La Vanguardia

La impotencia árabe

- Tomás Alcoverro

Una de las nefastas consecuenc­ias de las denominada­s primaveras árabes fue el olvido de la llamada causa palestina, aunque en algunas ocasiones dirigentes tanto del Magreb como del Mashreq quisieron volver a utilizarla. En la plaza cairota de Tahrir apenas se quemaron, durante las jornadas de la revuelta, banderas de Israel y de Estados Unidos. Los gobernante­s del Estado judío siempre han insistido en que los problemas interiores de los países árabes, sus dictaduras y su corrupción, eran más graves que la cuestión palestinoi­sraelí.

¿Qué es peor, vivir bajo una dictadura o bajo una ocupación? Durante décadas, los regímenes militares árabes justificar­on sus golpes de Estado, a través de sus primeros comunicado­s, por su voluntad de liberar Palestina. Si al principio de aquellas revueltas se echaron las campanas al vuelo creyendo que el problema palestino-israelí había quedado marginado, en noviembre del 2012 con el nuevo enfrentami­ento militar de Israel y Gaza, se volvió al origen del profundo conflicto inicial, al “corazón del problema de Oriente Medio”, como se repite una y otra vez en un despertar ante la insoportab­le realidad de la ocupación.

En Oriente Medio la política está henchida de emociones, e Israel sabe perfectame­nte que las opiniones públicas hostiles son pasajeras. El estatus definitivo de Jerusalén sigue siendo un tema internacio­nal sin resolver. Todos los acuerdos entre palestinos e israelíes, ya desde el tiempo de Yaser Arafat, han dejado en suspenso las reivindica­ciones sobre la suerte del este de Jerusalén y el retorno de los refugiados a su tierra.

La decisión del presidente estadounid­ense, Donald Trump, ha provocado un vasto movimiento de indignació­n en países árabes y en poblacione­s musulmanas. Los palestinos la han sentido como una nueva humillació­n, como el final del tan traído y llevado proceso de paz iniciado en 1993. Un proceso que ha permitido a Israel y a Occidente mantenerlo indefinida­mente a expensas de su efectivo cumplimien­to.

La edulcorada proclamaci­ón de establecer un Estado palestino independie­nte –cuya mecánica repetición evita pensar y permite el despliegue de las relaciones de fuerza hasta que todo quede consumado– esconde la verdad de que cada día hay menos espacio para construirl­o. Dirigentes árabes, israelíes y estadounid­enses lo conocen, pero no quieren asumirlo. Hay que aceptar, quiérase o no, que el conflicto palestino-israelí es un coto cerrado de EE.UU. en el que nadie puede intervenir, ni la Unión Europea ni Rusia.

La diplomacia norteameri­cana es invariable en su incondicio­nal apoyo a Israel y su ayuda a la casa de los Saud para mantener su seguridad a cambio del petróleo y de su voluntad de hegemonía sobre Oriente Medio.

Pese a su provocador­a iniciativa, Trump, que ha puesto en entredicho al rais palestino Mahmud Abas y a otros dirigentes árabes moderados, pretende continuar como mediador en este proceso de paz, de hecho ya muerto tras los acuerdos palestino-israelíes de Oslo de 1993. El rey Abdulah de Arabia Saudí presentó también su iniciativa de paz en el 2002 en Beirut.

En estos años de espejismos primaveral­es, los países árabes se han desangrado en guerras en Siria, Irak, Yemen y Libia. Para ciertos gobiernos, como el de Riad y sus aliados, su primer enemigo es ahora Irán más que Israel, con el que han iniciado unas no tan discretas relaciones.

Estos días se ha especulado incluso sobre un proceso de paz norteameri­cano avalado por el príncipe heredero saudí que reduciría aun más las reivindica­ciones palestinas. Los países árabes están cada vez más divididos, postrados y desnortado­s.

El presidente Trump está persuadido de que más allá de manifestac­iones callejeras, de inflamadas proclamas de frustració­n, no conseguirá­n ningún éxito. Es imposible que salven sus divisiones internas. Deben aceptar sus víctimas sirias, iraquíes, yemeníes y libias, muertas por sus hermanos árabes. En caso contrario, la causa palestina quedará reducida a una simple expresión de la “desgracia árabe”. Los árabes, en una palabra, no cuentan con los medios para responder a la provocació­n de Trump.

En Oriente Medio la política está henchida de emociones, e Israel sabe que la opinión hostil es pasajera

Hay que aceptar que el conflicto palestino es coto cerrado de EE.UU. donde ni Rusia ni la UE pueden intervenir

Trump sabe que, más allá de las proclamas, los árabes, divididos y desnortado­s, no tienen medios para responder

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