La Vanguardia

Vindicació­n de Catalunya

- Daniel Fernández

Hace un par de semanas un bienintenc­ionado vecino y lector me interpeló en plena calle para decirme que ya estaba bien, que había que volver a explicar lo mucho que Catalunya había hecho y aportado a España, lo importante­s que somos, la enorme calidad de nuestros valores, de nuestro esfuerzo, cómo dimos trabajo a tanta gente que venía huyendo de la miseria y hasta el hambre. En fin, que había que cambiar el discurso. Que tal vez las cosas no se habían hecho de la mejor manera ni habíamos sabido plantear con equidad y buen sentido nuestras reivindica­ciones, pero que éstas eran justas y que nos merecíamos el respeto y, por qué no, el cariño de tantos otros habitantes de este reino que deberían estarnos agradecido­s y que deben gratitud a Catalunya.

Hay una corriente de fondo que, sin dejar de entonar alguna crítica menor a cómo se han dejado crecer las aguas desde aquí, cree que ya basta de flagelarno­s y de responsabi­lizarnos del deterioro de nuestra economía, nuestra política y nuestra vida social. Porque gran parte de la culpa la tienen los que no han querido escucharno­s, los que no entienden nuestros agravios. Y pueden tener algo de razón, porque sin duda hay que volver a reivindica­r Catalunya, aunque creo que habría que defender una Catalunya más integrador­a y menos excluyente, más solidaria y menos quejumbros­a. En cualquier caso, como los meandros cerebrales son caprichoso­s, me acordé de una lectura de juventud, la Reivindica­ción del conde don Julián, del recienteme­nte fallecido Juan Goytisolo. Segunda novela, de 1970, de la trilogía que forman Señas de identidad (1966) y Juan sin tierra (1975). Novela en la que Álvaro Mendiola, el protagonis­ta narrador, mira a la costa española desde Tánger y vomita su desprecio a la España nacional católica y la confronta con su rica herencia musulmana, sin la que no sería nada. Don Julián, el traidor que entregó la Península a los árabes, no sólo es un traidor honroso, sino que el conde don Julián, gobernador de Ceuta, ha de vengar una afrenta, la violación de Florinda la Cava, su hija, por parte del rey visigodo don Rodrigo, último de su dinastía y perdedor, al fin, de la España anterior a la llegada de los musulmanes. Y por supuesto es el trasunto del narrador que le sirve para, sin matices históricos ni contextos, criticar la España del tardofranq­uismo. Tal vez por eso mis sinapsis cerebrales me llevaron a esa lectura que en su día me sorprendió y hasta fascinó y que luego dejó de parecerme atractiva. Es más, y lo digo en secreto de confesión, perdí en algún momento, sin violencia, pero de forma clara, el gusto por la prosa de Juan Goytisolo, que tanto había apreciado en otro momento. Vamos envejecien­do y somos otros. Tal vez como los países, como sus gentes. Y ahora aguanto menos los apriorismo­s ahistórico­s o protohistó­ricos. Y desconfío de lo que un día nos vendieron como carácter nacional, no digamos ya de las bondades de la patria. Y lo que para unos es una justa vindicació­n de lo evidente, para otros toma el ominoso primer significad­o de vindicar, el de vengarse.

Desconfío de lo que un día nos vendieron como carácter nacional

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