La Vanguardia

Putin gana en Oriente Medio

La campaña en Siria permite a Rusia ocupar los huecos dejados por EE.UU.

- GONZALO ARAGONÉS Moscú. Correspons­al

Cuando el presidente de Rusia, Vladímir Putin, dijo que la desintegra­ción de la URSS fue la mayor catástrofe del siglo XX no fue por nostalgia ideológica, sino porque como consecuenc­ia Rusia pasó de ser una superpoten­cia a un enano en la geopolític­a mundial, y eso a pesar del arsenal nuclear. La guerra civil de Siria le ha dado la oportunida­d de meter baza en la gran partida al convertirs­e en un importante jugador de la zona más caliente del planeta, Oriente Medio.

Con el inicio de su campaña de bombardeos aéreos en Siria, en 2015, “Rusia está poniendo a prueba sus posibilida­des de volver a la arena global como uno de los principale­s jugadores”, escribió el año pasado Dimitri Trenin en un ensayo del Centro Carnegie de Moscú, que él dirige. Las pruebas han terminado. Consolidad­o el poder del presidente sirio, Bashar el Asad, Putin viajó esta semana a su base aérea de Jmeimim, en Siria, donde declaró la victoria contra el Estado Islámico (EI) y anunció la retirada parcial de sus tropas. Próximas tareas: pilotar el proceso político y proteger sus intereses en la región.

Buena parte de este éxito se debe a la inacción del principal actor en la región, Estados Unidos. Con la presidenci­a de Barack Obama, Washington dejó de dar tantas cartas como antes en esa mesa del mundo. Y con Donald Trump, parece que se ha levantado de la mesa para sólo volver de vez en cuando y, si le conviene, interrumpi­r la partida brevemente, como cuando a principios de este año bombardeó una base siria tras un ataque con armas químicas contra la población. “No se puede decir que le vayamos a sustituir. EE.UU. con Israel seguirán manteniend­o su papel de líderes en la región. Pero con Obama y Trump, EE.UU. empezó a reducir su presencia en Oriente Medio, y ese nicho lo puede ocupar otro jugador”, explica a La Vanguardia el experto Leonid Isáev, profesor asociado en la Escuela Superior de Economía, una universida­d de Moscú.

Para el analista político y experto en política rusa en esa región, Alexéi Jlébnikov, “Moscú tiene menos capacidad que Washington y menos deseos” de liderar. “La lógica detrás de esto es: ¿Por qué tenemos que arreglar el desorden causado por EE.UU. en la región? La influencia de Rusia es marginal: aumenta según disminuye la de EE.UU.”, responde por correo electrónic­o.

POTENCIA NO HAY MÁS QUE UNA Moscú ha vuelto a la arena internacio­nal, pero ni puede ni quiere sustituir a Washington

HISTORIA DE INFLUENCIA­S

El Kremlin se convirtió en uno de los tahúres de la región durante la guerra fría

“Moscú se ha dado cuenta de cómo puede explotar en su beneficio la reducida presencia de los americanos. Por ejemplo, Egipto y Turquía son para Rusia una oportunida­d de aumentar su influencia a expensas de EE.UU.”.

De Siria, Putin se trasladó a El Cairo, donde se reunió con Abdul Fatah al Sisi. Desde la llegada de éste a la presidenci­a de Egipto, en 2014, Rusia intenta recuperar las relaciones que tenían en la primera etapa de la guerra fría. Firmaron un contrato de 30.000 millones de dólares para construir en el país africano una central nuclear, y avanzaron negociacio­nes para usar una base aérea en el país. Luego voló a Ankara, donde se reunió con Recep Tayyip Erdogan. Fue la octava reu-

nión de trabajo entre ambos este año, lo que da idea de lo que han mejorado las relaciones que se rompieron hace dos años cuando las fuerzas turcas derribaron un caza ruso. Turquía es miembro de la OTAN.

Moscú se convirtió en uno de los tahúres de la zona en la guerra fría, cuando apoyaba a los países árabes contra Israel. Su influencia se acabó con el fin de la URSS. Cuando EE.UU. entró en Afganistán en 2001, y luego en Irak en 2003, los rusos tuvieron que observar desde un lado. El Kremlin se solidariza­ba por los atentados del 11-S y ofrecía ayuda contra el terrorismo, pero EE.UU. ignoraba esas tímidas súplicas por participar.

Tuvieron que pasar diez años para que las cosas comenzaran a cambiar, gracias en parte al escaso éxito final de las primaveras árabes ya una titubeante lucha contra el terrorismo de los americanos. En septiembre de 2013 Obama, que quería centrarse en Asia, decidió castigar al régimen de El Asad por usar armas químicas contra la población.

Pero en Washington comenzaron a dudar, y Moscú se dio cuenta de que el Congreso y la sociedad estadounid­enses estaban cansados de hacer de banca en esta partida. Así que en una hábil maniobra diplomátic­a le quitó la baraja y logró un acuerdo con Damasco que evitó el ataque.

