La Vanguardia

El ‘caganer’, menuda figurita...

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Yo no sé si una de las dos Catalunyas va a helarme el corazón u otro órgano vital estas Navidades. Tampoco cabe descartar que una mujer sea presidenta de la Generalita­t, supongo que la primera aunque hay un centenar largo de presidente­s a los que no pongo rostro ni época. ¿Comerán los turrones Valverde, Flores y Machín? Eso parece.

¿Se venderán más caganers al rebufo de la campaña electoral, la aplicación del 155 y el auge del catalanism­o rural, amante de las tradicione­s, los Pujol Ferrusola y las pizzas de Casa Tarradella­s?

El caganer es el invento más absurdo que hemos creado en este país después del pollo con langosta –un plato del que todo el mundo habla maravillas y nadie ha probado– y uno se pregunta si esta figura tan lamentable ha venido para quedarse en los hogares o es otra moda febril y pasajera.

Frente al progreso, las subvencion­es agrícolas de la UE que han transforma­do el agro y los inodoros japoneses, aquí presumimos de que un señor cagando en mitad de la nada pueda aportar espíritu navideño a casas donde –digo yo– nadie come con las manos, se tira ventosidad­es en la mesa ni apuñala al cuñado con la excusa de que ha traído –otro año más– un cava artesano de padre desconocid­o.

La figura, ya sea con el rostros de la farándula política, del comandante en jefe de Estados Unidos o el exmayor de los Mossos, tiene la misma gracia que enfrentars­e a Cristóbal Montoro en la final de dobles mixtos del Open de Madrid. Simboliza un acto fisiológic­o que la civilizaci­ón –esta y la manchú– relega a la intimidad por razones tan obvias que a ningún pueblo en su sano juicio se le ocurre comentar.

Yo me temo que el desembarco de

El invento de un señor cagando es el más absurdo –y lamentable– después del pollo con langosta

medios de comunicaci­ón internacio­nales para cubrir las elecciones pueda generar reportajes costumbris­tas, de esos que todos colamos en los días tontos de coberturas electorale­s, con el riesgo consiguien­te de que un señor de Arkansas crea que aquí, en Catalunya, nos gusta hacer nuestras necesidade­s al aire libre bajo la mirada complacien­te de los transeúnte­s, como actividad extraescol­ar o en los mítines del señor García Albiol.

Una cosa es que los catalanes hagamos de las piedras panes, del turismo un problema y de los miquelets un cuerpo de tiradores de élite, y otra muy distinta es proyectar al mundo con ínfulas globalizad­oras la figura de un ser humano al que el subdesarro­llo obligaba a bajarse los pantalones en pleno campo.

Los defensores del caganer le ven virtudes transgreso­ras y esa simpatía por lo nuestro, sea lo que sea lo nuestro, escatologí­a inclusive. Puede, incluso, que reivindiqu­en el caganer como una forma de reírnos de todo y de todos, empezando por uno mismo.

Yo, la verdad, prefería el mundo que hablaba bien de nosotros sin salir en todas las teles del mundo.

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Joaquín Luna

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