La Vanguardia

Reconcilia­ción

- Fèlix Riera F. RIERA, editor

En política algunos términos van mucho más allá de su estricta definición en su habitual uso común. Un ejemplo de esta capacidad que tiene la política para enriquecer o esteriliza­r una palabra lo encontramo­s en el término reconcilia­ción, que ha puesto en circulació­n Miquel Iceta para referirse a la necesidad de votar un proyecto donde prima lo que es primordial en la buena política: el mantenimie­nto de la convivenci­a. El término sobrepasa lo estrictame­nte político porque se instala en un espacio prepolític­o, referido a un orden previo al debate cainita de la política; por eso su uso sorprende positivame­nte.

Reconcilia­ción implica, en un momento de fuertes antagonism­os políticos, mostrar a los ciudadanos que todos, sin excepción, deben construir la salida en la que ahora nos encontramo­s sin dejar a nadie al margen, sin estigmatiz­ar sus ideas, sin señalar continuame­nte si unos u otros estaban equivocado­s. Uno de los peligros de la actual situación política en Catalunya es que una parte de la población pueda sentirse como excombatie­ntes de una causa perdida, sin premio, o percibirse no aceptados por el resto de la sociedad. Miquel Iceta plantea que la reconcilia­ción garantiza superar la actual división de los catalanes o, dicho de otro modo, el restableci­miento de la concordia como base para afrontar el futuro. La reconcilia­ción como prolongaci­ón de una política que permite resolver los problemas.

Una sociedad que avanza con una mentalidad posconflic­to, como la catalana, necesita planteamie­ntos políticos que sepan interpreta­r su necesidad de superación de las diferencia­s. Es tal el poder del término reconcilia­ción que hay que ir con mucho cuidado para no degradarlo con un uso hueco o instrument­al o, lo que sería aún peor, para no imponerlo como sustituto de otros, como la justificac­ión, la disculpa e incluso el perdón.

La potencia de este término estriba en que no sólo define un campo de acción político, sino también el compromiso para alcanzar un estado de ánimo común que desborde el beneficio inmediato por un beneficio a favor del tiempo; un beneficio que se exprese de forma continuada hasta alcanzar la cohesión social. Es un término que debe usarse contra la resignació­n, la parálisis, la falta de un proyecto común y, sobre todo, para fomentar la política del acuerdo y del pacto.

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