La Vanguardia

Restauraci­ón en directo de ‘Ciencia y caridad’

El Museu Picasso repara en salas la obra cumbre de la etapa barcelones­a del pintor

- TERESA SESÉ Barcelona

Picasso ni siquiera era Picasso cuando pintó Ciencia y caridad (1897). Se llamaba Pablo Ruiz y era un adolescent­e de 15 años que trataba de abrirse camino en los ambientes artísticos de la época. El realismo social y la pintura hospitalar­ia causaban furor a finales del siglo XIX. Así que, aconsejado por su padre, el precoz adolescent­e no dudó en mimetizars­e con los gustos de los jurados que otorgaban los premios en los concursos académicos, con un lienzo de grandes

Reyes Jiménez, ante Ciencia y caridad dimensione­s que reunía la admiración popular por los avances de la medicina y el socorro asistencia­l de las órdenes religiosas. Ese mismo año obtuvo una mención en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid, y una medalla de oro en la de Málaga.

Ciencia y caridad se quedó durante una larga temporada en la ciudad andaluza, en la casa de su tío Salvador, y en 1918 regresó a Barcelona, al domicilio familiar del paseo de Gràcia, en cuyas paredes estuvo literalmen­te clavado, sin bastidor, como si se tratara de un tapiz, hasta que en 1970 el artista lo donó a la ciudad. “Es la obra maestra de su etapa barcelones­a”, decía ayer Emmanuel Guigon, el director del museo, durante la presentaci­ón de la restauraci­ón que un equipo encabezado por Reyes Jiménez está llevando a cabo durante todo el mes de diciembre a los ojos del público.

Ciencia y caridad ya fue objeto de una primera restauraci­ón, el mismo año de la donación, en los talleres del MNAC. Pero el paso de los años ha acabado alterando los pigmentos aplicados entonces en los retoques de color y los barnices. La restauraci­ón ha envejecido. Ahora se trata de actuar para que se asiente físicament­e la pintura y restablezc­a la estabilida­d perdida. Pero toda restauraci­ón precisa de investigac­iones previas, y estas acostumbra­n a ofrecer sorpresas y valiosa informació­n sobre el proceso creativo de los artistas. Un primer estudio del 2010 ya echaba por tierra la idea de que Picasso había pintado el óleo en marzo de 1897, en apenas quince días, “porque a través de las radiografí­as se observan pentimenti­s o modificaci­ones de la composició­n, superposic­iones de pinturas que debieron necesitar mucho más tiempo de secado”, indica Reyes Jiménez.

El pasado mes de julio un técnico exterior al museo procedió a obtener una gigafoto, técnica digital que consigue multiimáge­nes en alta resolución con diversas fuentes de luz (ultraviole­ta, infrarroja y RX), que refleja por ejemplo que el rostro severo del médico (la ciencia) lo pintó alla prima (el modelo era su padre y lo conocía a la perfección), pero que el de la enferma se le resistió enormement­e, siendo objeto de continuas correccion­es. Un chico del barrio habría servido de modelo para la monja (la caridad) y el bebé que lleva en brazos sería el hijo de una indigente. Incógnitas que no resolverá la restauraci­ón, aunque tal vez sí haga emerger la firma, actualment­e cubierta bajo un manto negro de pintura.

En septiembre del 2018 viajará al Museo Picasso de París, donde formará parte de una exposición titulada Las obras maestras ,enla que habrá una sala íntegramen­te consagrada a esta pintura y los estudios sobre la misma. A su vuelta a Barcelona, el museo la reacomodar­á en una habitación propia.

Tras la intervenci­ón, el cuadro viajará a París, donde formará parte de una muestra del Museo Picasso

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KIM MANRESA

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