Emociones políticas destructivas
En unas elecciones democráticas son los ciudadanos los que con sus votos determinan el sentido de la política. Después los partidos, con sus coaliciones y acuerdos, gestionan esos votos para formar gobierno y hacer políticas. Dada esta división del trabajo, no perdamos el tiempo en tratar de adivinar lo que harán los partidos después del 21-D. Ya habrá tiempo. Interesémonos ahora en comprender las motivaciones de los votantes.
¿Cómo votarán los catalanes? ¿Se dejarán llevar por emociones destructivas o por sentimientos positivos de convivencia y progreso? ¿Tomarán en cuenta sólo los efectos políticos o también las consecuencias sobre la economía, las empresas, el empleo y el progreso social?
En muchas ocasiones a lo largo de los dos últimos años he tenido la impresión de que dirigentes políticos de uno y otro bando querían parar el rumbo de colisión que puso la política oficial a partir del 2015. Una dinámica que ha dividido a la sociedad en partes irreconciliables, debilitado sus energías y deteriorado su imagen y prestigio. Pero pienso que, en buena parte, se vieron arrastrados por un resentimiento que venía de la propia sociedad.
En Catalunya, como ha ocurrido en otras sociedades occidentales, muchas personas se han dejado llevar por el resentimiento que provocó la crisis financiera del 2008 y las políticas de austeridad que a partir del 2010 fueron dañando de forma despiadada e inmisericorde el Estado de bienestar y todo sentido de justicia social. Este resentimiento se añadió al malestar previo por las limitaciones al autogobierno que venían de los gobiernos de España y los grandes partidos estatales. La suma de esas dos fuerzas hizo que a partir del 2011 se descargase una tormenta política perfecta. El independentismo fue uno de los cauces por los que discurrió ese resentimiento. Un independentismo, que de la mano de la ANC, surgida en esas fechas, adoptó una orientación antipluralista e iliberal; es decir, populista.
Este factor de resentimiento puede explicar la paradoja de ver como personas acomodadas de la burguesía catalana han apoyado a formaciones políticas cuyo ideario ideológico es precisamente destruir el sistema económico burgués y la democracia liberal.
Muchos votantes están aún en su diván particular decidiendo el sentido de su voto. Veo a independentistas dudar entre abstenerse –por la frustración por el desenlace de la DUI–, apoyar a ERC –a la que le ven deseos de cambiar–, o a la lista de Carles Puigdemont para continuar el rumbo de colisión. A constitucionalistas que, para parar el procés, dudan entre el PSC y Ciutadans. Y a no independentistas que, por el miedo a que lleguen tiempos de revancha, dudan entre la CUP o Catalunya en Comú-Podem. Son pocos los que desean continuar con el
procés. Pero dado el considerable número de votantes que siguen motivados por emociones destructivas, las posturas a la contra y los votos de castigo pueden llevar a resultados no queridos.
Las emociones son necesarias para generar adhesión a la política. Pero con las emociones políticas pasa como con el colesterol, las hay buenas y malas. Las primeras se relacionan de forma fructífera con el futuro. Las segundas de forma patológica. Esperemos que el 21-D los votantes no se dejen llevar por las emociones destructivas y manden señales a los partidos para entrar en una senda de concordia y progreso.
Los votantes ¿tendrán en cuenta sólo las consecuencias políticas o también las económicas?
Las urnas deberían mandar señales a los partidos para entrar en una senda de concordia y progreso