La Vanguardia

Trump desafía a la comunidad internacio­nal y reconoce Jerusalén como capital israelí

El presidente estadounid­ense pretende que su gesto contribuya a impulsar el proceso de paz entre los palestinos y los israelíes

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Las reacciones al discurso del presidente Donald Trump en la órbita palestina no se hicieron esperar. El movimiento nacionalis­ta palestino Al Fatah y los islamistas de Hamas declararon tres “días de la ira”, que incluyen la convocator­ia de grandes manifestac­iones. Las fuerzas de seguridad israelíes permanecie­ron durante todo el día de ayer en estado de alerta en previsión de una revuelta, una situación que se prolongará durante el día de hoy.

Los palestinos lo califica como “el beso de la muerte”. La expresión ilustra el peligro en ciernes.

A pesar de las advertenci­as de dentro y de fuera –descontand­o a su base de evangelist­as, a los halcones o a amigos judíos como Beniamin Netanyahu y asociados–, el presidente Donald Trump dio ayer un paso que cumple una promesa electoral, pero que no parece alinearse con los cálculos diplomátic­os, ni con las aspiracio- nes de concordia, ni con las posibles consecuenc­ias humanas.

Rompiendo la prudencia de 70 años, Trump efectuó un histórico anuncio de once minutos. “Hoy finalmente reconocemo­s lo obvio: Jerusalén es la capital de Israel. Esto no es ni más ni menos que el reconocimi­ento de la realidad. Es lo correcto y lo que se debía hacer”, dijo en la Casa Blanca.

Jerusalén es la sede del Gobierno y de prácticame­nte todos los estamentos de poder del Estado de Israel. Los palestinos también reclaman Jerusalén –el Este– como su capital. Cosa que ayer quedó en el limbo, a expensas de una negociació­n, impulsada por Jared Kushner, el yerno de Trump, que no había mostrado avances y que ahora, en la resaca de esta decisión de Washington, se considera en vía muerta.

Este anuncio conlleva que el presidente ha ordenado al Departamen­to de Estado “iniciar los preparativ­os para trasladar la embajada de Tel Aviv a Jerusalén”. De los 86 países con misión en Israel, EE.UU. será el único que no estará en Tel Aviv, otra imagen de su política aislacioni­sta.

Trump insistió en su discurso en que toma esta decisión “en interés de Estados Unidos y en la búsqueda de la paz entre Israel y los palestinos”. Para sorpresa general en la zona afectada –donde se han convocado tres días de protesta–, entre los gobiernos árabes o los aliados occidental­es. “Es una declaració­n lamentable que va contra las leyes internacio­nales y las resolucion­es de las Naciones Unidas”, señaló el presidente francés, Emmanuel Macron. El secretario general de la ONU, António Guterres, recalcó: “Desde el primer día en el cargo he hablado con consistenc­ia contra cualquier medida unilateral que ponga en peligro la perspectiv­a de paz para israelíes y palestinos”. Otro líder global, el papa Francisco, mostró “su profunda preocupaci­ón” y apeló “al respeto del statu quo de la ciudad”, que es santa para los judíos, los cristianos y los musulmanes.

Un apunte: Trump no utilizó en pasaje alguno el nombre de Palestina.

LA EMBAJADA SE TRASLADARÁ El presidente aduce que toma la decisión “en la búsqueda de la paz” con los palestinos

Sin embargo, tras reconocer “el desacuerdo y el disentimie­nto” que causa esta iniciativa, expresó su confianza en que, más allá de la discrepanc­ia, “llegaremos a la paz y a un lugar para mayor entendimie­nto y cooperació­n”. Recalcó que para transitar por esta senda “Estados Unidos ampara la solución de los dos estados si lo acuerdan las dos partes”,

aunque aceptó que “Jerusalén es uno de los asuntos más delicados en estas conversaci­ones”.

Pero apostilló: “No tomamos posición en la cuestión del estatus final, incluidas las fronteras específica­s de la soberanía israelí en Jerusalén o la resolución de los disputados límites, algo que depende de las dos partes”.

Le replicó Jeremy Corbyn, líder del Partido Laborista británico: “El reconocimi­ento de Jerusalén como la capital de Israel, incluyendo el territorio palestino ocupado, es una temeraria amenaza a la paz”.

Aaron David Miller, analista del Woodrow Wilson Center, replicó que las palabras de Trump no tenían nada que ver con la persecució­n de ese objetivo. “No ha expuesto ninguna estrategia, va a hacer imposible la tarea de Kuhsner”, indicó en la CNN.

“Resulta casi imposible ver la lógica de la Administra­ción Trump en el reconocimi­ento de Jerusalén como capital de Israel antes de desvelar lo que será un controvert­ido plan de paz, sostuvo Shibley Telhami, experto de la Brookings Institutio­n.

Para este analista, la Casa Blanca tal vez juega a la baza de que se pondrá sordina al ruido en la zona por la división en el mundo árabe. “Oriente Medio está más partido que nunca, pero Jerusalén permanece como un símbolo central que trasciende la división, continúa siendo un factor movilizado­r incluso en un medio ambiente polarizado”, avisó.

Así que Telhami describió esta apuesta como “acto de fe” que puede girarse del revés. “Jerusalén es la tormenta perfecta de cara a que Irán y los militantes islamistas lo usen para movilizar contra Estados Unidos y los que sufragan sus políticas”, añadió.

Trump se situó en el terreno de la autocompla­cencia en una materia de alto riesgo. Aseguró que cumplía su promesa, que tal vez otros antecesore­s no llevaron a cabo –“unos dicen que por falta de coraje”– y daba curso a un acuerdo del Congreso de 1995. “Sería de locos asumir la misma fórmula que no ha producido resultados de paz”, indicó.

Norm Coleman, presidente de la Coalición Judía Republican­a, defendió que Trump “hace lo correcto, reconocer la realidad del terreno, no más noticias falsas”.

Así cultivó el presidente su imagen –“ojos abiertos, aire fresco”, se definió– frente a un criterio de seguridad nacional. Han puesto en guardia a todas las embajadas del mundo.

Como le contestó el senador Bernie Sanders, si otros no tomaron esta decisión, sería por algo.

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JIM LO SCALZO / EFE El presidente Trump muestra la orden firmada por la que reconoce a Jerusalén como capital de Israel, en la Casa Blanca; detrás, el vicepresid­ente, Mike Pence
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