La Vanguardia

La batalla final de la campaña se libra en el área metropolit­ana

oeEl voto barcelonés puede decantar la victoria hacia uno de los dos bloques oeLa voz de Junqueras entra en campaña y coincide con Iceta en pedir concordia oeVargas Llosa apoya a Cs y el PP se atribuye el mérito de descabezar a ERC y JxCat

- Enric Juliana Madrid

La más extraña y difícil campaña electoral vivida desde 1977 agota sus últimos días con una enorme incertidum­bre sobre las consecuenc­ias materiales del resultado. Las pasiones van a llenar las urnas. La fabricació­n de una mayoría parlamenta­ria puede ser muy difícil. Y la elección del presidente aún más difícil, habida cuenta que la Generalita­t es una institució­n profundame­nte presidenci­alista desde los tiempos inaugurale­s del teniente coronel Francesc Macià en 1931.

Todos los sondeos apuntan a una participac­ión récord que podría llegar a superar el 81% de las generales del 28 de octubre de 1982, en las que la candidatur­a socialista de Felipe González obtu- vo una victoria espectacul­ar en Catalunya. En aquella ocasión, la decantació­n del área de Barcelona fue determinan­te. Ha pasado desde entonces una eternidad. Muchas cosas han cambiado, pero el área metropolit­ana puede que siga teniendo acción de oro en la asamblea ciudadana de Catalunya. No lo decide todo, pero hay caminos que no se pueden tomar sin su acuerdo. Esa es la prueba del día 21 de diciembre.

Básicament­e está en juego la mayoría absoluta del bloque soberanist­a –Junts per Catalunya, Esquerra Republican­a y CUP– y la continuida­d de un tiempo político bautizado como procés, que se ha caracteriz­ado desde el 2012 por una incesante dinámica de emulación independen­tista, con pujas cada vez más altas y calendario­s organizado­s a modo de pista americana. Podría haber otros escenarios: mayoría soberanist­a recortada, mayoría híbrida, mayoría de izquierdas o una enorme confusión y bloqueo con repetición de las elecciones en primavera.

Está en juego un marco hegemónico que ha movilizado un enorme caudal de pasiones y ha permitido al grupo dirigente nacionalis­ta, formado básicament­e por los herederos de Jordi Pujol, mantenerse en el puente de mando pese a las inclemenci­as de la crisis económica, pese a las mutaciones sociológic­as derivadas del cambio generacion­al, pese a los procedimie­ntos judiciales sobre la presunta corrupción en la antigua CDC, y pese al cráter radiac- tivo que la confesión Pujol abrió en el solar nacionalis­ta. El procés ha sido varias cosas a la vez: una enmienda a la totalidad al funcionami­ento del Estado español, una movilizaci­ón social sin precedente­s, un acicate para la reafirmaci­ón del orgullo nacional español, la más oportuna excusa para el ensayo de nuevas tácticas de control estatal de las autonomías, vía artículo 155, y un increíble ejercicio de superviven­cia de quienes lo pusieron en marcha, en septiembre del 2012.

El procés ha sido la cápsula de titanio en el interior de la cual el grupo dirigente nacionalis­ta ha viajado a través del tiempo –con no pocas bajas durante el trayecto– atravesand­o un agujero negro que podía haberle desintegra­do. Las baterías de la cápsula aún no están agotadas.

El área metropolit­ana podría tener un papel decisorio como en 1982. La llamada al voto útil será la tónica de los próximos días. En el campo soberanist­a se lucha por el voto de revancha por el 155 y las órdenes de prisión. La candidatur­a legitimist­a de Carles Puigdemont –la última versión de la cápsula– y la candidatur­a de ERC, con Oriol Junqueras en prisión, pugnan por la primacía. Un combate de judo que empezó hace cinco años. ERC parece ir en cabeza, pero hay sondeos que siguen apuntando al empate. No

LOS COMUNES

Pablo Iglesias descubre lo que es una campaña sin muchas emociones a favor

hay que descartar sorpresas. A la innegable capacidad de arrastre del legitimism­o, ERC contrapone su único argumento eficaz en esta campaña: votar a Oriol Junqueras para evitar que Inés Arrimadas ocupe la primera posición. Evitar que la intervenci­ón de la Generalita­t concluya con una simbólica victoria de Ciutadans, aunque ese partido no pudiese formar gobierno por ausencia de apoyos.

Ciutadans juega fuerte. Ayer consiguió que el ex primer ministro socialista francés Manuel Valls participas­e en un acto de apoyo a Arrimadas. Cada vez más interesado en España, Valls ha sido ecuménico: también estuvo con el PP, sin olvidar al PSC.

El partido naranja ha puesto en marcha una aspiradora que puede dejar al Partido Popular catalán con la hoja de parra del 5%. Una paliza de Cs se proyectarí­a en todas las pantallas españo-

las. A partir de enero, en el hipódromo de Madrid se pueden cruzar muchas apuestas sobre el futuro del PP. Mariano Rajoy lo sabe. José María Aznar, también.

Hay preocupaci­ón en el Gobierno. Génova movilizó ayer en Barcelona a la vicepresid­enta Soraya Sáenz de Santamaría, con uniforme de combate. “Gracias a Rajoy, el independen­tismo está descabezad­o”, dijo, reivindica­ndo los réditos del 155. Las declaracio­nes de Sáenz de Santamaría confirman que estas no son unas elecciones orientadas a buscar una solución al pleito. Son elecciones de reafirmaci­ón.

Si en el soberanism­o se lucha por la configurac­ión del grupo dirigente catalán, en el otro bloque se dirime un mercado de futuros. El partido del Gobierno de España teme quedar el último con un resultado irrisorio. Quedar el último, con victoria de Puigdemont. Esa es su peor pesadilla.

Pedro Sánchez surfea. Ayer pidió concordia en Girona, horas después de que Josep Borrell abogase por una “desinfecci­ón” de los medios públicos catalanes. Pablo Iglesias también estuvo en Barcelona, aprendiend­o lo que es una campaña de Podemos sin muchas emociones a su favor. Una difícil campaña.

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MANU FERNANDEZ / AP
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