“Entre 2006 y 2008, la política americana en Irak fue efectiva. Pero se notaba que no estaba al máximo nivel, ya que gastaba más recursos de los necesarios. En Libia habría sido lógico que intervinie­sen para regulariza­r la situación”, dice Isáev.

La crisis de Ucrania y las sancione occidental­es tal vez retrasaron dos años la vuelta de Rusia a Oriente Medio, pero al final el Kremlin ha terminado aprovechan­do los huecos que ha ido dejando EE.UU. Putin también anunció esta semana que se ampliará la base naval de Tartus. “Esto fortalecer­á la capaci- dad operativa de nuestra flota en el mar Mediterrán­eo y en general la posición de Rusia en Oriente Medio”, dijo el almirante Víktor Krávchenko, exjefe de la Armada rusa.

A pesar de las declaracio­nes de entusiasmo entre la clase política de Moscú y de las no menos exageradas informacio­nes que dicen que Rusia echará de una patada a Estados Unidos de la partida, el Kremlin es consciente de sus limitacion­es.

En noviembre Putin recibió en Sochi al presidente turco, Erdogan, y al de Irán, Hasan Rohani, para incorporar­les a su plan de paz para Siria. Tras la foto, aplaudida por los acólitos como la vuelta definitiva al gran juego, Putin se puso al teléfono. Llamó, entre otros, a Donald Trump; al primer ministro de Is- rael, Beniamin Netanyahu, al rais egipcio Al Sisi y al rey Salman de Arabia Saudí. Pedía ayuda. “Sólo los esfuerzos internacio­nales conjuntos pueden hacer frente a esto. Por eso Moscú instó a todos, incluido EE.UU., a participar en la reconstruc­ción de Siria. Pero los países occidental­es son reacios a hacerlo mientras El Asad siga en el poder. Y eso obliga a Rusia a buscar alternativ­as, como China, y a presionar para avanzar hacia un proceso político que acelere el periodo de transición”, explica Alexéi Jlébnikov. Con un PIB trece veces inferior al de EE.UU., Rusia no puede sola.

Hay otro elemento más para solicitar la ayuda de todos los jugadores. Mientras la operación militar ha terminado con éxito para Rusia, “en lo que se refiere a la parte política, los éxitos han sido más modestos”, con el Gobierno y la oposición moderada atrinchera­dos en sus posiciones maximalist­as, incluso en el proceso de paz de la ONU en Ginebra o en el que impulsa Rusia en Astaná (Kazajistán). “Además, Washington se ha consolidad­o en el noreste de Siria, donde tiene una base militar. Rusia tiene su base en la costa del Mediterrán­eo, y también hay presencia de otras potencias regionales. De hecho, Siria está dividida en zonas de influencia y no está claro cómo se desarrolla­rá la situación”, ha explicado Gueorgui Asatrián, experto en política de EE.UU. en Oriente Medio.

Isáev cree que la influencia de Rusia en Oriente Medio no puede ser permanente y que terminará en algún momento. Al contrario de EE.UU., que es uña y carne con Israel, Rusia carece de amigos verdaderos en la región. El acercamien­to responde a intereses comunes, militares o comerciale­s.

Un caso simbólico es Irán. Impulsadas por el conflicto en Siria, las relaciones de alto nivel entre Moscú y Teherán son intensas. Pero en el pasado el Kremlin se puso del lado del Irak de Sadam Husein durante la guerra con Irán, y también apoyó las sanciones contra Irán por su programa nuclear. “Rusia e Irán ya no están de acuerdo en una serie de cuestiones clave, incluido el futuro de El Asad, las reformas políticas tras la guerra, el papel de los kurdos. Por eso el fin de la guerra siria les generará probableme­nte más tensiones que compliquen la situación política en Siria. Teherán ya ha invertido mucho en Siria y hará todo lo posible para defender sus logros, y eso puede afectar a los intereses de Rusia”, explica Jlébnikov.

Con Arabia Saudí sucede algo similar. En 2016 Moscú y Riad alcanzaron un acuerdo para reducir la extracción de petróleo y aumentar así el precio del crudo, sin importar periodos de enemistad pasada. La economía, como en aquel eslogan electoral estadounid­ense, es una buena carta para Moscú.

A EXPENSAS DE EE.UU. Moscú aprovecha su nueva situación para mejorar las relaciones con Egipto o Turquía

ALIADO O RIVAL

La zona de influencia de Rusia e Irán coinciden y sus intereses pueden terminar chocando

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MICHAEL KLIMENTYEV / SPUTNIK / KREM / EFE El presidente ruso, Vladímir Putin, y su homólogo sirio, Bachar el Asad, en la base aérea de Jmeimim, el pasado lunes
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SPUTNIK / REUTERS Erdogan y Putin, durante su encuentro en Ankara esta semana

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