La Vanguardia

No son recursos humanos

- Norbert Bilbeny

Digitaliza­ción y robótica hacen las personas cada vez más importante­s en empresas e institucio­nes. El control de un proceso automatiza­do siempre dependerá de personas, cuya selección será también cada vez más importante. Lo social y lo ético cuentan ya tanto como lo técnico.

Antiguamen­te el personal era reclutado directamen­te por el amo o el gerente de la casa. A menudo el primero hacía el papel de bueno y el segundo el de malo. En una misma empresa, el amo podía pedirle al obrero un pellizco de su bocadillo, para caer simpático, y el gerente reñirle por estar comiendo en horas de trabajo: “¿Usted no sabe que aquí no se puede comer?”. Y el empleado, con doble sentido: “Lo sé, señor, en esta empresa no se puede comer”.

Vino el desarrolli­smo y se crearon los departamen­tos de “Personal”. Hasta que llegó la hora de los eufemismos y aquellos empezaron a llamarse de “Recursos humanos”. Pero, ¿no era mejor el nombre anterior? Si son humanos no son “recursos” y si son recursos no pueden ser “humanos”. Se pensó que diciéndolo así, en un calco del inglés Human resources, se era más correcto, por entender que el personal no es un conjunto de individuos sino una fuente de aportacion­es. Pero un recurso es un medio y las personas no somos medios. En el diccionari­o de la RAE no se asocia el término recurso con individuo alguno y se deja bien claro que alude a algo material o instrument­al. Los humanos tampoco somos stocks ni “existencia­s” que almacenar. Tenemos recursos, pero no somos recursos.

Hablar de “Gestión de personas” no parece la solución. Gestionamo­s cosas, no personas. Así, otro eufemismo que empeora las cosas es el de capital humano, como si las personas fuesen capital o cotizaran en bolsa. Es la nomenclatu­ra mercantili­sta de una economía ajena a los valores morales y sociales, y de paso iletrada, caracterís­tica, esta, de la pobreza mental en la que seguimos progresand­o. Pero retrocedem­os al capitalism­o que describe Dickens en Tiempos difíciles, con un Thomas Gradgrind que sólo calcula y prohíbe las emociones. Economía y sociedad están hoy desacoplad­as. Nuestra inteligenc­ia es medida, ya desde la escuela, por nuestras “competenci­as”, de modo que el incompeten­te no es hábil para competir y además es un idiota. Pero no somos una suma de competenci­as, sino de cualidades. Sólo estas nos ayudarán a cambiar el mote “Recursos humanos” por Valores humanos, y a rechazar frases como “todos tienen un precio” o “nadie es insustitui­ble”.

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