Y sin embargo, más de lo mismo
Notas sobre los programas electorales: unos dicen creer en la república, otros sueñan con enterrarla y algunos andan por en medio
Hay tres tipos de programas electorales en esta campaña: los que aspiran a hacer creer que Catalunya ya es una república (Junts per Catalunya, ERC y la CUP), los que quieren liquidar el proceso (Cs y PP) y los que se explican desde la calle de en medio con prosa de izquierdas, muy de profesores universitarios que confunden la concisión con la superficialidad (PSC y Catalunya en Comú Podem, con el récord de extensión: 153 y 157 páginas).
LA REPÚBLICA La ilusión siempre vende
Los tres partidos independentistas dedican las mejores páginas de sus programas electorales a la cuadratura del círculo: cargan contra la aplicación del artículo 155 y admiten su consecuencia (las elecciones autonómicas del 21-D), cargan sus incumplimientos de la anterior legislatura al Estado y no se ponen de acuerdo sobre si Oriol Junqueras tiene derecho a aspirar a la presidencia de la Generalitat sin que se ofenda Carles Puigdemont.
Programas en mano: el soberanismo se mantiene cómodo con el procesismo, jugando ahora con la confusión sobre si Catalunya ya es una república a todos los efecto o lo será –sin plazos– en la próxima legislatura. ERC se compromete a “un gran diálogo de país que amplíe, mediante procesos participativos de deliberación social, la amplia mayoría ciudadana a favor de hacer realidad la República Catalana”. Pese a semejante lenguaje, se diría que ERC ya tiene decidido sin necesidad de esperar los resultados... ¡desarrollar la república!
Junts per Catalunya habla claro y rotundo: la Generalitat es Carles Puigdemont, como la Vª República Francesa era el general De Gaulle. Puigdemont o Puigdemont: “Estas son unas elecciones para restaurar la democracia, no para elegir a un nuevo presidente”. Al decir del programa, una vez las urnas restauren la democracia y Puigdemont siga siendo presidente, Junts per Catalunya reanudará la anterior legislatura con nuevos bríos y fondos en, por ejemplo, política exterior (“restablecer, consolidar y ampliar la red de delegaciones del Govern en el exterior”). Repiten guión y condiciones para el diálogo (“hay que dejar claro que Catalunya es una nación cuyos ciudadanos deciden”) y dan por hecho que Madrid se sentará esta vez a negociar de tú a tú.
La CUP acude con un programa electoral desacomplejado pero con críticas contundentes al processisme que tanto apoyó y al que ahora amenaza “con la no asistencia a los plenos o el voto de bloqueo”. Visto el éxito indiscutible de la CUP en la anterior legislatura, es comprensible que exijan mucho y se erijan en cancerberos de la república del 1-O.
ENTERRAR EL PROCESO ...Y convivir felizmente
El PP y Ciutadans presentan dos programas con estilo empresarial, ideas muy claritas y talante proactivo como si Catalunya fuese una empresa familiar a la que van a modernizar guste o no guste a los empleados (el PP ofrece 150 propuestas, es el programa más corto, y Cs llega a 180).
No nos engañemos, el mensaje es similar: zanjar el proceso, recuperar la normalidad, cerrar heridas y propiciar el retorno de las empresas (todos los partidos tienden a prometer cosas que no están a su alcance: unos dan a entender que si les votan sus dirigentes en prisión preventiva quedarán libres al minuto y otros que las empresas regresarán al minuto y medio).
Pese a sus diferencias, ambos partidos parten del mismo supuesto: los catalanes han terminado hasta el gorro del proceso y, sobre todo, de su tramo final, por lo que agradecerán todo lo que sea gobernar con pulcritud y sin ínfulas. Se diría que no conocen a un sector –¿mayoritario?– del independentismo.
Comparten fobias a TV3 –institución intocable– y el Diplocat –la ilusionante diplomacia catalana, cerrada en virtud del 155– y presentan la enseñanza trilingüe como la mejor manera de meter mano al sistema educativo catalán sin que nadie pueda sentirse ofendido.
Los dos partidos pugnan en propuestas sociales y en la promoción de la igualdad de la mujer –dos asuntos que representan el 50% de sus propuestas–. Nadie quiere ser el último en estos ámbitos, y dicen que la competencia es saludable para mejorar la competitividad. “Seremos implacables en la inspección laboral para asegurar que no haya discriminación laboral a la mujer” (PP, propuesta 108). “Se fomentará la visibilidad de modelos femeninos para seguir (role models)”(Cs, 82, ¡toma anglicismo, by the way!).
LAS TERCERAS VÍAS El cambio...¿vende?
La lectura de los programas del PSC y CatComú-Podem provoca sosiego. Los comunes hablan de “cambio” –palabra talismán del socialismo–, de “un tiempo de soluciones” y equidistancias (valor en el que son insuperables porque su lema electoral es “Ni DUI ni 155”, los únicos capaces de decir esto sin despeinarse ni recoger muchos votos, al decir de las encuestas).
El programa del PSC está hecho para una de esas tardes de sábado con pipa y frente a la chimenea porque huye deliberadamente del lenguaje tuitero y empresarial, aunque uno echa de menos algún punto y seguido para respirar y poder mirar el fuego ardiendo. Impera el deseo de reconciliar a las dos Catalunyas, aunque el riesgo aparente sea ganar el Nobel de la Paz y perder las elecciones.
Las terceras vías prometen cambios en España, a modo de aliciente suplementario del voto (un 2x1 sin precedentes desde el triunfo de Bill Clinton en 1992). El PSC iza el federalismo marca de la casa –una promesa con riesgos de agotamiento prematuro– y, al alimón con los comunes, hacen mención especial al pleno de los días 6 y 7 de septiembre en el Parlament, horas bochornosas para la democracia que sólo las porras, días más tarde, permitieron disimular.