Johnny Hallyday
Conmoción por la muerte del ‘Elvis francés’
Escribo estas palabras sin poder creer en ellas y sin embargo es así: mi hombre ha muerto”. A las 2 y 34 de la madrugada del miércoles, Leticia Hallyday, su mujer desde hace 21 años, lanzó una jornada de duelo nacional (el término repetido por todas las radios) por el sin embargo esperado fallecimiento de Jean-Philippe Smet, 74 años. Es decir, Johnny Hallyday, “un monumento de la cultura francesa”, según la radio nacional.
Aquel a quien todo Francia llamaba Johnny, cedió al cáncer de pulmón que padecía, pero que no le impidió una última gira triunfal el verano pasado con sus compinches Eddy Mitchell y Jacques Dutronc, bajo el lema de Les vieilles canailles, ni algunas grabaciones para el que hubiera sido su disco de estudio número 51.
Imposible recordar una despedida más consensuada: “Una leyenda que no será jamás olvidada” (Céline Dion); “con el dolor que causa la pérdida de un personaje fuera de lo común (Charles Aznavour); “Johnny ha muerto y con él algo de todos nosotros” (Manuel Valls); “nada compensará su pérdida” (Nicolas Sarkozy); “elemento del patrimonio nacional” (François Hollande); “se ha ido un amigo (Robert Hué, ex secretario general del Partido Comunista y excantante rock).
Pero incluso si The New York Times anunció la muerte de The french Elvis Presley, la paradoja del vendedor de 110 millones de discos, protagonista de 77 portadas del semanario Paris Match, es su escasa notoriedad fuera de las fronteras de su lengua.
Y si desde sus primeros éxitos coqueteó con el inglés, con una grabación temprana, el importador del rock and roll y de un imaginario americano nutrido por el cine, se quedó en mito. El mayor, eso sí, de la música francesa.
Entre líneas se puede leer algo más: el símbolo de una mentalidad tan francesa como difícil de aprehender por los extranjeros.
UNA LEYENDA LOCAL Se llamaba Jean Philippe Smet, vendió 110 millones de discos y Francia lo amaba
¿Cómo explicar a un ídolo francés nacido en Bélgica y con ese nombre americano? Francia, símbolo cultural en Europa, mira desde siempre con ojos enamorados al país forjado con las armas que introducía de contrabando Beaumarchais, el creador de los derechos de autor y cuya independencia nutrió la Revolución francesa.
Cuando, casi sin quererlo, la Norteamérica de los 1950 engendró al adolescente –futuro gran consumidor; estado intermedio entre el niño y el joven que Europa desconocía–, la chispa cruzó el Atlántico para encender, con música de rock, una rebeldía cuya consecuencia francesa sería mayo del 68.
Hallyday, como su primera esposa y madre de David Hallyday, Sylvie Vartan, y como su compadre Eddy Mitchell, acompañaron la gestación en los grises se- senta, entre prohibiciones, salas destrozadas y un concierto gratuito de rock en la parisina plaza de la Nación, en 1963, que congregó 150.000 personas. Puntuada por desórdenes callejeros, la cita provocó este titular de un matutino: “150.000 asistentes y quinientos golfos terroristas”.
Cuidado: por detrás de su imagen de cazadora y Harley Davidson, de sus mundanidades, matrimonios, enfermedades, droga, Johhny fue un intérprete extraordinario.
Un olfato prodigioso para estar en el lugar indicado en el momento preciso. Sobre todo, una bestia escénica, una presencia –esa gente que al entrar en una habitación eclipsa al resto–, un carisma.
Y una voz excepcional, intacta hasta los últimos conciertos, que
sobrevivió al martirio de la quimioterapia. Una voz trabajada como la de un cantante de ópera, un aprendizaje delatado por su posición en el escenario, las piernas bien abiertas, el vientre y esos pulmones que terminarán por matarlo, educados para respirar convenientemente y proteger así las cuerdas vocales y garantizarles tal longevidad.
Si casi seis décadas después, el éxito del casi adolescente Johnny parece fulgurante, con su millón y medio de discos vendidos y primer disco de oro con apenas tres años de carrera, no hay que olvidar que cada día llegaba con sus problemas: relación de proletariado artístico entre los intérpretes y las casas discográficas, expulsión de Beirut sin poder cumplir sus contratos por temor a los desbordamientos, censura en radios francesas y salas de provincia...
En el 2001, ya ídolo indiscutido, su concierto gratuito en la torre Eiffel convocó más de 700.000 personas.
Ayer, Benoit Hamon, candidato socialista a la presidencia de Francia comparó el impacto de su muerte al que tendría la desaparición de la torre. Ayer, también, Johnny fue homenajeado en el Parlamento; Niza le prometió una calle y llamó a una manifestación en la céntrica plaza Massena; la radio nacional le dedicó la jornada en su emisora de información continua y lanzó una radio web, efímera, consagrada a la integral de sus grabaciones.
En fin, si en el Elíseo no sabían aún si habrá homenaje nacional, como pedían políticos de todas las tendencias, sí anticipaban que el matrimonio presidencial acudirá a los funerales.
AÑOS YE-YE Con Sylvie Vartan formó una pareja icónica de los años sesenta
SÍMBOLO El socialista Benoit Hamon compara al músico con la torre Eiffel