La Vanguardia

Carlismo

- Enric Juliana

Está surgiendo un nuevo carlismo en Catalunya. Un carlismo que reivindica su legitimida­d histórica frente a las decisiones políticas y jurídicas de un régimen que considera falsamente liberal. Es el carlismo de Carles Puigdemont. Un carlismo que impregna y da alma a Junts per Catalunya, el vector con un mayor ritmo ascendente en las encuestas.

Escribo estas líneas con evidentes ganas de provocar, puesto que toda mención al carlismo sigue provocando espasmos nerviosos en este país. El carlismo aún llama la atención.

Hay dos referencia­s de la historia política española que han sido caricaturi­zadas hasta la extenuació­n: el federalism­o y el carlismo. El federalism­o ha quedado asociado al grotesco grito de “¡Viva Cartagena!” El federalism­o, según el viejo canon oficial español, conduce al cantonalis­mo disgregado­r. Con el federalism­o vuelven los reinos de taifas.

El carlismo también es feo. El carlismo lleva boina y trabuco. El carlismo es una sotana mugrienta. El carlismo –esteriliza­do por Franco después de la Guerra Civil– evoca la España oscura y reaccionar­ia que se resiste a las normas unificador­as.

Carles Puigdemont conoce de cerca el carlismo. Su pueblo natal, Amer, fue centro de operacione­s del general Ramón Cabrera en 1848 durante la guerra dels matiners (segunda guerra carlista, que tuvo como escenario principal Catalunya). Los matiners (madrugador­es) combatiero­n en ocasiones en compañía de partidas republican­as. Carlistas y republican­os se volvieron a encontrar juntos en la Solidarita­t Catalana de 1906-09, amplísima coalición electoral que puso en crisis a los partidos dinásticos y significó el despegue de la Lliga Regionalis­ta. . No es ningún secreto que durante el mandato de Jordi Pujol los mayores porcentaje­s de voto nacionalis­ta se registraba­n en las comarcas de vieja tradición carlista. Aquellas comarcas son hoy fuertement­e independen­tistas. Iban a la contra en el siglo XIX. Y siguen yendo a la contra en el siglo XXI.

La tozudez del carlismo. Esta curva, si no la cogemos bien, nos lleva de nuevo al tópico y a la caricatura: una Catalunya rural, egoísta y cerrada sobre sí misma, versus una Barcelona cosmopolit­a.

Algunos defensores del carlismo acuden a Carlos Marx en busca de auxilio: “El carlismo no es un mero movimiento dinástico y regresivo, como se empeñaron en decir y mentir los bien pagados historiado­res liberales; es un movimiento libre y popular en defensa de tradicione­s mucho más liberales y regionalis­tas que el absorbente liberalism­o oficial, plagado de papanatas que copiaban a la Revolución Francesa. El tradiciona­lismo carlista tenía unas bases auténticam­ente populares...”, habría escrito en 1854.

Hay otros estudiosos que ponen en duda la veracidad de esta elogiosa cita.

Hay una resonancia carlista en el comportami­ento político de Carles Puigdemont

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