La Vanguardia

Novela de peluquería

- Julià Guillamon

La vocación. “La empecé yo, la peluquería. Porque, cuando iba al colegio y venía la Reverenda Madre, las chicas no íbamos peinadas: ¿me entiendes? Y yo iba a una clase a peinarlas, les hacía trenzas y todo eso. Entonces supe que sería peluquera. Tuve una amiga, se sentaba al lado, era muy bonita y muy espabilada. Tenía una cabeza con un pelo tremendo, y le gustaba que le tocaran la cabeza. Yo con una navajita le quería adelgazar un poco la trenza y se la corté. Y, claro, una trenza sí y otra no... ¡Virgen Santa! Tuve que presentarm­e a la Reverenda Madre, que se llamaba Madre Trini. Con la boca así tapada porque se meaba de risa, me dijo: ‘Mira: haz lo que quieras, tiñe el pelo con tinta, haz trenzas, haz lo que te parezca. Pero reza un padrenuest­ro a la Virgen del Carmen y aquí no cortes más el pelo’”.

Permanente­s nocturnas. “Pasamos muchos años que no teníamos trabajo, pero tampoco había gastos: total pagábamos un papel, creo que en Santa Coloma. Y estaba encantada de la vida porque podía hacer otras cosas. Pensé que no lo aguantaría porque era un horario muy descabella­do. Empezabas una permanente a las diez de la noche y terminabas a las dos de la madrugada. ¡Uy, uy, uy, unas cosas muy raras, y pensé que no se podía resistir. Cuando los hombres cobraban la semanada la daban a sus mujeres. Pero se la daban al volver del trabajo y era cuando venían a peinarse”.

Filosofía de las patillas. “Hasta que la cosa se puso en orden y empezó a haber peluqueros que te enseñaban cosas y yo fui a hacer cursillos. Uno de estos peluqueros era de mi edad y cuando iba a verle ya tenía un hijo que sabía un montón. Un día, a ese chico, le dije: las patillas no me salen. Tengo miedo de la tijera, que se me vaya demasiado hacia arriba. Me dijo: ‘Ven, que te enseñaré cómo se hace. Coges la tijera y metes la punta: arriba, abajo, arriba’. ¡Oh! ¡Es que no quedan iguales! ‘¡No han de quedar iguales! Tu has de ser experta

La gente está más preocupada, el otro día una señora: “¡Ay señor, que perderemos toda la paga...”

para decir: ¡no se lleva todo igual!’ Unos trabajos para tirar la forma de un flequillo que quedaba como una taza. Pues se acabó. ‘Tu hazme caso: los flequillos han de quedar así tal cual, desgreñado­s’”.

Arreglar las cejas. “Una vez, con una mujer que bebía. ¡Es que he tenido muchas clientelas! Era una chica de una casa de campo. Viene y le hago las cejas con cera. Se hace siempre con cera y no pasa nada. Pero le vino un estornudo. Rediez: ¡la ceja partida por la mitad! Un poco de este lado y un poco del otro. Yo: nada, nada: la peino. Y de pronto le suelto: ¿qué tienes aquí? ‘¡Joroba! me he pegado un cabezazo con la barra del gallinero y me han caído los pelos...’ ¡Mujer, vigila que un día te abrirás la cabeza! ¡Y se lo había hecho yo! ¡No dije ni pío! ¡Virgen santísima! Había muchas historias, muchas más que ahora. La gente está más preocupada. El otro día me encuentro con una señora: ‘Ay señor, que perderemos toda la paga...’ ¡Qué narices vamos a perder la paga! Montaremos una casa de putas! ‘¡No, que yo no me espatarro!’ ¡Ya habrá jóvenes y se espatarrar­án! ¡Piensa que nos suben veinte céntimos! ¡Y toda contenta y ya está!” Angelina forever.

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