El exilio más largo
MIGUEL DE RUMANÍA (1921-2017) Rey de Rumanía entre 1927 y 1930 y entre 1940 y 1947
Miguel de Rumanía ha tenido una vida muy larga en la que han cabido las penas más profundas y las alegrías más intensas. El último testigo del siglo XX, decano de las familias reales, murió ayer en su residencia de Ginebra a los 96 años. Primo hermano de la reina Sofía, con quien compartía una cariñosa relación, el fallecido estaba emparentado con todas las casas reales de Europa.
Miguel de Rumanía fue el único hijo del príncipe Carol de Rumanía y la princesa Elena de Grecia, un matrimonio desgraciado organizado por el rey Fernando para tapar la vida disoluta de su heredero. Carol se había casado previamente con Zizi Lambrino, hija de un oficial del ejército con la que tuvo un hijo, unión y descendencia no reconocida.
La boda con la princesa griega y el nacimiento de Miguel no cambiaron a Carol, quien inició una relación con Magda Lopescu, una atractiva dama, divorciada varias veces y famosa por sus artes amatorias por la que, en 1925, renunció a sus derechos al trono, siendo una especie de antecesores de Eduardo VIII y Wallis Simpson . En 1927, al fallecer su abuelo y con su padre fuera del orden sucesorio, Miguel de Rumanía, con 6 años, fue proclamado rey y su madre, regente. Tres años después, el voluble Carol, cansado de la dolce vita, regresó a Rumanía y con ayuda del primer ministro Iuliu Maniu dio un golpe de Estado, derrocó a su propio hijo y se proclamó Carlos II. Fue rey de Rumanía hasta que en 1940 el primer ministro Ion Antonescu, aliado de Hitler, le echó del país y devolvió el trono a Miguel que había cumplido ya 18 años y a quien pretendió manejar como un títere.
El joven rey, hombre inteligente y honesto, criado por su madre, ilustrada y sensata, urdió un complot para acabar con el Gobierno fascista de Antonescu y estableció una alianza con los aliados por la que Rumanía cambió de bando y varió el rumbo de los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial. Su viraje contra el fascismo no le valió de nada; en 1947, tras la conferencia de Yalta con Rumanía del lado soviético, Moscú le obligó a abdicar. Miguel de Rumanía empezó un largo exilio que le llevó a Inglaterra, acogido por sus primos Isabel y Felipe de Edimburgo y donde, tras casarse con la princesa Ana de BorbónParma, ejerció varios oficios, el más notable el de ingeniero aeronáutico. Tuvo cinco hijas, Margarita, Elena, Irene, Sofía y María, y años después se trasladó a Suiza desde donde en 1992 pudo volver por primera vez a Rumanía, de visita. En 1996, el Gobierno rumano le devolvió la nacionalidad y algunas de sus propiedades y, con los años, se acabó convirtiendo en un referente por su trayectoria austera y digna. No oyó los cantos de sirena de quienes pretendían reinstaurar la monarquía y prefirió disfrutar de sus paseos por el país y del sincero afecto de los rumanos. En el 2011, con motivo de su 90º cumpleaños fue invitado a pronunciar un discurso en el Parlamento rumano, un momento de intensa emoción tras el que cedió todo el papel de representación a su hija mayor, Margarita, casada con un actor rumano y sin hijos.
El viejo rey quiso que su nieto Nicolás, hijo de la princesa Elena, heredara los derechos sucesorios pero hace un año le retiró el nombramiento tras comprobar que el príncipe, de 32 años, había heredado el carácter voluble y déspota de su bisabuelo Carol. Tras la muerte de su esposa y su propio deterioro físico consecuencia de una leucemia, Miguel de Rumanía regresó a su residencia de Ginebra donde se le negó la entrada al príncipe Nicolás, empeñado en proclamarse legítimo heredero. El buen rey Miguel no se enteró de ese último escándalo familiar.