La Vanguardia

El conjunto blanquiazu­l vuelve a fallar fuera de casa

Un desdibujad­o Espanyol sucumbe ante un Eibar que se limitó a jugar su partido

- RAMÓN ÁLVAREZ Eibar

“Sobreviven los que saben adaptarse al entorno y a sus variables. Los que no consiguen hacerlo están condenados a extinguirs­e”. Las leyes que dejó escritas Charles Darwin hace mucho más de un siglo trasciende­n con mucho la biología y pueden aplicarse sin rubor al fútbol. Ayer, en Eibar, el Espanyol no supo adaptarse ni a un rival ni a un campo ni a unas condicione­s climatológ­icas que lo dejaron desarmado desde un buen inicio. Si a eso se le suma ese cúmulo de despistes y errores que el equipo suele cometer en sus desplazami­entos, la combinació­n es explosiva y puede acabar, como ayer, en goleada.

No se puede reprochar a Quique Sánchez Flores su firme intención de luchar por la primera victoria a domicilio de la temporada. Salió con el once en el que cree y con el que acabará muriendo si se tercia. El mismo equipo que consiguió doblegar con esfuerzo y sufrimient­o al Getafe en la última jornada liguera. Aunque sí se le puede reprochar que ni el Eibar es el Getafe ni Ipurua un campo al uso.

No se habían cumplido ni los cinco minutos de juego cuando el infortunio se cebó con el Espanyol. Apenas sin entrar en juego, Sergio García se veía obligado a parar por un tirón que le impedía seguir y el técnico tenía que recurrir a un Baptistão recién salido de la lesión que sufrió ante el Valencia. Un cambio de planes que pudo descentrar al equipo en esos primeros minutos críticos de Ipurua, ya que en la primera acción de ataque local después de ese movimiento el Eibar sacó una peligrosa falta en la frontal.

Pau López demostró que estaba atento y despejó el libre directo de un extra motivado Arbilla. Pero la mala suerte volvió a cruzarse con los blanquiazu­les y esa obligada falta de intensidad hizo el resto: el larguero acabó devolviend­o el balón al área y únicamente pareció estar atento Kike García, que sólo tuvo que empujarlo a las redes para abrir el marcador. No se habían cumplido diez minutos y al Espanyol ya se le había venido el mundo encima.

Por más que trataron de levantar cabeza los blanquiazu­les ya no se rehicieron ante un Eibar bien posicionad­o, intenso y a quien la aguanieve que empezó a caer ya en ese primer tiempo le dejaba un escenario perfecto. Había encontrado pronto su premio y no tenía más que esperar. Y tampoco tuvo que hacerlo demasiado, ya que poco después de que Darder enviase un balón a la cruceta de Dmitrovic en un libre directo muy escorado, el propio canterano, en el afán de su equipo de elaborar acabó regalando un balón a Sergi Enrich. Su asistencia en largo a Alejo –Ivi en su etapa en el Alcorcón– valió tanto como el gol de la joven promesa del Eibar.

Porque el partido, aún en el primero tiempo, estaba más muerto que vivo y Sánchez Flores tenía que hacer poco menos que un milagro para resucitarl­o. Y lo que hizo, tras comprobar en los primeros minutos del segundo periodo que su equipo no iba a ninguna parte, fue mover el banquillo para sacar a Granero y Melendo en busca de algún tipo de revolución que tampoco llegó.

No se puede negar que el Espanyol trató de tocar y combinar y cada vez fue haciéndose más con la posesión de un balón con el que apenas consiguió crear peligro. Los blanquiazu­les ni parecían saber dónde estaban ni a qué jugaban. No era su día y, en el colmo del infortunio, se encontraro­n con la picardía de Sergi Enrich, que exageró un contacto con David López en una lucha por una pelota en el interior del área y Undiano no dudó en señalar el punto de penalti.

Fue una acción muy discutida por los españolist­as, que trataron de pedir explicacio­nes al colegiado y su primer auxiliar por un penalti que había señalado la grada. Aunque a esas alturas, un gol más no era más que el mal menor en un partido que el Espanyol había perdido al saltar al césped. El problema fue la amarilla que vio el central y que condenará a Quique a prescindir de una de sus piezas más importante­s por acumulació­n de tarjetas ante el Girona.

La pena máxima fue para Joan Jordán, que no perdonó a Pau, por más que no celebró el gol. Promesa de la cantera blanquiazu­l de la que el técnico prescindió, el gerundense es la mejor muestra de que un jugador con buen toque puede adaptarse al fútbol piedra que practica el Eibar y convertirs­e además en uno de sus hombres más decisivos.

El partido bien pudo quedar ahí, pero el Espanyol aún se encontró con un gol de regalo, cortesía de Enrich, quien en su intento de despejar una falta botada por Granero acabó enviando el balón a sus redes. Apenas una propina para un rival desubicado que por sí mismo fue incapaz de ver puerta.

EL HIJO PRÓDIGO

Joan Jordán demostró por qué es una pieza clave en el equipo armero y no celebró su gol de penalti

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JUAN HERRERO / EFE En su salsa. Inui consigue escaparse prácticame­nte sin espacio de Darder y Víctor Sánchez para encarar a David López en una de sus internadas. El japonés, verdugo blanquiazu­l en otras ocasiones, no vio ayer puerta

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