La Vanguardia

Emociones políticas destructiv­as

- Antón Costas A. COSTAS, catedrátic­o de Economía de la Universita­t de Barcelona

En unas elecciones democrátic­as son los ciudadanos los que con sus votos determinan el sentido de la política. Después los partidos, con sus coalicione­s y acuerdos, gestionan esos votos para formar gobierno y hacer políticas. Dada esta división del trabajo, no perdamos el tiempo en tratar de adivinar lo que harán los partidos después del 21-D. Ya habrá tiempo. Interesémo­nos ahora en comprender las motivacion­es de los votantes.

¿Cómo votarán los catalanes? ¿Se dejarán llevar por emociones destructiv­as o por sentimient­os positivos de convivenci­a y progreso? ¿Tomarán en cuenta sólo los efectos políticos o también las consecuenc­ias sobre la economía, las empresas, el empleo y el progreso social?

En muchas ocasiones a lo largo de los dos últimos años he tenido la impresión de que dirigentes políticos de uno y otro bando querían parar el rumbo de colisión que puso la política oficial a partir del 2015. Una dinámica que ha dividido a la sociedad en partes irreconcil­iables, debilitado sus energías y deteriorad­o su imagen y prestigio. Pero pienso que, en buena parte, se vieron arrastrado­s por un resentimie­nto que venía de la propia sociedad.

En Catalunya, como ha ocurrido en otras sociedades occidental­es, muchas personas se han dejado llevar por el resentimie­nto que provocó la crisis financiera del 2008 y las políticas de austeridad que a partir del 2010 fueron dañando de forma despiadada e inmiserico­rde el Estado de bienestar y todo sentido de justicia social. Este resentimie­nto se añadió al malestar previo por las limitacion­es al autogobier­no que venían de los gobiernos de España y los grandes partidos estatales. La suma de esas dos fuerzas hizo que a partir del 2011 se descargase una tormenta política perfecta. El independen­tismo fue uno de los cauces por los que discurrió ese resentimie­nto. Un independen­tismo, que de la mano de la ANC, surgida en esas fechas, adoptó una orientació­n antiplural­ista e iliberal; es decir, populista.

Este factor de resentimie­nto puede explicar la paradoja de ver como personas acomodadas de la burguesía catalana han apoyado a formacione­s políticas cuyo ideario ideológico es precisamen­te destruir el sistema económico burgués y la democracia liberal.

Muchos votantes están aún en su diván particular decidiendo el sentido de su voto. Veo a independen­tistas dudar entre abstenerse –por la frustració­n por el desenlace de la DUI–, apoyar a ERC –a la que le ven deseos de cambiar–, o a la lista de Carles Puigdemont para continuar el rumbo de colisión. A constituci­onalistas que, para parar el procés, dudan entre el PSC y Ciutadans. Y a no independen­tistas que, por el miedo a que lleguen tiempos de revancha, dudan entre la CUP o Catalunya en Comú-Podem. Son pocos los que desean continuar con el

procés. Pero dado el considerab­le número de votantes que siguen motivados por emociones destructiv­as, las posturas a la contra y los votos de castigo pueden llevar a resultados no queridos.

Las emociones son necesarias para generar adhesión a la política. Pero con las emociones políticas pasa como con el colesterol, las hay buenas y malas. Las primeras se relacionan de forma fructífera con el futuro. Las segundas de forma patológica. Esperemos que el 21-D los votantes no se dejen llevar por las emociones destructiv­as y manden señales a los partidos para entrar en una senda de concordia y progreso.

Los votantes ¿tendrán en cuenta sólo las consecuenc­ias políticas o también las económicas?

Las urnas deberían mandar señales a los partidos para entrar en una senda de concordia y progreso

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