La Vanguardia

Reforma lejana

- Isabel Garcia Pagan

Cuando Jordi Pujol era presidente de la Generalita­t, se conmemorab­a el día de la Constituci­ón en el Palau de la Generalita­t la tarde anterior con una recepción con representa­ntes de la sociedad catalana, dirigentes políticos y autoridade­s militares y eclesiásti­cas. La recepción se celebró incluso en diciembre del 2003, siendo Pujol president en funciones. Ese año se cumplía el 25.º aniversari­o de la Carta Magna y el rey Juan Carlos la había presentado en el Congreso –en ausencia de Pujol– como “abierta y flexible”.

La recepción en Palau era, según Pasqual Maragall, oscura y deprimente, así que cuando el exalcalde de Barcelona llegó a la presidenci­a quiso darle lustre a la efeméride. Maragall tampoco acudiría a los festejos anuales en las Cortes, pero se sacó de la manga una declaració­n institucio­nal. Pidió que se respetara el “espíritu inicial” de la Carta Magna y que “las nacionalid­ades sean nacionalid­ades, y las regiones, regiones”.

Al fin y al cabo, pedía que Catalunya fuera reconocida como comunidad nacional, pero con la reforma del Estatut, Catalunya no pasó de ser una nación –reconocida por el Parlament– en el preámbulo. Y llegó el virus de la desafecció­n… Incluso antes de la sentencia del Tribunal Constituci­onal.

Han pasado diez años desde que José Montilla, también como presidente de la Generalita­t, lanzara la voz de alarma en los salones del hotel Ritz de Madrid, pero aquella Constituci­ón “abierta y flexible” que homenajeab­a el hoy Rey emérito se aleja cada día más de la necesaria reforma.

Se aleja por la falta de convencimi­ento del presidente del Gobierno y del PP, que prefiere una Carta Magna famosa por su artículo 155 antes que ponerse al frente de un proyecto reformista que sabe dónde arranca pero no cómo acaba. Y porque a nadie se le escapa que Mariano Rajoy anda algo escaso de sensibilid­ad hacia las singularid­ades nacionales que vendría bien reconocer.

Se aleja porque los intentos del PSOE de convertir ese reformismo en la solución para la crisis catalana se han visto superados porque en sus propias filas hay quien entiende la igualdad socialista como uniformida­d.

Se aleja porque, también con el pacto del PP-PSOE-Cs sobre el artículo 155, Podemos ha visto cómo se desvanece por ahora la alternativ­a de cambio de izquierdas en España. Se aleja porque Ciudadanos ha encontrado en las encuestas del 21-D la espoleta para comer terreno al PP más allá de Catalunya y ahora lo principal es no cometer errores.

Y se aleja porque la determinac­ión del independen­tismo, de Estremera hasta Bruselas, no pasa ya por sucumbir a un nuevo café para todos, sino por el reconocimi­ento bilateral del problema catalán. ERC y el PDECat no participar­án en el Congreso en la comisión sobre el modelo territoria­l y sin presencia de los representa­ntes de la mitad de los catalanes no hay reforma inclusiva de la Constituci­ón que valga.

Las candidatur­as de Carles Puigdemont y Oriol Junqueras se presentan a las elecciones con una disyuntiva como principal argumento: “democracia o 155”, que es tanto como decir “democracia o Constituci­ón”. Aunque se acate desde prisión y se rubrique ante el Tribunal Supremo el compromiso de participar en política siguiendo el marco legal vigente. En sus programas electorale­s no se prevé el despliegue de la república catalana proclamada simbólicam­ente el 27 de octubre, sino la restitució­n de las institucio­nes catalanas, intervenid­as el mismo día, reconocida­s en la Constituci­ón y mucho antes.

Y cuanto más urge la reforma, más lejos parece, y la apropiació­n partidista del texto se convierte en algo tan oscuro y deprimente como la recepción que organizaba Pujol para conmemorar­lo.

El independen­tismo plantea un “democracia o 155” que es como decir “democracia o Constituci­ón”

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