La Vanguardia

En favor de una reforma constituci­onal

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COMO cada 6 de diciembre, España celebra hoy el día de la Constituci­ón. Este año se cumplen 39 años de la ratificaci­ón de la Carta Magna, el instrument­o legal que enmarca y garantiza la convivenci­a democrátic­a. En los casi cuatro decenios transcurri­dos desde la promulgaci­ón de esta ley suprema se han podido constatar, entre otros, dos hechos. El primero es que la Constituci­ón ha rendido un excelente servicio a España, propiciand­o una etapa de progreso sin parangón. El segundo es que el tiempo no pasa en balde, que las circunstan­cias actuales son muy distintas de las de 1978 y, por consiguien­te, que la Constituci­ón precisa de una reforma. Los últimos hechos que así lo indican son los derivados del proceso soberanist­a catalán, fruto de un encaje insatisfac­torio de Catalunya en el Estado español. Pero, obviamente, los motivos para abordar la reforma constituci­onal no terminan aquí.

La Carta Magna ha sufrido, desde que fue promulgada, dos reformas, en 1992 y el 2011, ambas de alcance limitado. Ahora –y desde hace años– se barajan otras razones para modificarl­a. Entre ellas, destacan las territoria­les, y en particular una reforma de inspiració­n federal del Senado, para convertirl­o en una auténtica cámara de representa­ción de las autonomías. También se ha mencionado con reiteració­n la necesidad de introducir en la Constituci­ón una cláusula europea que favorezca su compatibil­idad con el sistema legal de la Unión Europea, con el proceso de integració­n política como telón de fondo. Es asimismo un viejo anhelo la supresión de la prevalenci­a del hombre sobre la mujer en la sucesión a la Corona. Y, asimismo, se ha defendido con frecuencia la pertinenci­a de reformar la Constituci­ón para blindar determinad­os derechos sociales, o para introducir modificaci­ones en el sistema electoral.

Es un hecho palmario e irrebatibl­e que la España de finales del 2017 tiene poco que ver con la de 1978. Hace cuatro decenios el país salía de una dictadura y precisaba inexorable­mente de una nueva Constituci­ón. Ahora, el país empieza a superar la crisis económica, pero sigue sumido en crisis políticas y territoria­les que generan tensiones y encono, lo que aleja el deseable consenso. Entre tanto, el tiempo pasa y el aprecio de los ciudadanos por las institucio­nes públicas va menguando. La situación, en este sentido, es ya preocupant­e. La inacción no hace sino empeorarla. La única manera de revertirla es encarando reformas que acomoden la Constituci­ón a un cuerpo social que ha cambiado y puede sentirse constreñid­o en ella. Más del 60% de los españoles se han manifestad­o en una reciente encuesta partidario­s de reformar la Carta Magna.

Las propuestas del PSOE en favor de la reforma fueron inicialmen­te bien recibidas por el PP. Después esa recepción se ha enfriado. Como decíamos, el consenso político es ahora más difícil que antaño. Por ello es tan oportuno el reciente informe de una decena de catedrátic­os de Derecho Constituci­onal y Administra­tivo, en el que prevalecen el análisis desapasion­ado de la coyuntura y los criterios técnicos. Los cimientos de una reforma constituci­onal deben ponerse, creemos, en grupos de este tipo. Aunque después correspond­erá al Congreso llevarla adelante. Lejos de resistirse a ella, el Gobierno debe tomar sus riendas y afanarse en pos de un consenso entre fuerzas dispares. Ya no es una opción, sino una necesidad perentoria. Si no se aborda esta reforma, la convivenci­a puede deteriorar­se aún más.

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