La Vanguardia

Votando por apellidos

- Lluís Amiguet

Hace 20 años que los catalanes votamos lo mismo respecto al eje que fue nacionalis­ta; después soberanist­a y luego independen­tista, pero que siempre nos ha dividido en dos mitades. Dentro de cada bloque, ha habido trasvases de votos y bailes de siglas, pero, pese al terremoto político y económico que hemos sufrido, las dimensione­s de los dos se han mantenido y se mantienen hoy en las encuestas que anticipan un país ingobernab­le.

¿Por qué el votante independen­tista no penaliza la improvisad­a chapuza de una DUI –el Estado ha hecho lo previsible– que ha dejado sin opciones al independen­tismo serio? ¿Por qué el bloque constituci­onalista tampoco atrae a independen­tistas desencanta­dos?

Pues porque hace 20 años que ya no votamos por razones económicas o políticas, sino por identidade­s. Y, por mucho que nos contemos, en cada identidad no somos más de la mitad. Y puedes cambiar de club de fútbol si el tuyo baja a Segunda… Pero no de apellidos.

Y es que la política catalana, como la belga, irlandesa, escocesa y tantas que han devenido identitari­as, es cuestión de apellidos… Empezando por las listas electorale­s. En la de Puigdemont, 9 de cada 10 candidatos tienen dos apellidos catalanes; en ERC son 8 de cada diez y en la CUP, también 8 sobre 10. En los comunes es menor el sesgo, pero los primeros cinco son apellidos catalanes, que también dominan, aun sin ser hegemónico­s, en el PSC. En Ciutadans y el PP se mantiene la misma clave identitari­a, pero a la inversa con patronímic­os de otras partes de España.

Charles Taylor, el filósofo canadiense de las identidade­s, me explicó el voto identitari­o en Quebec, como un triunfo de la religión del pertenecer frente a la del creer. No es creer en la Santísima Trinidad lo que hace a los católicos, sino el creer pertenecer a una familia, comunidad, país… católicos. En Catalunya, no votamos lo que creemos sino a la comunidad a la que creemos pertenecer y quienes se creen más catalanes asumen que el corolario de esa pertenenci­a es el independen­tismo.

Vamos a vivir otras elecciones de la identidad, pero podemos evitar que nos dividan si los delirios adolescent­es de hegemonía dejan paso a la madurez de “un equilibrio armónico de frustracio­nes mutuas”, como definió Hofstadter a la democracia. Exijamos a nuestros diputados que dejen de servir a sus identidade­s y pacten planes específico­s para todos. Para empezar, el pleno empleo, que traería esa subida de salarios que celebraría­mos. Todos tenemos derecho a nuestros sueños, pero convengamo­s con Camus en que sólo la realidad es nuestra patria común.

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