Saleh, asesinado en Yemen después de cambiar de bando
El linchamiento de Gadafi dejó al yemení Ali Abdulah Saleh como el más longevo de los autócratas árabes. Aunque salió chamuscado de la primavera
árabe, logró volver por la puerta de atrás y ha acabado teniendo –en diferido– un final casi tan horrible como el del coronel libio. Las milicias hutíes, aliadas hasta que el sábado oficializó su cambio de bando, lo cazaron ayer como a un conejo cuando abandonaba Saná con destino a su feudo.
Los rebeldes hutíes mostraban ayer su cadáver aún trajeado, con la cabeza ensangrentada, siendo cargado en una camioneta. Según algunas fuentes, su convoy de cuatro vehículos había sido interceptado con lanzagranadas a cuarenta kilómetros de la capital yemení. Junto a él murió también tiroteado el secretario general de su partido, el Congreso General del Pueblo.
Horas antes, su mansión fortificada en Saná había volado por los aires, tras una cruenta batalla entre los exmilitares que le apoyaban y las milicias hutíes. Las escaramuzas entre unos y otros empezaron la semana pasada y el sábado se convirtieron en una guerra abierta, después de que
Saleh expresara su voluntad de volver a trabajar con los saudíes, después de más de dos años haciéndoles la guerra junto a los hutíes.
La “traición” –según estos últimos– fue secundada con bombardeos saudíes sobre la capital, dándole a Saná sus noches más terroríficas desde que empezó el conflicto, con 125 muertos, resultado empeorado por una quincena de focos de combate.
Hombre fuerte de Yemen del Norte y luego de la República de Yemen, el mariscal Saleh dominó durante 33 años un país en el que la política, decía, era como “dar pasos de baile sobre la cabeza de serpientes”. Hasta su último requiebro.
Saleh fue aliado de Arabia Saudí, Estados Unidos y el Irak de Sadam Husein en los años ochenta y se convirtió en el primer presidente del Yemen reunificado cuando el Yemen del Sur prosoviético dejó de tener una razón de ser. El vendaval de la primavera
árabe le alcanzó en el 2011, cuando, tras alternar la represión sangrienta con las promesas, se convirtió en el cuarto dirigente árabe descabalgado por las protestas. Sobrevivió a un atentado en su palacio y se refugió en Arabia Saudí, donde accedió a ceder el poder a su vicepresidente, Abed Rabo Mansur Hadi, a cambio de que el Parlamento le concediera inmunidad.
No en vano llevaba robados más de 30.000 millones de dólares, según estima un informe de la ONU. Un auténtico crimen en el país más pobre de Oriente Medio, abocado ahora a la catástrofe humana por la guerra civil y el bloqueo de los saudíes, por su pugna regional con Irán.
El matrimonio entre los hutíes y Saleh, aun siendo correligionarios zaidíes –chiíes– del norte de Yemen, siempre fue de conveniencia. Antes habían estado en guerra seis veces y el ejército de Saleh mató a Husein Badrudin al Huti, fundador del movimiento y hermano de sus actuales dirigentes.
La paz parece ahora aún más lejos, en un país de clanes donde las tensiones sectarias y entre el Norte y el Sur se han reavivado y donde el presidente reconocido, Hadi, pasa más tiempo en Riad que en Adén.
VENGANZA
Los hutíes matan a tiros al expresidente por lo que califican de “traición”
AUTÓCRATA LONGEVO
Ali Abdulah Saleh fue el hombre fuerte de Yemen durante 33 años