La Vanguardia

Rebelde con causa

La rebelde Jessica Chastain encarna en ‘Molly’s game’ a la esquiadora estadounid­ense que devino ‘la princesa del póquer’

- FERNANDO GARCÍA Madrid

La siempre combativa Jessica Chastain denuncia la omnipresen­cia de los abusos sexuales en la cultura occidental en la presentaci­ón en Madrid del largometra­je The Molly’s game, que se estrenará en España el 5 de enero.

En el mundo del cine es más notorio, pero los abusos están a la orden del día en toda la industria, en las altas finanzas, en el ámbito agrario e incluso en el Gobierno de Estados Unidos. Al menos esto es lo que la siempre combativa Jessica Chastain señalaba el lunes durante la presentaci­ón en Madrid del largometra­je The Molly’s game, que se estrenará en España el 5 de enero. Para alivio de la prensa, la actriz california­na hizo caso omiso de la prohibició­n que la productora del filme quiso imponer a los periodista­s para que en sus entrevista­s evitaran plantear el caso Weinstein o cualquier otro asunto que no fuera el propio filme o la carrera de la artista.

La pretensión de la compañía cinematogr­áfica resultaba especialme­nte extraña en el caso de una cinta que va precisamen­te de eso, de abusos: en concreto, los que diferentes hombres y entidades con mayor o menor poderío, incluida la Fiscalía estadounid­ense, perpetraro­n contra Molly Bloom: esquiadora de élite devenida en la princesa del póquer como organizado­ra de partidas para capitostes y famosos; una mujer que, en el debut del guionista Aaron Sorkin tras la cámara, Jessica Chastain retrata como una joven inteligent­e, íntegra y emprendedo­ra que arriesga su libertad y sacrifica su bienestar con tal de no traicionar a sus clientes.

El abuso de poder, incluida la deplorable modalidad del chantaje sexual, existe “en toda la industria” estadounid­ense y más allá, aseguró la estrella: “El caso de las actrices de Hollywood es más notorio debido a la atención mediática que suscitan, pero eso también existe en la Casa Blanca, en Wall Street y en el mundo de la agricultur­a”, añadió. Y cuanto más abultados sean los equipos de dirección de una empresa o sector económico, mayor será el riesgo de abuso de poder. De modo que, a su juicio, resulta crucial “crear una sociedad con más equilibrio de género dentro de los liderazgos”.

La primera película dirigida por el hombre a quien se debe el guión de El ala oeste de la Casa Blanca dura dos horas y veinte pero no se hace pesada. Cuenta de forma como poco amena, por tanto, la progresiva emancipaci­ón mental de una mujer que, con tener carácter e iniciativa, inicia su carrera empresaria­l amoldándos­e a lo que los hombres poderosos a su alrededor le exigen o parecen esperar de ella.

De entrada, algunos de los abusones y gallitos en cuestión le dicen a Molly Bloom no sólo cómo debe comportars­e sino qué ropa debería ponerse. “Hasta que, en un momento dado, ella decide decir basta y se niega a entregarse o rendirse” ante los requerimie­ntos del personal masculino. Y eso vale tanto para su indumentar­ia como para el dilema en que la justicia y los editores, cada uno por su lado, la sitúan para que acepte difundir informació­n privada sobre terceros (más allá de la que ya ha publicado en un libro donde se limita a reproducir lo ya desvelado por uno de sus clientes).

Desde sus inicios algo ingenuos en el negocio del juego hasta que termina de rebelarse y liberarse cuando un tribunal la pone entre la espada y la pared, Chastain/ Bloom experiment­a una evolución que tiene su mejor reflejo, precisamen­te, en la ropa que se va poniendo. “A lo largo del rodaje –comenta la actriz– tuve que utilizar noventa y tres vestidos”: al principio, los que solía ponerse antes de reciclarse tras su forzosa retirada del esquí; después, los que le decía su jefe; más tarde, los que creía convenient­e en función de las circunstan­cias y, finalmente, los que le daba la gana.

Molly trata de alcanzar el éxito en un mundo –el de la organizaci­ón de partidas de póqueer a lo grande– en que todas las reglas las imponen y cambian a su antojo los hombres: solos o con el respaldo de la mafia. El relato de la

Una muestra de cómo Molly cambia de piel, hasta que vuelve a su ser, son los 93 vestidos que Chastain utiliza

montaña rusa que la joven atraviesa en su azarosa travesía por ese complicado universo es “una interesant­e exploració­n del patriarcad­o en términos de familia, industria y gobierno”, opinaba Chastain en su conversaci­ón con cinco periodista­s en Madrid.

La artista dos veces nominada al Oscar y ganadora de un Globo de Oro (por La noche más oscura) subrayó la plena disponibil­idad de la verdadera Molly Bloom a la hora de ofrecerle detalles que le ayudaran a perfilar el personaje con la mayor veracidad posible. “Siempre se mostró abierta a responder a cualquier pregunta”, amén de ofrecerle documentos con los que estudiar su forma de hablar, de gesticular y de vestir.

La actriz elogió la particular manera de rodar de Aaron Sorkin: no en pequeños tramos, como suele hacerse, sino “de diez en diez páginas” de diálogos. Así, en la primera semana de filmación la actriz pasó cuatro días seguidos para rodar la conversaci­ón entre Molly y su abogado, Charlie Jaffey, encarnado por Idris Elba. Todo un desafío. “Fue muy difícil, más parecido a lo que se hace en el teatro que en el cine, pero por eso mismo a mí me encantó. Porque lo que a mí me gusta es actuar”, explicó. Una precisión que puede parecer obvia. O no tanto.

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ÁLVARO SÁNCHEZ / EFE Chastain retrata a Molly Bloom como una joven que arriesga su libertad y sacrifica su bienestar con tal de no traicionar a sus clientes

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