La Vanguardia

Un ogro entrañable

JUANJO DÍAZ (1949-2017) Entrenador del Espanyol

- RAMÓN ÁLVAREZ

Más vale un empate a cero que una patada en los huevos”. Cuando el fútbol era un deporte en las antípodas de la corrección política, figuras como la de Juanjo Díaz resultaban imprescind­ibles. El técnico que consiguió devolver al Espanyol a Primera en la promoción de ascenso de la campaña 1989-1990 y que no dudó en volver a tomar las riendas del equipo cuando ya estaba condenado a descender de nuevo dos temporadas después forma parte de la historia blanquiazu­l como uno de los principale­s hombres de club que ha dado la entidad, y no han sido pocos.

“Era un ogro y así le veían tanto en el vestuario como en los despachos en unos momentos en los que el Espanyol necesitaba una persona así, y él ejercía como tal, pero en la intimidad era un trozo de pan”, explica Rafa Anguita, su adjunto al frente del primer equipo. “Un hooligan, el entrenador que necesita un equipo cuando los otros técnicos han fracasado”, añade Javier Clemente, que lo tuvo como segundo. “La mejor persona con sus amigos y el técnico más firme”, le define Xabier Azkargorta, que también lo tuvo en su equipo técnico.

Un tipo pretendida­mente huraño que fue el que más se emocionó cuando hace unos meses el Espanyol reunió a algunos de sus técnicos históricos para rendir homenaje al legendario José Emilio Santamaría. Pese a que su salud ya no era buena rehuyó con exabruptos cualquier interés por su persona alegando que él no era el protagonis­ta.

Juanjo Díaz se formó en el fútbol escolar y territoria­l. Su primer contacto profesiona­l con el Espanyol fue casual, pese a su reconocida militancia españolist­a. Un técnico del fútbol base le pidió informes por los escolares que entrenaba en El Clot, y Juanjo se vinculó definitiva­mente al club de sus amores.

En 1982 se hizo ya cargo del infantil blanquiazu­l, y un año después ya era el adjunto de Azkargorta en el primer equipo. Tras impulsar el proyecto del Hospitalet como filial españolist­a, Díaz volvió al primer equipo ya en Segunda, como segundo de Benito Joanet, y la directiva que encabezaba el recién elegido Julio Pardo no dudó en darle las riendas del equipo tras la destitució­n del castellone­nse.

Adaptando a su equipo al fútbol tosco de la categoría, haciéndolo fácil e incluso cediendo alguna derrota para forzar cruces favorables en la promoción, el Espanyol llegó a la ronda decisiva ante un Málaga que luchaba por la permanenci­a. Los españolist­as consiguier­on el ascenso en una larga ronda de penaltis en La Rosaleda, de donde tuvieron que salir en coches de la policía.

Pero ni Juanjo era un entrenador que enamorase para liderar un equipo de Primera ni él quiso permanecer al frente. Hasta el punto que siguió su carrera como técnico en el Mollerussa y el Palamós hasta que un Espanyol condenado al final de la temporada 1992-1993 lo reclamó tras destituir a Díaz Novoa. Pero esta vez el Espanyol cayó en la promoción ante el Racing y el técnico volvió a dejar la institució­n.

Regresó años después, por petición de Javier Clemente. Y se puso al frente de la nueva ciudad deportiva entre 2003 y 2013, cuando un plan de viabilidad del club determinó que su figura no era necesaria. Juanjo se marchó en silencio y sin reproches. Como ayer, cuando falleció en Terrassa. Sólo sus allegados conocían su enfermedad.

“Más vale un empate a cero que una patada en los huevos”, fue una de sus máximas para conseguir el ascenso

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PATRICIO SIMÓN / ARCHIVO

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