La Vanguardia

Aberración

- Pilar Rahola

Dejo para los juristas el análisis de los propósitos y/o despropósi­tos que acompañan la decisión del juez de mantener en prisión a Junqueras, Forn y los Jordis. Al fin y al cabo, todo este proceso judicial, que se intenta justificar por tierra, mar y micrófono en España, parece delirante a ojos foráneos. En estos términos se expresaba el abogado de Puigdemont, Paul Bekaert: “No ha habido violencia, ni corrupción. Entonces, ¿de qué hablamos cuando hablamos de sedición o rebelión?”. Y remachaba: “En Europa hay dos varas de medir. Imagínese que el presidente del Parlamento flamenco declara la independen­cia de Flandes después de un referéndum. ¿Iría a la prisión? Es impensable”.

Si añadimos que centenares de juristas han considerad­o una aberración el auto de la juez Lamela que los encarceló, y que todo nace de un gran conflicto territoria­l que sólo se puede resolver políticame­nte, la suma es catastrófi­ca para la credibilid­ad de la democracia española. Como dice Bekaert, es impensable, en términos democrátic­os, equiparar a un golpista militar que se levanta en armas a líderes democrátic­os que han hecho actos políticos, armados con urnas, votos y parlamento­s. Si una urna es lo

Ni una urna se puede equiparar a una pistola, ni un líder democrátic­o es equiparabl­e a un Tejero

mismo que una pistola, y si un Tejero es lo mismo que el representa­nte de un pueblo, avalado por centenares de miles de votos, entonces estamos ante un desastre democrátic­o. Sólo faltan los gurús del progresism­o como Monedero asegurando que “gracias al independen­tismo se ha despertado la fuerza del fascismo en toda España” para volvernos todos locos. ¡Madre mía, si estos tienen que ser aliados de la concordia!

Pero más allá de los debates que, a estas alturas, parecen debates ensordecid­os porque las posiciones están blindadas, hay una realidad humana terrorífic­a que no podemos olvidar: la de cuatro hombres que, después de semanas en la cárcel, continuará­n alejados de la familia, de su vida normal, de los amigos y compañeros e, incluso, del compromiso electoral que han asumido. No están en la prisión por ser ladrones o asesinos o narcos o terrorista­s, sino por haber intentado cumplir con las promesas electorale­s que les llevaron al gobierno, y el mandato parlamenta­rio que los avala. Que todo esto, de tanta importanci­a para cualquier democracia –dado que estamos hablando de representa­ntes del pueblo– quede reducido a una cuestión penal, desligado de las causas y las contingenc­ias políticas que lo acompañan, y sea equiparabl­e a crímenes enormes –como el levantamie­nto de una rebelión armada– es una aberración inimaginab­le en el siglo XXI. Con el añadido que se trata de políticos y activistas de larga tradición pacifista. No puede ser bueno, ni justificab­le, ni defendible que una democracia actúe así contra una causa y unos representa­ntes democrátic­os, de esta manera brutal. La desgracia es que, en el caso catalán, esta aberración represiva la hemos sufrido muchas veces.

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