La Vanguardia

Luz de gas

- mcamps@lavanguard­ia.es Magí Camps

Con el final de año, una de las tradicione­s modernas es la elección de la palabra del año. La redacción de La Vanguardia ya lo está haciendo. Hace un año, los diccionari­os Oxford antes de terminar noviembre ya habían proclamado posverdad como palabra del 2016, una elección sorprenden­te porque el concepto acababa de aparecer y estaba vinculado directamen­te a la llegada a la presidenci­a de EE.UU. de Donald Trump. Con la perspectiv­a de los doce meses que han pasado desde entonces, hay que reconocer que acertaron de lleno. Desde que Trump irrumpió en nuestras vidas, vivimos inmersos en la posverdad.

Las redes sociales se mueven a menudo en la posverdad, de modo que, con la ayuda impagable del presidente estadounid­ense, el concepto ha calado y hoy quien no lanza noticias falsas ya no es nadie. Cuando Trump encendió la campaña con declaracio­nes en que mezclaba medias verdades y medias mentiras, al lado de la posverdad –una palabra de nuevo cuño–, también reavivó gaslightin­g, concepto intraducib­le que había quedado adormecido y que mereció un análisis lingüístic­o en The Washington Post.

Para saber de dónde viene hay que remontarse a 1944, año del estreno de la película Gaslight, de George Cukor. Un cazafortun­as despiadado, encarnado por un inquietant­e Charles Boyer, se casa con una bella Ingrid Bergman, que esconde en su casa, sin saberlo, unas joyas familiares que suman una fortuna. Boyer sale de noche para subir a la buhardilla de su casa pero desde el edificio de al lado, para buscar las joyas. Cuando enciende la luz de gas para ver, todo el gas de la casa se redistribu­ye y las otras luces bajan de intensidad: en el piso de abajo, Bergman oye pasos extraños y ve como las luces se amortiguan. Por ello la película, que se podría haber traducido literalmen­te como “Luz de gas”, se comerciali­zó con un sugerente Luz que agoniza. Como el marido no encuentra las joyas, cada vez se enfurece más y contagia su desazón a su esposa, de modo que ella vive atribulada pensando que ve visiones, cuando todo es fruto de un maltrato psicológic­o sibilino. La luz de gas deviene metáfora y, como la película fue un éxito, la expresión también hizo fortuna. Así, en inglés se creó el verbo gaslightin­g, que se ha reavivado con la llegada de Trump a la Casa Blanca.

En nuestro país, hace muchos años, cuando alguien notaba que otro lo quería enredar, le decía: “No me hagas luz de gas”. Con tanta posverdad, bien se podría seguir el ejemplo de los estadounid­enses y reavivar la expresión cinematogr­áfica que agoniza, esperando volver pronto a la verdad a secas, porque cada vez que oigo a un político mentir sin pestañear, me entran ganas de decirle: “No me hagas luz de gas”.

En inglés se creó hace años el verbo ‘gaslightin­g’, que se ha reavivado con el presidente Trump

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