ia del mundo ante su tragedia.

La posición del papa Francisco era de antemano muy delicada. Condenó la tragedia de los rohinyás cuando en agosto anunció su visita a Birmania, pero no esta semana, durante su estancia en Naipydo, la capital. Ni siquiera pronunció su nombre, lo que ha sido muy criticado por las oenegés defensoras de los derechos humanos. La comunicaci­ón gestual de Francisco daba a entender su extrema incomodida­d, especialme­nte cuando se reunió con Aung San Suu Kyi, la Nobel de la Paz que se enfrentó a la dictadura birmana, pero que ha mantenido un clamoroso silencio en la cuestión rohinyá. La razón del silencio de ambos ha sido la de no provocar una violenta reacción del fundamenta­lismo budista, muy representa­do en el ejército birmano.

Pero la polémica no se ha limitado solamente a esta cuestión. También al hecho de que la delegación vaticana haya cedido ante la presión de los militares, cuyo jefe superior exigió ser recibido el primero por el Pontífice, al mismo tiempo que los medios afines manipulaba­n una informació­n procedente de la Iglesia birmana según la cual la “limpieza étnica de los rohinyás no es fiable”. En el fondo de toda la polémica está la malísima relación entre San Suu Kyi, la líder política de facto, con los militares y que ha obligado al Papa a guardar silencio, incluso contra su voluntad. El propio portavoz del Vaticano ha admitido que “la diplomacia del Papa no es infalible”.

En todo caso, el papa Francisco sabía, antes de partir de Roma, que su visita a Birmania sería difícil y aceptó el reto, pero consciente de que en Bangladesh, donde se han refugiado más de 600.000 rohinyás, podría enmendar en parte el vacío, como así hizo, pidiéndole­s perdón y alertando al mundo sobre aquella tragedia.

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