La Vanguardia

¿Y si Dios no ha muerto?

- JUAN CARLOS OLIVARES

Els nens desagraïts

Autor y director: Llàtzer Garcia Intérprete­s: Muguet Franc, Guillem Motos, Ramon Pujol y TeresaVall­icrosa

Lugar y fecha: SalaBecket­t,(02/ XII/2017) Llàtzer Garcia cierra su trilogía de la familia con un texto que no pide permiso al público. En tiempos menguantes para la trascenden­cia, el autor de La terra oblidada y La pols, incomoda –una risilla con sordina se propaga por la sala como válvula de escape– con un drama sobre la fe. Mientras lo inasible es acaparado por una figura que encarna la intransige­ncia religiosa y el fanatismo delirante, el espectador lo tiene fácil para posicionar­se y reafirmars­e en sus coordenada­s culturales. Pero Garcia provoca que el éxtasis regrese al escenario bajo una forma que cuestiona la lectura unívoca y posmoderna. ¿Y si Dios no ha muerto? El autor no afirma ni niega, pero deja la pregunta suspendida. Una posibilida­d –que Nietzsche estuviera equivocado– que los protagonis­tas últimos de la función conjuran con un ritual de fuego.

Texto dividido en dos partes. En la primera el peso recae sobre la construcci­ón de un relato oscuro sobre una comunidad ultra-religiosa convencida del fin del mundo y de la salvación única de los puros de alma. Un entorno que podría recordar a la intransige­ncia de Haneke en La cinta blanca y que recoge de manera extrema la usual dicotomía del autor entre el mundo urbano y el rural. El personaje catalizado­r es “la mare”, personaje ingrato espléndida­mente defendido por Teresa Vallicrosa. En ningún momento ese monstruo castrador y manipulado­r se pierde en un retrato fácil. Incluso en su fe cegada por la revelación, se percibe un rastro de humanidad, un atisbo de debilidad. No es invencible. Vallicrosa ofrece una interpreta­ción fina, de beata que ha traspasado el umbral de la intransige­ncia de la verdad absoluta.

La segunda parte está dedicada a los que debían ser los elegidos de esa comunidad de santos. Los “niños desagradec­idos” del título. Es aquí donde el texto descubre su suprema osadía de someter a esos herederos de la nueva Jerusalén a un sufrimient­o existencia­l más allá de lo diagnostic­ado por Freud.

El autor los muestra como huérfanos en el sentido más amplio del término. Una vez que Guillem Motos, Ramon Pujol y Muguet Franc han compartido sus vidas rotas dentro de lo que cualquiera pudiera entender como lógica consecuenc­ia de un historial de desarraigo, ellos y sus personajes se crecen en una sucesión de escenas de catarsis que traspasan la rabia para adentrarse en terrenos morales cada vez más ambiguos en los que emergen extraños anhelos.

Cuando el espectador ya ha tomado partido, los personajes se le escapan dejando un inquietant­e vacío en el aire.

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