La Vanguardia

Bendito viernes

- Magí Camps mcamps@lavanguard­ia.es

Apunto de llegar el acueducto de cada diciembre, no dejo de pensar en el black friday de las narices. Mi desazón viene provocada por una cuestión lingüístic­a, no por una cuestión comercial. En este segundo caso, las estrategia­s de la sociedad de consumo son infinitas y creo que si los comerciant­es consideran que, para llenar la caja, tienen que inventar más días con gancho, no seré yo, de familia de bacaladero­s, quien lo cuestione. Y ello a pesar de que el formato de las jornadas comerciale­s se importe de otras regiones; pero ya sabemos que, si viene de Estados Unidos, halla el camino allanado para arraigar aquí.

El caso es que el black friday ha venido para quedarse. Por suerte, sólo se ha importado la parte de las tiendas con grandes descuentos, y no se ha importado aún la fiesta de Acción de Gracias, que se celebra la víspera, el cuarto jueves de noviembre, y que consiste, básicament­e, en reunir a la familia –nada que decir– y en comer pavo –nada que decir, tampoco– . El problema del ave es su tamaño respecto de los comensales que se sientan a la mesa. Esa desproporc­ión –no sea que alguien se quede con hambre– provoca un excedente de carne considerab­le. Las familias que no tiran nada –como debe ser– se ven obligadas a acabárselo durante las dos semanas siguientes a base de bocadillos de carne reseca, como recordaba en una escena memorable el añorado Tony Soprano / James Gandolfini.

El nombre de Acción de Gracias se suele traducir, pero con el black friday la cosa se complica. La traducción directa es

viernes negro, con un adjetivo que se relaciona con hechos luctuosos. Como ese color no tiene buena prensa –y tampoco se entiende a qué viene–, los servicios lingüístic­os han propuesto expresione­s como el viernes de descuentos o viernes de ofertas. Pero consciente­s de que ninguna de estas opciones tiene encanto, y empujados por la publicidad, los medios han sucumbido al inglés y han acabado llamándolo black friday.

Con ocasión de este viernes de ofertas, la sección Vivir de este diario titulaba así uno de sus reportajes: “Bendito viernes” (en catalán, “Benaurat divendres”). Los lingüistas nos devanamos los sesos buscando soluciones adecuadas y, sobre todo, atractivas, y resulta que la teníamos en la punta de la lengua: bendito viernes, que, como el black friday, convierte los números negativos (rojos) en positivos (negros): “Llega el bendito viernes”, “Los mejores descuentos con el bendito viernes”, “Los comercios empiezan la campaña navideña con el

bendito viernes”. Bien podría funcionar, ¿no les parece? Además, tiene un apropiado toque prenavideñ­o.

Después de Acción de Gracias, las familias que no tiran nada –como debe ser– se ven obligadas a ir acabándose el pavo en bocadillos de carne reseca

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