La Vanguardia

La Constituci­ón

- Pilar Rahola

Hoy se celebra un símbolo del que muchos se apropian, pero pocos creen. A pesar de que la Constituci­ón fue un intento de aunar derechos individual­es y colectivos en un marco legal, y conseguir una España moderna e inserida en los retos de futuro, lo cierto es que fracasó en ese intento.

Alguien dirá que parto de una tesis ingenua, que nunca hubo esa voluntad, que fue una Constituci­ón tutelada por el ejército y los poderes fácticos de la época (las famosas llamadas con uniforme), que no existió ni atisbo de intención de resolver el encaje de las naciones históricas, y que ahora ya sabemos que fue una solemne estafa. En el otro lado, habrá quien maldecirá estas afirmacion­es y asegurará que esa ley de leyes ha permitido el periodo más largo de democracia de la turbulenta historia española. Y ambas orillas tendrán razón. Es una evidencia que la Constituci­ón creó el marco de libertades en el que ahora nos movemos, y también lo es que el momento estaba tutelado por el antiguo régimen, el miedo colectivo y las ansias de salir de aquel agujero, aunque fuera a base de concesione­s dolorosas. Y ambos polos hicieron lo que pudieron por balancear hacia su posición. De ahí

La Carta Magna es más liberal y tolerante que el uso y abuso que de ella hacen el PP y compañía

surgió un texto que después ha sido usado, manoseado, cambiado con nocturnida­d, utilizado para los rotos de la política y el resto de participio­s que conocemos. Y si bien aún puede dar mucho de sí, porque tiene amplios márgenes de interpreta­ción, también es cierto que se inspiró en otro momento histórico, que la mayoría de los ciudadanos actuales no la votaron y que en muchos sentidos está obsoleta.

Todo lo dicho, sin embargo, es poco relevante ante lo que está ocurriendo. Porque la cuestión no es el texto de la Carta Magna, sino la apropiació­n indebida que se ha hecho por parte de una España centrípeta, encerrada en sí misma, con claros tics contrarref­ormistas y una irrefrenab­le obsesión por la uniformida­d. Además de una tendencia por resolver, vía represiva, sus cuitas políticas. Creo que podemos decir con rotundidad –y está dicho por grandes constituci­onalistas– que la Constituci­ón es más liberal, más abierta y más tolerante que el uso que de ella hacen el PP y compañía. En la cuestión catalana, ello es muy claro, porque está harto demostrado que incluso la consulta catalana cabía en la Constituci­ón y, desde luego, su espíritu nunca habría inspirado cárceles, porras y golpes contra las institucio­nes catalanas.

Ese es el drama de la Constituci­ón española, que los custodios de la fe, los guardianes del Santo Grial la usan a su antojo y la pervierten, hasta el punto de que han conseguido que, lejos de amparar derechos, sea el martillo que los destruye. Son los mismos que hablan en nombre de la democracia y están dejando la democracia en los huesos. Aunque no es nada extraño: muchos de los que ahora la defienden con uñas, cuando tocaba no creyeron en ella. Lo del Papa y el papismo.

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