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Un proyecto para vivir en comunidades internacionales
Vivir en comunidad está al alza. El cohousing o las ecoaldeas son algunos de los términos que se están poniendo de moda. Pero ya hace siglos que la vida en comunidad es una realidad en el mundo de la Iglesia. La vida religiosa tiene como principio básico la vida en comunidad: compartir bienes, trabajo y rutina y ponerlo al servicio de un objetivo común. El Instituto Marista abre una nueva vía de vida comunitaria, las comunidades internacionales del proyecto La Valla 200. Laicos y religiosos, jóvenes y mayores, matrimonios y hermanos maristas, crean las llamadas Comunidades internacionales para un nuevo comienzo. Unas comunidades que no viven aisladas o en lugares rurales y bucólicos, sino que se insertan en la vida diaria de ciudades, pueblos y barrios desfavorecidos para trabajar con aquellos que se encuentran “en las periferias existenciales y geográficas”.
El proyecto La Valla 200 fue lanzado en 2015. El Superior General de los Maristas, que entonces era el catalán Emili Turú invitó a añadirse a todo el Instituto. Respondieron unas 90 personas, “de todos los continentes, edades y estados sociales”, explica el hermano marista Àngel Medina desde Roma.
Las personas que ya viven en comunidad han recibido antes una formación específica. “Un programa de formación, en el que viven en casas rurales y en pequeñas fraternidades, como tiempo de prueba”. Después de esta formación ya van enviados allí donde es necesario.
Se concreta así un cambio de tendencia en los proyectos maristas formado por hermanos: religiosos no sacerdotes. Pero no cambia nada de la intuición original de Champagnat ahora hace dos siglos. El carisma originario era trabajar para los niños y jóvenes en situación de vulnerabilidad. Y eso se ha con- cretado durante años “en exclusividad en el ámbito educativo formal porque era el ámbito que se necesitaba en la sociedad”, explica Medina. Con nuevas fórmulas el Instituto Marista apuesta ahora por lo que llaman un nuevo comienzo focalizado en “otros jóvenes que viven en los márgenes de la vida”.
Ya tienen seis comunidades en marcha. Una en Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, donde trabajan con numerosas familias que han quedado desamparadas al desaparecer las fábricas de la zona. También cuentan con dos comunidades en Europa. Una en Sicilia, que trabaja con refugiados jóvenes, de primera y segunda acogida, y la otra en Rumanía, en Moinesti. Una comunidad que se está formando ahora y que trabajará con niños de padres y madres que se han marchado a los países de Europa a trabajar. La cuarta comunidad está en Sidney, en el barrio de Mount Druitt, donde se trabaja con aborígenes y descendientes, con inmigrantes de diferentes países de Asia. Trabajan con niños que están fuera del sistema educativo. La quinta comunidad de religiosos y laicos se encuentra entre tres fronteras, entre Ecuador, Colombia y Brasil, en la triple frontera de la Amazonia. Trabajan con comunidades ribereñas y con indígenas que están expuestos a la trata de personas y donde los niños sufren una gran desprotección porque después de la primaria tienen que ir a las ciudades y viven a menudo casi como esclavos de las familias de acogida.
La sexta comunidad se encuentra en Nueva York, en el barrio de East Harlem, cerca de Manhattan. Ayudan a inmigrantes latinos no documentados. Atienden familias con padres con riesgo de ser expulsados y los hijos con el mismo riesgo de expulsión o con riesgo a quedar huérfanos. Cada comunidad de estas está formada por cuatro miembros. Y ya hay seis personas más que están trabajando en Asia, en Camboya, en Sri Lanka y en Filipinas.
El Instituto Marista busca nuevas fórmulas que van más allá del ámbito educativo