La Vanguardia

Saleh, asesinado en Yemen después de cambiar de bando

- JORDI JOAN BAÑOS Estambul. Correspons­al

El linchamien­to de Gadafi dejó al yemení Ali Abdulah Saleh como el más longevo de los autócratas árabes. Aunque salió chamuscado de la primavera

árabe, logró volver por la puerta de atrás y ha acabado teniendo –en diferido– un final casi tan horrible como el del coronel libio. Las milicias hutíes, aliadas hasta que el sábado oficializó su cambio de bando, lo cazaron ayer como a un conejo cuando abandonaba Saná con destino a su feudo.

Los rebeldes hutíes mostraban ayer su cadáver aún trajeado, con la cabeza ensangrent­ada, siendo cargado en una camioneta. Según algunas fuentes, su convoy de cuatro vehículos había sido intercepta­do con lanzagrana­das a cuarenta kilómetros de la capital yemení. Junto a él murió también tiroteado el secretario general de su partido, el Congreso General del Pueblo.

Horas antes, su mansión fortificad­a en Saná había volado por los aires, tras una cruenta batalla entre los exmilitare­s que le apoyaban y las milicias hutíes. Las escaramuza­s entre unos y otros empezaron la semana pasada y el sábado se convirtier­on en una guerra abierta, después de que

Saleh expresara su voluntad de volver a trabajar con los saudíes, después de más de dos años haciéndole­s la guerra junto a los hutíes.

La “traición” –según estos últimos– fue secundada con bombardeos saudíes sobre la capital, dándole a Saná sus noches más terrorífic­as desde que empezó el conflicto, con 125 muertos, resultado empeorado por una quincena de focos de combate.

Hombre fuerte de Yemen del Norte y luego de la República de Yemen, el mariscal Saleh dominó durante 33 años un país en el que la política, decía, era como “dar pasos de baile sobre la cabeza de serpientes”. Hasta su último requiebro.

Saleh fue aliado de Arabia Saudí, Estados Unidos y el Irak de Sadam Husein en los años ochenta y se convirtió en el primer presidente del Yemen reunificad­o cuando el Yemen del Sur prosoviéti­co dejó de tener una razón de ser. El vendaval de la primavera

árabe le alcanzó en el 2011, cuando, tras alternar la represión sangrienta con las promesas, se convirtió en el cuarto dirigente árabe descabalga­do por las protestas. Sobrevivió a un atentado en su palacio y se refugió en Arabia Saudí, donde accedió a ceder el poder a su vicepresid­ente, Abed Rabo Mansur Hadi, a cambio de que el Parlamento le concediera inmunidad.

No en vano llevaba robados más de 30.000 millones de dólares, según estima un informe de la ONU. Un auténtico crimen en el país más pobre de Oriente Medio, abocado ahora a la catástrofe humana por la guerra civil y el bloqueo de los saudíes, por su pugna regional con Irán.

El matrimonio entre los hutíes y Saleh, aun siendo correligio­narios zaidíes –chiíes– del norte de Yemen, siempre fue de convenienc­ia. Antes habían estado en guerra seis veces y el ejército de Saleh mató a Husein Badrudin al Huti, fundador del movimiento y hermano de sus actuales dirigentes.

La paz parece ahora aún más lejos, en un país de clanes donde las tensiones sectarias y entre el Norte y el Sur se han reavivado y donde el presidente reconocido, Hadi, pasa más tiempo en Riad que en Adén.

VENGANZA

Los hutíes matan a tiros al expresiden­te por lo que califican de “traición”

AUTÓCRATA LONGEVO

Ali Abdulah Saleh fue el hombre fuerte de Yemen durante 33 años

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PATRICK KOVARIK / AFP Ali Abdulah Saleh, en París en el 2006

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