Un círculo y un destino
Sólo los débiles, explica Kafka, se oponen a su destino. Jordi Sànchez sabía que el suyo era acabar en una cárcel española. En la madurez y en posición confortable, no lo rehuyó. Con 19 años era el portavoz de la Crida, una organización de activistas pacíficos y estridentes, hijos de mayo del 68 y del escultismo católico. A principios de los ochenta, con una intuición que ahora parece prodigiosa, sembraron la semilla del proceso. El pujolismo empezaba, pero ninguna hegemonía estaba clara. ETA mataba, la UCD tendía a la autodestrucción, los militares se sulfuraban, los medios tendían a la moderación. En este contexto, la sociedad catalana ya expresaba, de manera incipiente, pero dura, el conflicto que la profunda división actual muestra descarnadamente. La Crida había nacido como respuesta del catalanismo cívico a la reacción alérgica del españolismo contra la normalización de la lengua catalana. El Manifiesto de los 2.300, firmado entre otros por Federico Jiménez Losantos y publicado en el Diario16 que dirigía P. J.
Una posición confortable sólo se pierde a la fuerza: él la perdió por convicción
Ramírez contiene, leído hoy, los ingredientes críticos a la política lingüística y al nacionalismo que ahora abandera Ciudadanos. Estamos cerrando el círculo que se abría apenas estrenada la autonomía con las protestas de los profesores castellanohablantes y las espectaculares acciones de la Crida de Àngel Colom y Jordi Sànchez. La Crida se disolvió. Colom renovó ERC. Sànchez optó por la universidad y dirigió uno de los think tank más veteranos y transversales del catalanismo social: la Fundació Bofill. Considerado uno de los intelectuales del tripartito, se convirtió en el brazo derecho del síndico Ribó. Una posición influyente y confortable sólo se pierde a la fuerza. Sànchez la perdió por coherencia: para volver al activismo (la ANC es heredera de la Crida). Del activismo a la prisión, sometido a severísimos jueces que lo acusan de violento, siendo discípulo de Gandhi. La elección del riesgo y de la cárcel revela la profundidad de sus principios. Pero también es metáfora de una identidad colectiva que, pase lo que pase, está determinada a ir hasta el final.