La Vanguardia

El anciano... ¿nace o se hace?

- Joaquín Luna

Gracias a la vida saludable, la medicina preventiva y el cine de Hollywood, hoy se ven poco ancianos en las calles y aún menos con bastón, símbolo de la vejez del siglo XX.

El bastón infundía respeto y era un arma de persuasión cotidiana en los parques y jardines en cuanto un balón de reglamento, pongamos por caso, rozaba al anciano y le hacía temer por su integridad física.

Yo no digo que antes todos los ancianos tuviesen mala leche: renqueaban o tenían un bastón, que es muy diferente, a falta de operacione­s de cadera, rehabilita­ciones de fisioterap­ia y espíritu de crecimient­o.

Desde que la gente mayor no lleva bastón, la sociedad es más juvenil y respeta menos a las personas que rebasan los 80 a quienes cuidan y pasean señoras y señores del altiplano.

–¡Usted es hijo de Michelín! Toreé con él muchas tardes. Me llamo Pineda, tengo 80 años cumplidos.

Agustín Díaz Yanes dirige películas –la última, Oro– tiene ocho Goyas pero es el hijo de Michelín, torero de plata de primera que casi pierde la vida

No es que los ancianos tuviesen antes mala leche: llevaban todos bastón, que es muy distinto

en Barcelona, al que le cayó Michelín cuando trabajaba de aprendiz en un taller de reparacion­es. Díaz Yanes ha salido a fumar entre plato y plato en La Barca del Salamanca, donde tenemos banquete de posguerra los taurinos catalanes, con discursos, ovaciones, siete platos y postres.

–Supongo que hace ilusión que recuerden a tu padre con tanto cariño.

–Mucha. Hay algo en el mundo de los toros único: el respeto con el que se trata y se habla de los mayores.

El señor Pineda no necesita bastón, conserva andares de torero y se retira educadamen­te.

Dicen que los gitanos también respetan mucho a sus mayores, como uno también observa en las películas de mafiosos, mafiosos italianos, claro, porque los mafiosos rusos, en cambio, parece que no tengan padre ni madre y sólo piensan en matar por matar.

Yo atribuyo en parte la falta de respeto a los ancianos al desuso del bastón, que imponía autoridad y era el paliativo a la cojera, el reuma, la gota y los años, tan medicables ahora.

Entre que gastan mucho en sanidad y pierden facultades como canguros, entre que muchos no se aclaran con la tecnología y las redes, a los ancianos se les pierde el respeto con cierta facilidad. Los taurinos seremos unos asesinos pero da gusto ver cómo se trata o lo que se dice de este o aquel profesiona­l aunque hayan cumplido los 90 y estén sin tabaco. Quizás porque, junto al personal sanitario y los profesiona­les de las pompas fúnebres, somos gente que no escondemos la muerte y celebramos la vida.

El bastón igualaba: los había dalinianos y con incrustaci­ones y los había austeros. Llevar bastón implica admitir vejez, condición mal vista por la sociedad que quiere mucho a los animales y algo menos a los ancianos, un bien amortizado.

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