Leer, lo que se dice leer...
La desafección por la lectura es un fenómeno que, como es obvio, sólo se puede dar en una sociedad alfabetizada. El texto escrito ha servido, en nuestra civilización, de dispositivo cultural para conectar generaciones y la lectura ha ayudado, en cierta manera, a cohesionar sociedades, ofreciendo incluso expectativas a los menos favorecidos, que encontraban en el libro cierta evasión a algunas de sus preocupaciones. Pero leer cansa. Y es que quizás los relatos que tenemos a nuestro alcance ya no nos ofrecen puntos de anclaje para entender este mundo, tampoco salvaciones baratas, y quizás también porque los que se dedican a la escritura ya se han despreocupado de esta tan solemne función social.
En cambio, la escuela, como agente cultural de primer orden, sí que se ha encargado, al menos hasta hoy, de facilitar el acceso al bagaje compartido, mediante la lectura, y se ha esforzado por promover el gusto hacia ese gesto tan dramático como es el de abrir un libro. Un objeto, ese llamado libro, que ha sufrido los embates de la postmodernidad tecnocrática: se ha relativizado la importancia de leer (quizás como signo de los tiempos de incertidumbres) y se ha visto sometido, el libro, a las inclemencias tecnológicas (con mucha mala suerte histórica) derivadas de competir con objetos más atractivos y potentes, aunque posiblemente menos duraderos y sólidos. Una vez hemos conseguido universalizar la lectura, ahora debemos cambiar de terminal.
El último informe PIRLS destaca precisamente que, aunque algo se ha mejorado, las estrategias de comprensión lectora de los alumnos españoles siguen a la cola de Europa. Las cifras no nos pueden sorprender. Menos aún cuando buscamos explicaciones y observamos cierta correspondencia con nivel socioeconómico, estudios de padres y madres, y otras variables habituales.
Pero el dato es aún más preocupante si a ese déficit digamos “técnico” se añade la desafección comentada. Porque no se trata de tener un dominio más o menos elevado en una determinada competencia comunicativa, sino de saber para qué se va usar dicha capacidad. La escuela ha dedicado muchos esfuerzos para elevar ese nivel “técnico” de lectura y también ha invertido algo más en promover su uso. En consecuencia, habrá que mirar fuera de la escuela para encontrar alguna explicación al respecto y lo más seguro es que nos encontremos con un panorama cuyos modelos no acompañan demasiado. Lo que se dice leer, más allá de 150 caracteres, la verdad es que no mucho.
Alguien dijo que leer es vivir dos veces y fue Vila-Matas quien ha dejado escrito que su lector ideal tiene algo de hipócrita. Tal como van los tiempos, lo de vivir dos veces puede servir de eslogan para los más optimistas y esa sugerencia del escritor barcelonés alentaría a los más ilusos para aprender a disimular, como aquel estudiante, maestro en ciernes, que un día me confesó que no le gustaba leer. Me reservo la respuesta que le di. Parafraseando al profesor Jaume Trilla, “leer, lo que se dice leer…”.