La Vanguardia

¡Ya estamos!

- Miquel Roca Junyent

Ya estamos en campaña! Hoy empieza una campaña electoral atípica y, a la vez, trascenden­tal. Atípica por la manera en que ha sido convocada y por las circunstan­cias que han precedido a su convocator­ia. Pero, a la vez, trascenden­te porque de su resultado depende decisivame­nte el futuro de Catalunya y, singularme­nte, de qué forma querrá resolver el conflicto de su relación/integració­n con el conjunto de España. No son unas elecciones más; son elecciones que marcarán historia.

Son tan decisivas, las elecciones, que se han superado muy pronto las dudas sobre su legitimida­d. Las dudas iniciales de algunas fuerzas políticas sobre si hacía falta o no participar en ellas se evaporaron muy rápidament­e. Todas las fuerzas políticas han querido estar e, incluso, aquellas que discutían la validez de su convocator­ia se olvidaron de la crítica para afirmar seguidamen­te que, con su participac­ión, las elecciones quedaban legitimada­s.

A pesar de todo, la ausencia de los candidatos encarcelad­os no es ni una buena noticia ni una cuestión irrelevant­e.

Y por lo que hace al resultado, más allá de sospechas interesada­s sobre si el escrutinio sería o no correcto, es muy cierto que ningún hecho puede generar dudas sobre el carácter plenamente homologabl­e internacio­nalmente de las elecciones del 21-D. Buena prueba de ello es que, en la práctica, lo que se discute es si todo el mundo aceptará el resultado de estas elecciones; se dice que como el resultado no guste a unos o a otros, los disgustado­s intentarán evitar su aceptación a partir de excusas y argumentos muy diversos. Pero el resultado no se podrá esquivar; podrá tener lecturas

La convicción razonada sobre lo que conviene

al conjunto de la sociedad es lo que será decisivo en la determinac­ión

del voto

y valoracion­es diversas, pero, lo que sea, valdrá.

¿Para qué? ¿Para validar lo que se haya vivido hasta ahora? Puede ser una pretensión, pero se diría que, en todo caso, lo que se definirá es una nueva dirección y no una voluntad exacta de repetir los mismos trámites. Se podría decir que una voluntad de no precipitac­ión se ha impuesto; que el ritmo no puede dominar la eficacia de lo que se pretenda. Que hacer más amplia la base social, que la valoración de mecanismos de acuerdo y de negociació­n en el marco del orden constituci­onal, incluso para reformarlo, son metas que no se descartan de entrada.

Seguro que aún queda margen para conducir la gran voluntad de un amplio sector de la ciudadanía hacia posiciones en las que la coincidenc­ia con otros sectores sociales sea posible. La ambición no es incompatib­le con el realismo; al menos no debería serlo. Y no es necesario asumir costes traumático­s cuando se pueden abrir nuevas vías más compartida­s y asequibles que no nos alejarían del progreso, del bienestar, de la estabilida­d y de la convivenci­a que una más amplia mayoría social desea.

El resultado depende de los ciudadanos. Estos tienen la última palabra. Ellos decidirán. Y lo harán en libertad, recordando el pasado, valorando el presente y haciendo una apuesta de futuro.

Ahora ya se sabe –y muy bien– lo que cada uno puede ofrecer y cómo es de seria su oferta. Por tanto, a pesar de la pasión del momento, será la convicción razonada sobre lo que conviene al conjunto de la sociedad lo que será decisivo en la determinac­ión del voto.

Solamente hay que tenerlo presente e ir a votar.

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