Detrás de las bambalinas

LA campaña política catalana es anómala, según la calificó en este diario el politólogo Pablo Simón. Ciertamente, que el candidato de Junts per Catalunya, Carles Puigdemont, intervenga en un mitin desde Bruselas a través de una pantalla o que el cabeza de lista de ERC, Oriol Junqueras, conteste una entrevista desde la prisión mediante un cuestionario es algo insólito. Casi tanto como que, escuchando los discursos del independentismo, unos den por declarada a todos los efectos la república catalana y otros consideren que Catalunya es ya un país independiente. No es fácil ser autocrítico tras el estropicio final del 27-O, cuando quienes lo han generado purgan cárcel obligada o exilio voluntario. Pero el resultado es dramático, con una larga lista de imputados, una Generalitat sin Consell Executiu y las instituciones catalanes en stand by. Algunos esperan que creamos que existen dos realidades, como en Matrix, y en una conseguimos lo que en otra se nos niega. ¿Acaso era realista gritar “un sol poble”, como hizo Raül Romeva en el Born después de las elecciones del 2015, donde el independentismo consiguió sólo el 48% de los votos?

Una de las cosas que los historiadores deberán explicar en los próximos años es –más allá de las tragedias hamletianas de Artur Mas y Carles Puigdemont, que tomaron decisiones equivocadas en momentos en que no podían errar– quiénes les empujaron a tirarse a piscinas sin agua. Íntimos colaboradores que, situados detrás de las bambalinas, les animaron a elegir el camino equivocado. La convocatoria de elecciones cuando Mas tenía 62 escaños por una lectura errónea de la manifestación del 11-S del 2012, la renuncia del president por exigencias de la CUP en lugar de volver a ir a las urnas en el 2015 o el salto al vacío el 27-O del 2017 en vez de acudir a votar han tenido sus rasputines.

Gentes con más intereses propios que de país, vividores del sistema. Ellos no arriesgan nada, pero nos llevan a la ruina.