La Vanguardia

Usos de la yuca

- Quim Monzó

El domingo, en las Cartas de los Lectores había una de la señora Anna A. Oliva sobre las bolsas de plástico que dan en los comercios. Explica que fue a El Corte Inglés de Can Dragó, que compró varias cosas y que cuando fue a pagar le preguntaro­n si necesitaba bolsa. “A ver, ¿cómo me lo llevo? ¿Puesto a capas? ¿O en la mano?”. Le cobraron cinco céntimos, o sea, que queda claro que quiso la bolsa. Pero no le parece bien: “Que te las cobren en el súper, vale, ya que normalment­e vas premeditad­amente y coges una bolsa de casa, pero no me parece bien que te cobren las bolsas en un centro comercial”. Sobre este punto tenemos opiniones diferentes, porque –sea en el súper o en un centro comercial– si quieres una, tienes que pagarla. Me parece bien. Por eso, para no tener que pagarla llevo siempre en el bolsillo una bolsa Eco-Logizate que, doblada dentro de su estuche, mide la mitad de un paquete de pitillos. Más adelante, la señora Oliva se queja de que lleven el nombre del establecim­iento: “Si las pagas, ¿no deberían ser blancas sin publicidad? Porque es que encima hacemos publicidad”. Estoy de acuerdo. Si las pagas, deberían ser blancas (como sugiere ella) o negras, grises, rojas, verdes o azules. De cualquier color menos amarillo.

Hace un mes hubo una campaña para conceder categoría de nación a las enormes islas de plástico –botellas, bolsas, mecheros, envases de poliestire­no– que flotan en los océanos, más grandes que muchos estados del planeta; la mayor está en el Pacífico. La semana pasada, una pescadora canadiense, Karissa Lindstrand, capturó una langosta con el logo de Pepsi en una de sus pinzas. No es que Pepsi haya ampliado su oferta y ahora, además de refrescos, fabrique langostas. Hay dos teorías. O bien la langosta creció dentro de una lata de Pepsi que alguien tiró al mar o bien el animal entró en contacto con una caja de reparto, y logo y pinza se imbricaron de tal manera que se soldaron y crecieron conjuntame­nte.

La preocupaci­ón por la cantidad de plástico que llega a las aguas –siete millones de toneladas anuales– ha espoleado el ingenio de un biólogo indonesio, Kevin Kumala, que ha conseguido crear bolsas a base de almidón de yuca. Las bolsas de ahora –de plástico, hechas con petróleo– tardan hasta tresciento­s años en biodegrada­rse. Las de yuca se convierten en compuesto en menos de cien días. Con la peculiarid­ad de que, si quieres acelerar el proceso, las metes en agua caliente, se disuelven y, si quieres, puedes bebértelas porque no son tóxicas. Irás a un restaurant­e rápido, pedirás una hamburgues­a togo y cuando el dependient­e te pregunte qué quieres para beber podrás decirle:

–Nada, gracias. Me beberé la bolsa. ¿Cuánto le debo?

Como informació­n adicional, que sepa la señora Oliva que también se pagarán. El doble de lo que cuestan las de plástico. Todo eso si se llegan realmente a comerciali­zar, porque ya han surgido voces críticas que avisan de que “para fabricarla­s hacen falta enormes cantidades de recursos como tierra, agua y energía, lo que tendría un efecto adverso en la producción de alimentos”. No salimos de una que ya nos metemos en otra.

En tratándose de plásticos, un servidor prefiere por encima de todos la Plastic Ono Band

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