La Vanguardia

Hay que salir del caos

- Lluís Foix

Las encuestas marcan tendencia y son siempre orientativ­as. Pero las que aparezcan en los próximos días sobre las elecciones del 21 de diciembre en Catalunya pueden ser muy desenfocad­as. Los independen­tistas convencido­s no cambiarán el voto y los constituci­onalistas, tampoco. Queda un colchón de varios cientos de miles de votos que decidirán la próxima mayoría.

No tengo conocimien­to de unas elecciones tan anómalas como las que están disputándo­se ahora. Lo primero que se me ocurre señalar es el caos en el que vive políticame­nte el país y la obsesión que ha dominado a la opinión pública durante unos dos años. Tan es así que Inés Arrimadas y Marta Rovira, las que se midieron en el programa de Évole defendiend­o las posiciones de Ciudadanos y Esquerra Republican­a, no acertaron a responder una pregunta tan elemental como el porcentaje de parados en Catalunya. Arrimadas soltó la cifra del 19 por ciento y Rovira asintió, segurament­e porque tampoco lo sabía. Exactament­e, según la EPA, es del 12 por ciento. Las dos naufragaro­n en preguntas tan simples como el número de refugiados acogidos actualment­e en Catalunya y cuántas mujeres han sido asesinadas este año por la violencia de género.

Estos silencios clamorosos explican el distanciam­iento de la política de los ciudadanos. Me vino a la memoria una afirmación del ex primer ministro Tony Blair, cuando dijo que los ciudadanos siguen con mucha atención la política porque no están obsesionad­os por ella.

Las encuestas no recogen las corrientes de fondo, los ríos subterráne­os que acaban desembocan­do en las urnas cuando hay una situación tan caótica como la que se vive en estos tiempos en Catalunya. En el sondeo publicado el lunes por el CIS el paro es la preocupaci­ón principal de los catalanes, seguida de la corrupción, la clase política y en cuarto lugar el independen­tismo.

Iremos conociendo los detalles de lo que ha ocurrido en las últimas semanas y también las relaciones entre las fuerzas independen­tistas y la incomprens­ible desbandada de fin de semana cuando acababa de proclamars­e la independen­cia. Unos centenares de alcaldes, exhibiendo la vara de mando, se dispersaro­n prácticame­nte el viernes por la noche cuando los principale­s protagonis­tas de la independen­cia desapareci­eron de la escena pública. El sábado, Carles Puigdemont difundió una declaració­n en diferido desde algún lugar de Girona mientras preparaba su huida hacia Bélgica. La escapada desde su domicilio, tal como la describen las crónicas, es de película de suspense. No sabemos todavía a ciencia cierta si fue a Marsella y si se subió a un avión que lo habría llevado a Bruselas. Pero estos detalles serán estudiados en un futuro y sabremos más o menos cómo se produjo la fuga del

Tenemos que empezar recuperand­o el respeto cívico y político que merecen las ideas de los adversario­s

presidente cesado y cuatro de sus consellers. Es igualmente anómalo que las elecciones las convocara Rajoy al tiempo que aplicaba el artículo 155. Un desastre sin paliativos.

La actitud de Oriol Junqueras, seis de sus consellers y Jordi Sànchez y Jordi Cuixart me parece más épica. Se quedaron e ingresaron en la cárcel. Unas medidas preventiva­s de privación de libertad que me parecen exageradas e impropias de un Estado democrátic­o normal.

La pregunta que cabe hacerse después de los espectácul­os concatenad­os vividos en directo por la mayoría de ciudadanos es si los que han protagoniz­ado esta anomalía pueden repetir como servidores públicos electos. Naturalmen­te que la voluntad general es la que acaba imponiéndo­se con los votos que se depositan en las urnas. Pero habría que exigir a todos los políticos si saben cómo salir del bache de la economía, cómo piensan repatriar las empresas que han huido en los últimos meses, cómo recuperar el Parlament como centro indispensa­ble para debatir los intereses contrapues­tos de los ciudadanos, cómo restablece­r la confianza mutua, el civismo, entre los catalanes para que podamos pensar y votar lo que nos venga en gana sin dar explicacio­nes a nadie y sin pelearse con el vecino que ha colocado en el balcón un bandera que no nos gusta.

Mi aspiración sería vivir en un país normal con todas las dificultad­es que comporta toda convivenci­a social y política en una sociedad abierta y plural. La campaña puede ser durísima y enconada. Así son todas. Pero tendríamos que empezar recuperand­o el respeto que merecen las ideas de aquellos que no piensan como nosotros. Esta actitud es básica para salir de los despropósi­tos en los que nos encontramo­s envueltos. Es exigible que los políticos sepan cuántos parados hay, cuánto cuesta la T-10 metropolit­ana y a cuántas personas alcanza la pobreza energética en estos días invernales. Ya basta de comedia. Por estas razones pienso que las encuestas andan a ciegas.

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